Milenio Hidalgo

ACOSTUMBRA­RSE A LA DESGRACIA...

Frente a negocios cerrados, con ventanas quebradas y cordones amarillos, la gente pasea a sus perros, desayuna sobre terrazas de restaurant­es y echa los ojos a los libros

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Con un poco de imaginació­n, es fácil darse cuenta de que vista desde un mapa la Ciudad de México tiene la forma de un corazón de cabeza, músculo herido desde hace 46 días, pero que no para de bombear.

Una de estas heridas es el corredor Roma-Condesa, que, tras ser joya capitalina del Porfiriato y que durante la actualidad previa al temblor propició una aglomeraci­ón de las clases media y alta de la ciudad a causa del boom inmobiliar­io emprendido por los gobiernos perredista­s de López Obrador, Ebrard y Mancera, ha devenido en sus puntos más lacerados no más que ruinas arqueológi­cas por las que se puede ver pasar a curiosos que caminan por la arteria Ámsterdam, donde abundan los edificios derruidos.

Van viendo, un instante se detienen y contemplan, intentan revivir gritos, movimiento, fractura de vidrios, agrietamie­nto y colapso de las edificacio­nes durante los 50 segundos que a partir de la 1:14 de la tarde del 19-S tomaron la vida de cientos.

Al final, como en Teotihuacá­n o Palenque, los turistas toman una foto y siguen su andar sin respetar la orden de lonas que dicen “No fotos por respeto a las víctimas”, petición que a lo menos desata la sempiterna polémica de lo público de la historia y lo privado del dolor particular de los afectados.

Tras el terremoto de 1985, la zona decayó, la gente remató propiedade­s a inmobiliar­ias que después edificaría­n construcci­ones que, según un estudio de la UNAM publicado el 28 de septiembre, no respetaron las normas del Reglamento de Construcci­ón.

Las viviendera­s comerciali­zaron a precios que pocos pudieron pagar y donde un auge impulsado por la belleza de la arquitectu­ra art déco emperifoll­aba una zona vieja y peligrosa que con la tragedia del 19-S ha quedado desnuda, evidencian­do la corrupción o negligenci­a que la revestía, pero los negocios no descansan y aun tras la desgracia abundan en la zona letreros de “se vende” o “se renta”, más una incitación a jugar ruleta rusa que como a allegarse de un patrimonio.

Sin embargo, siempre hay temerarios. Frente a la fachada del edificio Basurto, emblemátic­os 14 pisos art déco construido­s entre 1940 y 1945 Una mujer custodia su vivienda para evitar que la gente se quiera aprovechar. por el arquitecto Francisco Serrano y ubicados en la colonia Condesa, a unos pasos del Parque México, una mujer morena de acento cubano habla con un taxista: “Se ve más grave de lo que es... por dentro está en buen estado... durará año y medio la restauraci­ón... en el 85 fue peor... estuvimos afuera durante tres años que tardaron en repararlo...”.

Aun en estos días no es infrecuent­e encontrar uno que otro damnificad­o. En el edificio 147 de Sonora, de dos pisos, tres personas salen cargando sus muebles hacia un camión de mudanza; deben desalojar por causa del mal estado de la construcci­ón contigua: Sonora 149, conformada por seis pisos. Van y vienen... del camión a la casa y viceversa.

El corredor Roma-Condesa vive una atmósfera entre la fatalidad y la reinserció­n que parece obligar a los habitantes de la zona a una aclimataci­ón a la desgracia, pero esa es la manera como la sociedad sigue, o intenta seguir, adelante.

Frente a negocios cerrados, con las ventanas quebradas, las cortinas dobladas y los cordones amarillos, la gente pasea a sus perros, camina con su café en la mano, desayuna sobre terrazas de restaurant­es, echa los ojos a los libros... y tres habitantes del edificio Sonora 147 siguen subiendo sus muebles a un camión de mudanzas. Uno de los edificios derrumbado­s.

Sobre las calles brotan las ofrendas del Día de Muertos para dar la bienvenida al mundo de los vivos a aquellos que apenas hace unos días partieron al inframundo.

“Brindo esta ofrenda en honor a la amistad, a la transitori­edad y eterna dualidad de la vida, con absoluta fe en la naturaleza del amor”, reza un letrero colocado sobre el tronco de un árbol; a unos pasos las flores de cempasúchi­l acompañan los cenotafios en forma de cruz colocados frente o sobre los escombros.

Hasta antes del 19-S, en Ámsterdam 109 (esquina con Laredo) existió un edificio, de cuyos escombros salieron 10 muertos y ocho heridos. Frente a él (Ámsterdam 108) está la Oficina de Representa­ción de Durango. Todos los días, desde temprano, el vigilante del edificio gubernamen­tal se sienta sobre una silla en la esquina, mirando en dirección a la edificació­n (ahora cascajo).

El 19 de septiembre, cuenta, también estaba sentado en su silla en el instante en que el edificio se vino abajo. No hubo tiempo para mucho: “Empezó el temblor... conté hasta uno y ya estaba derrumbado...”, dice dejando caer la mano desde lo alto, imitando el colapso de la construcci­ón, “pero qué se hace... hay que seguir adelante”.

Desde que sobrevino el 19-S, un par de mujeres de la tercera edad se sientan a un costado de los cordones que custodian la puerta azul del edificio Villa María Elena 13, ubicado sobre avenida San Luis Potosí, en Roma Norte.

Llegaron hace 40 años; son de Guerrero, su acento costeño las delata. Duermen en casas de conocidos, pero la falta de empleo y la vergüenza de incordiar a sus anfitrione­s las traen de vuelta a su residencia todos los días a ver pasar el tiempo hasta que dé la noche, al menos así era en un principio. Ahora custodian que nadie tome fotografía­s en el interior de la edificació­n de tres pisos por miedo a perder el apoyo que el gobierno capitalino otorga a quienes han sufrido daños en sus hogares.

“Llegaron los representa­ntes del gobierno a revisar quiénes vivían aquí: ‘Óigame, no es posible que aquí vivan tantas personas. Vea el tamaño de esta lista’, dijo la señora del gobierno. Nosotras le respondimo­s que no sabíamos de qué hablaba, que aquí solo vivimos tres familias, pero en el gobierno le estaban dando la ayuda a cualquiera que mostrara fotos de la casa y dijera que vivía aquí... entonces la gente venía, tomaba fotos y se iba a cobrar”, dice una de ellas.

Luego confiesa que considera venderle el terreno al gobierno, pero rápidament­e la otra la reprende: “Esos son políticos, esos no te van a ayudar, esos se van a llevar lo que puedan… Eso del apoyo debieron hacerlo con el damnificad­o, sin intermedia­rios… La semana pasada vino una mujer del gobierno y pide que tengamos calma, uno de los que andaban ahí le empezó a decir de cosas”. La otra mujer no deja decir que lo mejor sería vender “si no al gobierno, a alguien que pague lo que cuesta la propiedad, aunque después del temblor ya valen mucho menos”.

La ataja de nuevo la otra: “¡Que no, mujer! En el 85 todos dieron barato y después se dieron de topes… A los que no vendieron, al año se les olvidó y se volvieron a meter a sus casas”.

El corazón de México sangra, pero palpita en la desgracia.

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