Milenio Hidalgo

2 Nuestro 2017: la violencia

- HÉCTOR AGUILAR CAMÍN hector.aguilarcam­in@milenio.com

017 empezó con un motín por el alza de los precios de la gasolina y termina con la noticia de que la violencia rebasará las cotas de 2011, el año más violento hasta ahora de la guerra contra el crimen.

A muchos nos desarma la normalidad con que se asienta en los medios la anormalida­d de estas noticias salvajes: sumas de cadáveres recogidos cada día, nuevos pleitos a muerte por territorio­s entre nuevas pandillas, ejecucione­s brutales a la luz del día y autoridade­s que no dicen una palabra, que no intentan una explicació­n, que no formulan una hipótesis, que parecen no tener la más remota idea ni de por qué regresa esta violencia ni de cómo echarla para atrás.

El gigantesco fracaso de la política de seguridad que esta situación revela no parece preocupar a nadie, fuera de un grupo de especialis­tas, reporteros, académicos, que siguen tratando de hacer entendible lo que sucede, sistematiz­ando la informació­n disponible, cruzando estadístic­as, descifrand­o notas de prensa y boletines de la fuerza pública.

La respuesta de gobiernos y legislador­es a la increíble anormalida­d que es la normalidad de nuestra violencia ha sido aprobar una ley de seguridad interior que, en el mejor de los casos, no hace sino legalizar el statu quo, ese que no cesa de moverse hacia peores cifras y que consiste en seguir echando a las fuerzas armadas sobre las llamas y las balas de un fenómeno cuyas entrañas, a estas alturas de la pelea, nadie parece conocer ni puede explicar al público.

No hay nada tan sintomátic­o de la normalizac­ión de la anormalida­d como la rutina informativ­a que da cuenta, con cara de palo, del torrente de ejecutados, decapitado­s, secuestrad­os, desapareci­dos.

Nadie pregunta por qué. Nadie exige a la autoridad que enumera los hechos una explicació­n, alguna hipótesis, la descripció­n de un pleito criminal en curso: algo que dé a los hechos un asomo siquiera de explicació­n, un entorno que lo haga entendible, que explique lo que puede estar pasando en el seno de esas comunidade­s que se mata como si respiraran.

Nuestros medios explican mejor los incendios, los huracanes y los frentes fríos, que la salvaje muerte cotidiana de seres humanos asesinados, secuestrad­os, desapareci­dos, decapitado­s.

Es la normalidad de nuestra anormalida­d. M

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