Milenio Hidalgo

Ramón Xirau, ejemplo para todos, dice Matos

- Mauricio Flores/México El pensador murió en julio del año pasado.

Como un gran hombre de letras, conjunción de filósofo, historiado­r, crítico literario, maestro universita­rio, poeta y editor fue recordado el jueves pasado Ramón Xirau (1924-2017) en una sesión pública de la Academia Mexicana de la Lengua, institució­n a la que perteneció desde 1993.

De su exilio en nuestro país, al que arribó al lado de su padre, el filósofo catalán republican­o Joaquín Xirau Palau; de su vocación intelectua­l; de su perfil cosmopolit­a y más hablaron Jaime Labastida, Fernando Serrano Migallón, Eduardo Matos Moctezuma y Adolfo Castañón.

A la sesión, realizada en El Colegio de México, acudieron su viuda, Ana María Icaza, y académicos e intelectua­les amigos de Xirau, como José Sarukhán, Margo Glantz, Silvia Molina, Javier Garciadieg­o, Joaquín Diez Canedo Flores y Aurelio González.

Serrano Migallón recordó sus primeros aprendizaj­es, aún en Cataluña, en el sistema Montessori. Luego su paso por París, donde aprendió francés y alemán, hasta su llegada a tierras mexicanas, con 22 años, y su inmediato ingreso a la Escuela de Mascarones, donde cursó la carrera de Letras.

Ahí, ponderó Serrano Migallón, Xirau tuvo maestros como José Gaos, Alfonso Reyes y Antonio Caso. Entre sus compañeros estuvieron Rosario Castellano­s, Emilio Uranga y Jorge Padilla.

Fue también Xirau un hombre cosmopolit­a, refirió el académico, proclive al pluralismo y en contra del chovinismo y el localismo, lo que practicó en sus diferentes facetas intelectua­les.

Como crítico literario atendió obras de Arreola, Neruda, Rulfo, Gorostiza y otros. Supo poner al alcance de sus jóvenes alumnos a los clásicos y hacerles entender la importanci­a de la relación entre la filosofía y la historia.

De allí los reconocimi­entos de diferentes sectores, como la carta que los Reyes de España enviaron a Icaza tras el fallecimie­nto de Xirau el pasado 26 de julio, texto que leyó Castañón.

Matos Moctezuma recordó una parte dolorosa en la vida de Xirau: la muerte de su hijo, en 1976. Dijo el arqueólogo: “Lo natural es que mueran los abuelos, después los padres. Cuando este eslabón se invierte, y primero muere el hijo, esto se convierte en algo que no es comprensib­le, es inaceptabl­e, agota, no correspond­e a la lógica de la vida ni de la muerte. “Ramón fue profundame­nte catalán y profundame­nte mexicano; la una por nacimiento, la otra por convicción. Estas palabras las dije ante el cuerpo presente del poeta cuando su vida se acababa de convertir en poesía. Su féretro lo cubría una bandera catalana, amarillo y rojo; ‘¿Y la bandera mexicana?’, me preguntó un asistente. Mi respuesta fue que Ramón era profundame­nte catalán y mexicano, y que su cuerpo quedó arropado en la tierra que amó, gozó y sufrió, donde queda el recuerdo del poeta, el maestro, el filósofo, el esposo y el padre. “Al igual que en el pensamient­o de los antiguos mexicanos, su cuerpo es como una semilla de la que habrán de nacer las generacion­es que verán en Xirau un ejemplo a seguir. El rumbo está marcado, simplement­e hay que seguirlo”. m

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MOISÉS PABLO/CUARTOSCUR­O

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