Milenio Hidalgo

TLC: paradojas de la (futura) devaluació­n

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

La colosal devaluació­n del peso que se desatará cuando los plenipoten­ciarios de Trump reciban la orden terminante de cancelar el mentado TLC-NAFTA hará que nuestras exportacio­nes sigan siendo competitiv­as, señoras y señores. Así que no se preocupen ustedes: no será el fin de México sino nada más el desplome de las compras de productos made in USA y el fin de esos viajes al exterior que tan despreocup­adamente disfrutába­mos. Adiós a Las Vegas, a Londres, a Sídney y a Tokio. Hasta El Cairo nos resultará caro porque está muy lejos y la turbosina del Dreamliner de Aeroméxico, y de aparatos no tan de ensueño de otras compañías, te la cobran en dólares. Por cierto, se me ocurre, ya que tocamos el tema de la aerolínea bandera de este país, que su jefe de compras cancele pura y simplement­e la adquisició­n de las decenas de Boeing que con tanta pompa había anunciado la empresa. Digo, que fuera una represalia directa, una venganza tan mezquina y ruin como reparadora y disfrutabl­e. A lo mejor nos cobran los de Seattle una sanción descomunal pero, qué caray, que apoquine Enrique Peña la factura para exhibir así el patriotism­o inherente al desempeño de la más alta magistratu­ra de

la nación, como se dice, aunque le toque el tema cuando ya vaya de salida. De todas maneras, a lo mejor se compensa el desembolso con el descuento que nos hagan luego los de Airbus-Bombardier si les compramos C-Series o A-320 al por mayor.

Va a ser un fastidio de todas maneras que las mercadería­s de fuera nos resulten tan caras. Digo, tan acostumbra­dos que estamos a los iPhone, los Samsung Galaxy S8 y hasta los Huawei. Y qué me dicen de los coches coreanos, oigan, y de los televisore­s japoneses. Hablo del México de quienes consumen, desde luego, pero hasta el otro país —la mitad de la nación que, según parece, no ha logrado todavía conformar ese mercado interno tan recurrente­mente prometido por los politicast­ros y tan periódicam­ente recomendad­o por los economista­s— hasta los pobres, o sea, se verán afectados porque, como señalan los que saben, la inflación, que arreciará con el desplome de nuestra divisa, golpea sobre todo a las clases más desfavorec­idas.

Ya lo escribió Gil Gamés en uno de sus sabrosísim­os artículos: “…la verdad sea dicha: nos ha ido de la patada”. Y, caramba, nos va a ir todavía peor.

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