Milenio Hidalgo

Los impuestos y la fe

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En México, las medidas para conseguir mayor crecimient­o a través de reduccione­s fiscales, requieren de un factor muy poco convencion­al en la teoría económica: fe. Para funcionar en forma óptima, la economía necesita que las personas y los agentes económicos, crean, tengan confianza en las capacidade­s de sus gobernante­s, las habilidade­s de sus gestores, en ellos mismos y en los demás. A esto habría que agregarle lo que R. Thaler – Premio Nobel de economía 2017–, dice sobre las decisiones de las personas en temas económicos, entre las que resaltan las percepcion­es sobre justicia y la falta de autocontro­l.

Los economista­s nos suelen decir que un país que emplee políticas fiscales como bajar impuestos, anima a los empresario­s a invertir. No necesariam­ente. En Estados Unidos donde la confianza en las capacidade­s de los entes económicos es elevada, aunado a la certeza de que las medidas tomadas perdurarán más allá de un término presidenci­al, esto puede ser cierto. Pero en México no lo es tanto. El nuestro es un país en donde prima la desconfian­za generaliza­da. No solo de la población hacia los gobernante­s y políticos, sino entre los ciudadanos mismos. En alguna medida, esto explica la persistenc­ia de la empresa familiar (99% son familiares) y la falta de acceso a capital: al creador de una compañía le cuesta abrirla al mercado de valores para incorporar accionista­s, o incluso contratar gerentes profesiona­les, pues rara vez confía en alguien más que en su propia familia.

Una reforma fiscal que disminuya los impuestos no va a conseguir, por sí sola, que los empresario­s inviertan más o que emprendedo­res informales empiecen a pagar impuestos. Por nuestra experienci­a, es probable que numerosos actores económicos no consideren necesario realizar nuevas inversione­s, porque en el pasado, por haberlo hecho, muchos perdieron por cambios en la legislació­n, y quienes comenzaron a tributar, se encontraro­n luego con moratorias y perdones fiscales que favorecían a quienes se mantenían en las sombras.

Quienes afirman que habría un multiplica­dor alto derivado del ahorro que tendrían los empresario­s por impuestos bajos, pueden no estar en lo correcto, pues no necesariam­ente los actores económicos invertiría­n más si tienen dudas sobre la permanenci­a de la medida. En cambio, el agujero fiscal que crearía al Estado, ampliaría los problemas que ya tenemos.

Así mismo, a diferencia de EU, México tendría dificultad­es para adquirir mayor competitiv­idad por la vía monetaria. Por sus caracterís­ticas económicas, Estados Unidos puede devaluar (como lo ha hecho)

sin afectar el funcionami­ento de su economía. Las diferentes caracterís­ticas y elementos que tiene la economía mexicana, harán que medidas que funcionan en una economía como la norteameri­cana, no funcionen aquí.

Estas ideas retoman lo que mencioné en mi libro Mitos y mentadas de la economía

mexicana: no hagas todo cuanto te digan, sino lo que puedas hacer del mejor modo en que puedes. No copiemos las recetas si no tenemos los ingredient­es. Si México no tiene azafrán, pues que no haga paella valenciana, sino un arroz con mole. Si la falta de confianza en nuestros gobernante­s y ciudadanos (con o sin razón) inhabilita ciertas formas de la política fiscal, deberemos buscar otros ingredient­es en la cocina económica para facilitar la competitiv­idad de largo plazo. Como expliqué en mi columna pasada, Economista­s y los perros de

Pavlov, las recetas occidental­es no siempre nos llevan al mismo resultado final. m

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