Milenio Hidalgo

Pelea de grillos

- Jacques Rogozinski

Los he visto saltar de un lado a otro como si no hubiera peligro y no tuvieran problemas en cambiar de lugar. Se mueven, vuelan sin reprochars­e nada. No tienen moral. Les da igual hoy estar en una casa verde que moverse luego bajo el sol amarillo. Y hay grillos que son capaces de dejar una casa de suaves paredes azules, por un espacio que para muchos es una zona peligrosa de tan morena.

Pero estos grillos se cotizan. A todos parece gustarles verlos pelear. Unos muerden de manera convencida, como si quisieran acabar con la víctima con la que antes convivían.

Todo grillo es, por definición, pequeño. Pero incluso aquellos que proyectan una imagen gigante, de esas que dan miedo, pueden ser aplastados de un manotazo.

Pero son fieros. Su esencia es depredar, como las langostas. A cuanto puedan le harán un agujero para su propio beneficio.

No hay grillo que se precie, que no hable hasta por las alas. Ese canto sirve para atraer a otros como ellos y fomentar la reproducci­ón de la especie. Los grillos que mejor cantan, los que mejor se presentan en sociedad, tendrán la oportunida­d de convencer a otros u otras para mantener su existencia a salvo.

Y esos grillos, que parecen inofensivo­s, son capaces de pelear en batallas épicas que acaban con unos victorioso­s, poderosos y adorados; y los otros derrotados, echados a la calle.

Pero un momento, calma, creo que debo detenerme unos segundos, porque tal vez usted, querido lector, suponga que estoy creando una metáfora de la política mexicana. Oh no, no hablo de grillas ni grillos de los partidos políticos. En realidad, hablo de grillos verdaderos, nada humanos y nada acomodatic­ios.

Solo recordaba que, en China, adoran a los grillos, las arañas, escorpione­s, y otros insectos peleadores. Hay más de veinte criaderos de grillos muchos dedicados, según BBC Mundo, a producir gladiadore­s para la lucha. La pelea de grillos comenzó hace mil años y hoy sigue siendo como era entonces, entre dos insectos en una caja para ver quién es más agresivo. Cada grillo requiere una dieta y tiene un entrenador, quien lo hinca para irritarlo y sacarlo a pelear. Los jueces determinan quién es el mejor, según reglas que datan del siglo XIII. Los ganadores pasan por rondas eliminator­ias. Los resultados se publican en una cartelera en la vía pública. El dueño gana mucho dinero.

En Beijing, donde tuve la oportunida­d de presenciar varias de estas peleas, más de 20 equipos participar­on, según la BBC, en el Campeonato Nacional de Lucha de Grillos. “Los insectos están identifica­dos con nombres que destacan sus atributos físicos, así que, en uno de los combates, Colmillo Rojo dominó a su adversario Pata Negra ante la algarabía y ovación de los espectador­es”.

Cada equipo puede tener hasta 30 grillos de pelea. Los cuidan en jarrones de barro y los alimentan con una pasta especial. “Crío grillos porque admiro su espíritu positivo. Nunca reconocen la derrota, tienen un espíritu luchador”, dijo a la prensa Man Zhiguo, un entrenador con más de 20 años adiestrand­o insectos.

Son solo un pasatiempo, aseguran, que rara vez acaba llevando la sangre al río. Por eso, calma, que hablo de grillos simpáticos y no de otros con dientes que muerden, aunque parezcan inofensivo­s. Un grillo peleador, un gran campeón, puede valer hasta 1,600 dólares. Un grillo humano, saltador de fronteras políticas, puede tener otro precio, segurament­e no el mismo valor que un insecto de pelea. Aunque de estos, no sé si se lanzan al “ring” los más preciados ejemplares. m

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