A: Ventura
Las vidas plenas se agradecen, las líneas se respetan, los legados se valoran. Voy a platicarles de una figura que admiré desde pequeño, una persona que convertía un momento normal en una mágica plática, un charlista con memoria privilegiada, alguien que hablando lloraba o reía sin perder el hilo de su guion increíblemente improvisado, un histórico del periodismo de nuestro país: Jorge ‘Che’ Ventura.
Argentino de nacimiento, enamorado de México, profesional en toda la extensión de la palabra, tenía siempre una frase con la que te sacaba una sonrisa y alimentaba tu espíritu. Cada vez que lo escuchabas, tenías que estar dispuesto a aprender; cada vez que lo leías, ponías tu imaginación al tope; cada vez que lo veías, disfrutabas de una personalidad única: un verdadero dotado de sabiduría.
Conocerlo fue muy impactante para mí en su momento, tratarlo fue un honor. Uno de mis mejores amigos tomó clases con él, lo llamaba maestro y, de una manera “igualadamente respetuosa”, copié el mote para referirme a él. No merecía un menor calificativo.
La rutina de verlo cada semana durante los primeros años que convivimos fue matando el sentimiento de asombro, fue convirtiendo todo en una relación cotidiana y fui dejando de valorar el tesoro de aprender. Los últimos años ya solo nos saludábamos amenamente pero muy de prisa, algo que hoy me causa un dejo de arrepentimiento.
Al final de cuentas pensamos que las personas sabias son para siempre. En ocasiones hasta sentimos que sabemos más que ellos, dejamos de aprovechar las dosis de enseñanza que nos dan. Y en esos errores no hay vuelta atrás. Descanse en paz, don Jorge. Dejó un legado en el que transformó mil anécdotas en una gran aventura.