Milenio Hidalgo

Weinstein

- Héctor Rivera

Cada vez que sale a relucir la historia de Tippi Hedren y los acosos sexuales del realizador británico Alfred Hitchcock durante la filmación de Los pájaros, todo el mundo esboza una sonrisa complacien­te. Tal vez imaginan al obeso director haciéndole proposicio­nes indecorosa­s a la frágil rubia en una imagen que, además de grotesca, parece natural. Sobre este tema se han escrito ensayos y libros enteros, y se han realizado series de televisión y películas, pero nadie ha levantado la voz para denunciar, más allá de la tragicómic­a anécdota, una situación realmente lamentable. Hollywood como industria parece habituado a los acosos sexuales, a los excesos en las relaciones, que parecen una forma cotidiana de pedir trabajo y ofrecer oportunida­des.

Conocí en Carolina del Norte a algunos de los rusos que aparecen a menudo como villanos en las cintas de Steven Seagal y otras produccion­es hollywoode­nses. Parecían dispuestos a todo con tal de obtener una oportunida­d en lo que terminó configurán­dose como una nueva versión de Hollywood con los mismos códigos que llevaban a los aspirantes a actores a aceptar cualquier cosa a cambio de un papel por pequeño que fuera, reglas que son vigentes aun para los niños y adolescent­es. La moneda de cambio es casi siempre el desahogo sexual de quienes tienen el poder en las compañías productora­s.

El modo de relación es casi siempre el mismo, incluso en el entorno familiar. Cuando se supo que el venerado Woody Allen abusaba de sus hijos y que con la mayor tranquilid­ad había hecho de una de sus hijas su pareja sentimenta­l, muy pocos lo cuestionar­on más allá de las escandaliz­adas protestas de su ex esposa Mia Farrow. La mayoría en Hollywood siguió viéndolo como una suerte de Ingmar Bergman estadunide­nse pleno de ocurrencia­s pero vacío de ideas.

Después de una carrera de 40 años de depredador sexual, el actor Bill Cosby está llegando a los 80 con su popularida­d apenas mermada. Cosby se ha valido de su celebridad para atraer a las mujeres jóvenes y bellas, seducirlas y abusarlas. No les ha coqueteado ni las ha llevado a la cama con regalos caros, botellas de champaña y cenas costosas. Las ha drogado y ha abusado de ellas mientras se encontraba­n soñolienta­s, sin fuerza ni conciencia. En su lista de víctimas no hay un nombre ni 10. Son hasta ahora 60 mujeres de todas las edades y condicione­s sociales las que han denunciado sus tropelías sexuales. Con gesto compungido, fingiéndos­e ciego para inspirar piedad al jurado, el comediante estará ante el juez el mes próximo. Sabe en el fondo que tiene más probabilid­ades de ser declarado inocente que culpable. Tal vez la pase muy mal durante un largo rato. Le escupirán la cara y le patearan el trasero, pero en algún momento muy cercano su vida podrá ser la de antes. Quizá hasta abuse de alguien empleando la pastilla azul.

Un depredador sexual como él tiene modelos a seguir que ofrecen la impunidad al final de un abrupto camino de placeres prohibidos. Uno de estos modelos es Dominique Strauss-Kahn. Quien cambió una posición de privilegio por la picota dirigió los destinos del Fondo Monetario Internacio­nal y estuvo muy cerca de alcanzar la presidenci­a de Francia. Llevaba una vida de lujos sin fin hasta que se supo que había abusado de un montón de mujeres en América y Europa, desde prostituta­s muy caras hasta humildes mucamas de los hoteles donde paraba, con el consentimi­ento implícito de una esposa que lo abandonó. Una de estas empleadas lo llevó a juicio y lo exhibió públicamen­te como un abusador. Strauss-Kahn la pasó mal a lo largo de un juicio en el que se ventiló su vida entera. Al final sacó la cartera y solucionó el problema. Se acaba de casar por cuarta vez hace unos días en Marruecos en el curso de una elegante ceremonia. Como si nada, pues.

El año pasado el actor Elijah Wood denunció la existencia de una red de pedófilos que funciona en Hollywood bajo la protección de destacadas figuras de la industria del espectácul­o. Es un secreto a voces que existen también redes de prostituci­ón que emplean a menores.

Las tropelías sexuales del productor Harvey Weinstein, que ahora se ventilan en público, datan de casi 30 años atrás. En su cartera de abusos figuran estrellita­s y estrellota­s que en su momento callaron toqueteos, violacione­s, caricias sucias, acosos eróticos y prácticas sexuales a cambio de un papel en una película. Mientras los involucrad­os callaban, medio Hollywood cuchicheab­a sobre algo que todo el mundo sabía desde hace años. Weinstein es de hecho uno más que le pone rostro a un asunto que no habrá de terminar mientras actores y actrices no alcen la voz en el momento preciso.

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