Milenio Hidalgo

“NO VIENEN MUCHAS PERSONAS, PERO HOY ESTÁ MÁS TRANQUILO”

El mercado Benito Juárez marcaba el final del trajinar, a partir de ese punto el flujo vial era más constante

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Domingo, 11:30 de la mañana. El centro de la ciudad de Pachuca lucía un habitual congestion­amiento vial, las angostas avenidas, el exceso de autos, transporte público y los imprudente­s peatones hacían que transitar por el lugar, aún a temprana hora, fuera un caos.

Desde los vehículos se observaban decenas de personas con bolsas de mandado, frutas, verduras y todo lo necesario para preparar la comida del día; niños, jóvenes, padres, madres y adultos mayores llenaban las calles aledañas al Reloj Monumental. Algunos con prisa, otros con calma, caminaban bajo el potente rayo del Sol y aprovechab­an para echar un vistazo a los aparadores de las tiendas de ropa, zapatos, dulces y juguetes.

Los religiosos que salían de misa en la iglesia de La Asunción compraban pan, helados, paletas, papas y otras chucherías para saciar la sed comer algunos antojos, mientras que en las áreas de mercados continuaba el constante ir y venir de personas.

A cambio de unos pesos, los “viene viene” apartaban lugares y echaban aguas a los conductore­s que desesperad­os buscaban lugar para aparcar.

El mercado Benito Juárez marcaba el final del trajinar, a partir de ese punto el flujo vial era más constante y en medida en que se avanzaba hacia los barrios altos, volvía la calma de fin de semana.

La pendiente y los numerosos topes impedían acelerar, pero dejaban ver la imagen panorámica de la ciudad. Al llegar al final de las casas, la vegetación cubría los cerros y el retrato urbano cambiaba por uno natural.

La señalética indicaba que era el camino correcto para Real del Monte, Mineral del Chico y hasta Tampico. Ya entrada la carretera, de repente, un anuncio marcaba la desviación para Cristo Rey.

Tras tomar la dirección señalada, ningún otro anuncio confirmaba hacia donde llevaba la antigua y olvidada entrada, el movimiento era casi nulo y el paisaje de cerros se extendía hacia el horizonte.

Una pareja de jóvenes enamorados descansaba al pie de carretera y observaba las ruinas de lo que un día fue una importante hacienda minera; preguntarl­es alguna indicación resultaba infructífe­ro, la única referencia que tenían era la de la misma desviación.

Después de conducir con incertidum­bre por un par de minutos, la figura de cantera rosa de 33 metros daba la bienvenida.

El tumulto y ruido del centro de la Bella Airosa cambiaban por completo a un ambiente de paz y tranquilid­ad, tal vez demasiado quieto para un sitio turístico.

En las faldas del monumento a Cristo estaba instalado un pequeño puesto que ofrecía fruta, agua y algunos dulces. Más arriba, en una mesita había playeritas, gorras, fotos y llaveros de recuerdo.

El desértico cuadro abarcaba todo el lugar y las pocas personas que cuidaban el sitio parecían tan acostumbra­das a la soledad que al ver a un extraño se escondían.

La señora lamentaba, “no vienen muchas personas, pero hoy está más tranquilo de lo normal”.

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El monumento Cristo Rey de Pachuca.

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