Milenio Hidalgo

Agustín Gutiérrez Canet

Como titular de la SEP, promovió la educación pública y gratuita de 12 años, en lugar de seis. Su propuesta, desgraciad­amente, no se concretó. Ahora seríamos otro país

- Agustín Gutiérrez Canet @AGutierrez­Canet gutierrez.canet@milenio.com

Roma. Oportuno y merecido homenaje ha rendido la UNAM a uno de sus hijos más preclaros: Porfirio Muñoz Ledo.

No comparto esa arraigada costumbre de esperar la muerte para expresar fervorosos elogios a ilustres personajes, cuando en vida son, en ocasiones, más incomprend­idos que admirados.

Las buenas acciones de Muñoz Ledo en favor de la República superan en exceso sus defectos personales, que los tiene como todos, pero pocos tienen su amor a la patria, brillante inteligenc­ia y amplia cultura.

A Winston Churchill se le atribuye haber respondido así a la crítica de una dama: “Querida, tú eres fea, pero mañana yo estaré sobrio y tú seguirás siendo fea”. Y Churchill pasó a la historia por ser un gran estadista.

El homenaje de la UNAM es muy apreciable, pero el mejor reconocimi­ento será cuando se logre la reforma del Estado, que con tanto ahínco Muñoz Ledo ha luchado, en contra de los defensores del

statu quo, acaparador­es del poder político y económico.

A los actuales beneficiar­ios del sistema no les interesa sustituir la adulterada Constituci­ón de 1917, por una sólida y firme estructura legal, que sea respetada por todos bajo la mano justa del Estado. Lo que sí les conviene es colocar en la silla presidenci­al, por medio de apariencia­s legales, al candidato que les garantice seguir disfrutand­o privilegio­s e impunidad.

Porfirio ha sido acusado de chapulín por haber pasado por casi todos los partidos de centro izquierda como presidente, fundador, diputado, senador, embajador, secretario de Estado. Pero su leitmotiv ha sido siempre la reforma del Estado.

En 1934, el filósofo Samuel Ramos escribió en El perfil del hombre y la cultura en México:

“Es notoria la ausencia de grandes personalid­ades intelectua­les que, dotadas de una conciencia clara de nuestro singular destino histórico, sean capaces de orientarno­s en medio del caos que nos envuelve”.

Porfirio, bajo la guía de Mario de la Cueva, Ignacio Morones y Jaime Torres Bodet se convirtió en una de esas conciencia­s claras. Como secretario del ramo, promovió la educación pública y gratuita de 12 años, en lugar de seis. Su propuesta, desgraciad­amente, no se concretó. Ahora seríamos otro país.

Una persona que trabajó con él me contó la anécdota que durante la presidenci­a de Vicente Fox llegaron a la Secretaría de Educación Pública, donde están los murales de Diego Rivera y de Roberto Montenegro. Se dirigió a la sala donde están los retratos de los titulares de Educación Pública de México. Descubrió que varios nombres no correspond­ían a la imagen. Llamó a un ujier y le pidió hacer los cambios pertinente­s.

En esa misma ocasión, confesó que el cargo de secretario de Educación Pública había sido el más importante en su carrera y el que más lo había marcado, porque suceder a grandes de México como José Vasconcelo­s o a su maestro Jaime Torres Bodet era una gran responsabi­lidad.

Como diplomátic­o desempeñó un brillante papel en calidad de representa­nte permanente de México ante la Organizaci­ón de las Naciones Unidas. Durante su gestión México presidió el Consejo de Seguridad y el Grupo de los 77, que agrupa a los países en desarrollo. Narraba que, viniendo de presidir el PRI, en la primera reunión que asistió del G-77 buscó identifica­r a los países líderes y los comparaba con la CNC, la CTM y la CNOP para tratarlos de manera acorde y lograr su colaboraci­ón. Fue una de las presidenci­as más exitosas del grupo.

En 1981, había que elegir secretario general de Naciones Unidas. México pudo haber presentado un candidato. Porfirio pensaba que debía ser él, en ese momento Representa­nte Permanente. Otros creían que Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa, entonces canciller, era el mejor candidato. La indecisión y las rivalidade­s impidieron que México presentara con oportunida­d una candidatur­a. Fue elegido Javier Pérez de Cuéllar, un secretario general poco brillante.

Cuando era embajador de México ante la UE, se celebró la Cumbre Unión Europea-América Latina y Caribe en Guadalajar­a. Las negociacio­nes fueron muy complicada­s. En un momento, el entonces secretario Luis Ernesto Derbez dijo que probableme­nte no se adoptaría una declaració­n. Muñoz Ledo se le enfrentó: dijo que no permitiría que sucediera lo mismo que en la Conferenci­a de la OMC en Cancún que había terminado en fracaso.

Había que sacar resultados, insistió. Forzó al entonces canciller a volver a la sala y continuar las negociacio­nes. Finalmente, la Cumbre salió adelante, pese a múltiples escollos provenient­es tanto de la parte europea, como de Venezuela y Cuba.

En 2017, las orientacio­nes de Muñoz Ledo y su experienci­a son imprescind­ibles para la nación, cuando vivimos sumergidos en la vacuidad, la frivolidad, la desinforma­ción y la manipulaci­ón.

El legado de Muñoz Ledo será como un volcán incandesce­nte en el valle de Anáhuac.

Posdata

El talentoso fotógrafo Rogelio Cuéllar exhibe 250 retratos de la literatura mexicana en el Centro de la Imagen, Plaza de la Ciudadela 2, Centro Histórico de la Ciudad de México. Inicia así la celebració­n por el 50 aniversari­o de su labor fotográfic­a. Enhorabuen­a, maestro.

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JORGE CARBALLO La UNAM rindió un homenaje al político.
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