Jerusalén
Estamos ante uno de esos momentos de la historia donde el fascismo tergiversa el pasado para decir que las cosas son como él quiere que sean
Si hay un lugar en el mundo donde hoy por hoy la popularidad de Donald Trump es incuestionable, es en Israel. Desde luego, existe una franja minoritaria que incluso ahí le es adversa, pero la gran mayoría ve en él algo así como un mesías de la tierra prometida.
Fuera de ese país, la mayor parte de los habitantes del planeta sabemos que al presidente de EU le bastaron unos minutos para incendiar el Medio Oriente y generar una gran tensión de consecuencias impredecibles. Su reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel ha sido gasolina pura echada a la flama permanente de un conflicto que, por lo visto, está hoy más que nunca lejos de su solución.
Los extremistas son así: ven en sus decisiones una fórmula mágica que todos deben admitir para el bien de la humanidad. Así, Trump declara ante los medios que hay que aceptar lo “obvio”: Israel cuenta con una capital histórica y esa es Jerusalén, “sede de su gobierno, parlamento y tribunal supremo”.
En su delirante mensaje hace un llamado “para que todos respeten el statu
quo de la ciudad, de conformidad con las resoluciones pertinentes de la ONU”. Es decir, plantea que hay algunas resoluciones del organismo —el más ignorado por él y el gobierno de Israel— que son favorables a su determinación de dejar fuera al pueblo palestino de toda seña de identidad y territorio.
Estamos ante uno de esos momentos de la historia donde el fascismo tergiversa justamente el pasado para decir alegremente que las cosas son como él quiere que sean.
A eso, el loco habitante de la Casa Blanca le llama “reconocimiento de una realidad histórica”. Acto seguido, otro personaje demencial, Netanyahu, agradece a su nuevo Moisés (¿o Dios?) que elimine con un rayo a los vecinos (obligados) y adversarios del Estado israelí. Se acabó: el mundo es como lo dicta Trump. Entonces Netanyahu … se planta ante los medios y dice lo obvio: “Desde hace 3 mil años Jerusalén es la capital de Israel”. Nadie lo sabía. Una parte de los poderes que tienen los profetas de la ultraderecha es precisamente informar de una nueva historia hecha a su medida.
Para Trump no hay duda: “Jerusalén es el corazón de una de las más exitosas democracias del mundo, un lugar donde judíos, musulmanes y cristianos pueden vivir según sus creencias”. De seguro ahí podría vivir cualquiera, siempre y cuando reconozca a la pluralísima Jerusalén como capital de Israel.
Ahora, la operación de reubicar la Embajada de Estados Unidos a Jerusalén es vista por Trump como una decisión que no se tomaba “por miedo a afectar las negociaciones de paz, pero décadas después no estamos más cerca del acuerdo. Este es un paso largamente postergado que permitirá avanzar en el proceso y trabajar en la consecución del pacto”.
Aunque desde hace 3 mil años Jerusalén es la capital “eterna e indivisible” de Israel, el tema por lo visto no estuvo muy claro en el siglo XX, al grado de que la invención del Estado judío fue posible gracias a dejar a los palestinos sin tierra. En realidad, fue en 1980 cuando Israel se apropió del resto de Jerusalén que antes compartía con los palestinos, lo que provocó el casi unánime rechazo de la comunidad internacional. Y sí, de ahí proceden varias resoluciones de la ONU, pero todas aluden básicamente a la ilegalidad con que se conduce el Estado judío. Las acciones de Israel, contrarias al derecho internacional, hicieron que la mayoría de las naciones trasladaran sus misiones diplomáticas a Tel Aviv, precisamente para evidenciar la unilateralidad y el desacato en que ha incurrido sistemáticamente el Estado hebreo. Como ciudad sagrada para judíos, cristianos y musulmanes, Jerusalén vivió durante siglos una situación única. No haremos aquí apología de una paz que ha sido inexistente a lo largo de la historia, pero evidentemente la tolerancia conoció mejores épocas en ese espacio. La contribución que está haciendo Trump a la inestabilidad en la región es notable. Los terroristas del Medio Oriente deben ser los más felices por encontrar un enemigo tan demencial como ellos, que justifique todo su fanatismo. La reacción inmediata al anuncio de la Casa Blanca de trasladar su embajada a Jerusalén y al beneplácito y agradecimiento de Netanyahu, son las protestas en frontera de Gaza, así como las declaraciones de muchos gobiernos del mundo que simplemente no avalan la prepotencia y lógica expansionista de Israel y su aliado estadunidense. Pero en el mediato y largo plazo la respuesta será un incremento de la violencia, incluida, claro está, la terrorista.