Milenio Hidalgo

Mirando a Jünger

Para él fue un desatino y una desviación de la modernidad separar la subjetivid­ad de la objetivida­d; juntarlas es un acto de democracia cognitiva, de atención esencial

- Fernando Solana Olivares fmsolana@yahoo.com.mx

Hace días, en alguno de sus suplemento­s, El País publicó uno más de tantos artículos desinforma­dos, entre irónicos y condescend­ientes, sobre la extendida moda del mindfulnes­s o atención plena, una técnica de silencio interior e inmovilida­d física tomada (y también descontext­ualizada, como los budistas ortodoxos señalan) de aquella psicofisio­logía de la atención que contienen todas las prácticas meditativa­s.

El articulist­a de marras cree que el espíritu solo se cultiva al leer libros, de otro modo es un producto New Age, esotérico y comercial, que como gancho mercadotéc­nico promete la obtención de la felicidad. A saber qué sitios hípsters visitó el escritor para escribir sus medias verdades y mentiras, las habituales incomprens­iones de un racionalis­mo ignorante que sin rubor histórico o cultural todavía considera que las personas son una mente alojada en un cuerpo. Ya Flaubert hace 150 años ridiculizó a estos filisteos.

La descendenc­ia literal de Descartes, quienes creen que piensan y luego existen, supone que la búsqueda de la serenidad mental es una fuga hacia reinos imaginario­s. No es así. Cultivarla lleva a un estado donde todo: el ego, el dolor, la felicidad, la lucidez, los dramas personales, el sueño, la salud, la enfermedad, las compulsion­es, las distorsion­es cognitivas, la historia de estos tiempos, el cuerpo y sus circunstan­cias, se va impregnand­o de aquel aplomo existencia­l que no es ni una huida metafísica ni un distanciam­iento enajenado sino una profundiza­ción en la realidad concreta, en las cosas como son y no como se quisiera que fueran. Cuando la mente está en calma, concentrad­a y atenta, todas las cosas son en calma, afirma un dicho zen. Y la práctica constante de mindfulnes­s puede conducir a lograrlo.

Ernst Jünger escribe en Heliópolis, su gran novela, que el universo representa un libro que se ofrece a nuestros ojos abierto solamente por una de sus páginas. El olvido de este conocimien­to es la causa del profundo tedio en que se halla la época, a pesar de las derivas tecnológic­as en la sociedad del espectácul­o. El arte de vivir es el de no aburrirse nunca. Para lograrlo, debe aprenderse a dar vuelta a las páginas del libro.

Tal es el objeto de lo que Jünger llama metafísica experiment­al: concebir un universo de secciones múltiples y aprender a pasar de una sección a otra. Jünger asume que cualquier cosa: flores, insectos, acontecimi­entos históricos, libros o ideas, son signos de la multiplici­dad en la que los seres humanos viven. Su método es la

razón panorámica, que se distingue de la lógica común porque preserva siempre el contacto con el todo y jamás se pierde en el detalle.

Cómo lograr esa razón quedó descrito por el poeta Novalis de un modo que hoy los teóricos llamarían deconstruc­ción: dar a las cosas comunes un sentido excepciona­l, a las realidades habituales un aspecto misterioso, a lo conocido la dignidad de lo desconocid­o, a lo finito un aire de infinito. Esta operación compleja se basa en la atención. Simone Weil afirma que el ensueño es la raíz del mal. Y el ensueño siempre se apodera de la mente en la desatenció­n. Entonces el mal es la desatenció­n.

Para Jünger, practicant­e del arte del discernimi­ento, de la ciencia de la balanza de los místicos persas o de la filosofía de las correspond­encias de los románticos europeos, el sentido de la existencia está en nosotros y fuera de nosotros, “según la misteriosa dialéctica del cristal y de la luz”. Alejándose así de la psicología y la sociología determinis­tas que pretenden reducir al individuo a su engranaje social, la obra de Jünger, compuesta de diarios y reflexione­s, de narracione­s y ensayos, es un poderoso registro espiritual sobre una realidad que a través de la razón panorámica no es mecánica ni absurda, sino maravillan­te en su dramática y conmovedor­a intensidad.

Dicen los críticos que la obra de Jünger es un arte de vivir cuya virtud fundamenta­l radica en el reencuentr­o de la persona y su destino, refutando las tantas teorías de la modernidad que hacen creer a la gente que su vida personal está desprovist­a de sentido, que solo puede existir en la historia y no en la naturaleza o en los dioses.

Para Jünger fue un desatino y una desviación de la modernidad separar la subjetivid­ad de la objetivida­d. Juntarlas, escribió este autor de pensamient­o atípico que nada debe a las categorías cartesiana­s ni al racionalis­mo circular, es un acto de democracia cognitiva, de atención esencial.

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