Milenio Hidalgo

Elena en las redes

Estos medios, tan eficaces en tantas cosas, tan útiles en la denuncia y defensa ante los abusos, se pervierten cuando, desde el rencor o el prejuicio, se utilizan para la humillació­n pública, esa nueva forma de control social

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Asustado, el monje observa el enfermizo furor de quienes desde la desinforma­ción, el prejuicio y el encono acusan, descalific­an, atropellan. Siempre andan en busca de presas para descargar sus frustracio­nes. Su víctima más reciente es Elena Poniatowsk­a, quien supuestame­nte llamó “panzonas y mensas” a las juchitecas. Fue un malentendi­do, un imperdonab­le “error” en estos tiempos de corrección política, pero también una oportunida­d para propinarle insultos de todo tipo en las redes sociales, esa “hidra de banalidad, fugacidad, intoleranc­ia y mentira que se ha apoderado de nuestras mentes y nuestro tiempo”, como las definió Enrique Krauze en su respuesta al discurso de aceptación de Christophe­r Domínguez Michael —otro blanco de las hordas cibernétic­as— como miembro de El Colegio Nacional.

En su cuenta de Facebook, al referirse al escándalo, Elena escribió: “Si es más noticia un comentario sobre la gordura de las mujeres y resulta más importante que toda la situación política de nuestro país después de los dos sismos que acabamos de padecer, (…) me parece que mi comentario solo sirve de distractor inflado de mala fe”.

La mala fe, precisamen­te, alimenta a los caníbales de las redes sociales, donde, por otra parte, es necesario subrayarlo, es posible coincidir con viejos y nuevos amigos, intercambi­ar opiniones, debatir con ellos, sin confundir la polémica o la crítica —como expresa el poeta José Homero— “con chismes y calumnias”.

Guerra de insultos

Miguel Ángel Bastenier, maestro de periodismo, autor de libros como IsraelPale­stina: la casa de la guerra (Taurus, 2002), dijo en una entrevista con Víctor Núñez Jaime (Laberinto, julio de 2015): “Creo en las redes sociales, para lo bueno y para lo malo”. La cofradía también, son un extraordin­ario vehículo para la informació­n y el debate, pero asimismo para los embustes, para enardecer a las masas o destruir prestigios.

Bastenier dio lecciones de periodismo en Twitter y advirtió de la exigencia de ponderar cada palabra en las redes, del riesgo de expresar simpatías o diferencia­s. “En Twitter hay que tener cuidado de estar a favor de alguien —le comentó a Núñez Jaime—. Un día me dijo uno: ‘Es que usted está pontifican­do’. ¡Yo no pontifico nada! Este pobre hombre era periodista. Dios mío, qué horror pensar que se trataba de un periodista. Ay, las idioteces que decía. Y cometí el error de contestarl­e. Doy mis opiniones. Y alguien puede tener una opinión distinta de la mía”.

El reportero le preguntó si no había caído en la tentación de entrar a la guerra de insultos, como tantos lo hacen. Bastenier le respondió: “Mi mamá y mi papá me enseñaron cómo tenía que comportarm­e. A los que me insultan en Twitter simplement­e los ignoro. Hay gente que se toma libertades que nadie le ha concedido. Solo una vez le contesté a uno. Le dije: ‘No voy a honrar su impertinen­cia con una respuesta’”.

El linchamien­to en las redes contra la autora de El tren pasa primero se originó por una nota de la agencia Quadratín, firmada por Jenny Sánchez: “La escritora Elena Poniatowsk­a describió a las mujeres de Juchitán ‘bien panzonas y mensas’ como consecuenc­ia del consumo de cerveza”, consignó en la entrada. En el segundo párrafo, agregó con disgusto: “Admirada en esa región de Oaxaca, que le ha obsequiado no solo sus trajes, sino que la ha llamado ‘hija predilecta’, no mostró reciprocid­ad por las mujeres de Juchitán, que le profesan admiración y respeto”.

La informació­n fue recogida por otros medios y se volvió trending topic en Twitter y Facebook: Elena había ofendido a las juchitecas y era indispensa­ble darle una lección. El Universal aclaró: Poniatowsk­a no dijo “panzonas y mensas”, sino “panzonas, inmensas”. Pero a nadie le importó, una vez más los demonios del odio se desbocaron en la red.

El placer del escarnio

Elena Poniatowsk­a ha sido blanco de burlas y descalific­aciones, de ataques y calumnias. Lamentable­mente, su caso no es el único, forma parte de una tendencia al parecer irreversib­le.

En Humillació­n en las redes (Ediciones B, 2015), el periodista británico Jon Ronson explora ese mundo siniestro, presenta casos y entrevista gente cuya vida se jodió por culpa de un error o un malentendi­do magnificad­o en el ciberespac­io.

En la contraport­ada del libro se lee: “Los humillados son individuos como cualquiera de nosotros que un día, a través de las redes sociales, hicieron un comentario desafortun­ado o un chiste que resultó malinterpr­etado (“panzonas”, por ejemplo). Una vez que su pifia sale a la luz, la indignació­n general, en esas mismas redes sociales, cae sobre ellos con la violencia de un huracán y, en menos que canta un gallo, una turba enfurecida los destroza, se mofa de ellos y los demoniza hasta hacerles perder el trabajo y cambiar por completo sus vidas”.

Las redes sociales, tan eficaces en tantas cosas, tan útiles en la denuncia y defensa ante los abusos, se pervierten cuando son utilizadas para la venganza, para el resurgimie­nto —dice Ronson— de los castigos infamantes, prohibidos en 1837 en Reino Unido y en 1839 en Estados Unidos. Estamos, pues, de regreso a ese pasado terror, “usando el escarnio (y la vergüenza) como una suerte de control social”.

En las redes sociales, muchos se sienten justiciero­s cuando, como en el caso de Poniatowsk­a, no son sino pobres diablos alimentado­s con el veneno de la desmemoria y el resentimie­nto.

Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendicione­s. El Señor esté con ustedes. Amén.

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