LO QUE MÁS ME GUSTABA ERA TIRAR MANGANAS A PIE...
Con más de 50 años practicando la charrería, Armando Pérez Monroy, dice sentirse orgulloso de contar con una familia a la que le gusta este deporte 100 por ciento mexicano y que, mientras pueda, lo disfrutará porque es su gusto...
Armando Pérez Monroy tiene “solamente” 87 años y a su edad, aún se siente joven. Como buena persona de campo y amante de la charrería, porta con orgullo su traje charro y convive con su familia a las afueras del lienzo Cuna de la Charrería.
No es precisamente una celebración, pero todos ríen y disfrutan de un rico consomé, barbacoa y tequila. Don Armando, acompañado de su esposa, pasea y da pequeños sorbos a su vaso; aunque una de sus hijas le insiste para que se siente, decide permanecer parado y admirar el escenario.
Sin hacer muchos cálculos cuenta que lleva más de 50 años dentro de la charrería, “antes competía, ahora ya me volví tráiler, porque me dicen traime esto y el otro”, bromea.
Recuerda que empezó en esto ya grande, pues en su juventud fue futbolista. “Jugué en el equipo de segunda división del Pachuca y después un amigo de Atotonilco de Tula me invitó a charrear con él, porque teníamos un equipo en Tetepango, pero no contábamos con lienzo ni nada, hacíamos casi puros piales”.
Menciona que decidió cambiar de deporte porque en aquel tiempo no le pagaban nada dentro del futbol; “el entrenador que teníamos aquí me llevaba a jugar a la Ciudad de México, pero a mi papá no le gustaba eso y me decepcioné, por eso mejor me quedé con la charrería”.
Don Armando permaneció en el equipo Amando Gil Laguna por más de 30 años, hasta que crecieron sus nietos y empezaron a charrear; “al final el equipo casi éramos todos nosotros, entonces acabamos por formar un representativo de la familia, así lo hicimos y hasta la fecha en eso estamos. Nuestro equipo se llama El Trébol 3 G”.
En sus años mozos, señala, hizo casi todo en la charrería, “menos jinetear porque ya estaba grande, pero todas las demás suertes las practiqué. De lo que más me gustaba era tirar manganas a pie y a caballo, aunque también terneaba muy seguido”.
Reconoce que “no era tan malo”, por lo que tuvo la suerte de ser campeón estatal en piales y manganas.
Asimismo explica que realmente no implicó un gran esfuerzo inculcar el deporte en su familia, “pues desde chiquillos yo los montaba cuando andaba en mi caballo y de ahí le agarraron el cariño a la charrería y todos se hicieron charros”.
Actualmente, comenta, ya no tiene hijos que compitan, “son mi puros nietos, porque desgraciadamente fallecieron tres de mis hijos y nada más me queda un hombre y a él no le gustó practicar”.
Asegura que hoy día ve este tipo de convivencia y se siente muy feliz de tener una familia charra, “además no sé si se deba a la disciplina que hay que tener en la charrería, pero con mucha satisfacción digo que todos son profesionistas, que mejor pagado puedo sentirme con que todos tengan una carrera y además siguen en el deporte”.
Sentencia que mientras pueda, disfrutará de esto, “es mi gusto y planeo seguir aquí”.