AMLO: fe, medios y fines
Ha conseguido instalar entre sus seguidores la convicción de que se hallan ante una causa superior que, para ser alcanzada, admite el uso de todos los medios a su alcance
Es tal la acumulación de los problemas nacionales (violencia, corrupción y pobreza, entre los principales) que una buena parte de la sociedad, desde la más humilde hasta la que mejor ha vivido por muchas generaciones, tiene centradas sus esperanzas en un proyecto que de diversas formas apela a la salvación del país en un sentido que va más allá de la política.
En la percepción de esos ciudadanos que (muy) probablemente le den la victoria a Morena y sus aliados en las próximas elecciones, el desastre del país es tan grande que solo la salvación integral y renovadora que supuestamente representa López Obrador merece convertirse en gobierno.
Todo esto responde a los principios de las religiones políticas, aquellas que buscan bajar el cielo a la tierra, o, como diría Raymond Aron, las que “ocupan en las almas de los contemporáneos el lugar de una fe desaparecida, y que sitúan la salvación de la humanidad en este mundo (…) en la forma de un orden social que hay que crear”.
Para los fieles de esta religión política a la mexicana, que hoy agrupa lo mismo a los residuos más desfigurados o amorfos de la izquierda que a los tránsfugas más impresentables de la derecha e incluso de la ultraderecha católica —pasando por numerosos delincuentes que, como Dimas y Gestas, alcanzarán la redención al lado del Mesías—, lo menos importante son las propuestas. Basta su fe en un hombre, la voluntad de cambio que éste dice encarnar o sus infinitas promesas, todas teñidas de un populismo inverosímil, para que el país vislumbre un nuevo horizonte.
Para estos fieles los problemas de México no necesitan la búsqueda de las soluciones más pertinentes ni realistas, sino las soluciones más radicales en su formulación, que son, por lo mismo, las de más dudosa realización. Pero, en realidad, la oferta que abrazan no está integrada tanto por propuestas como por consignas contra todo cambio: no al aeropuerto, no a las reformas educativa y energética, etcétera.
No les importan los argumentos que se utilicen para demostrar la incoherencia, oportunismo y profundo desaseo político en la configuración de Juntos Haremos Historia; tampoco les importa la insensatez de algunos planteamientos (como el de amnistiar al crimen organizado) o los vínculos con personajes de las peores “mafias del poder”, como Elba Esther Gordillo; menos aún que en el colmo del cambalache se equipare a Napoléon Gómez Sada con… ¡Nelson Mandela!
La fe ciega en una causa permite todo. Incluso hacer historia como la están haciendo: marcan algunos hitos que hubiéramos creído imposibles; por ejemplo: ¿cómo pudo suceder que el representante de la izquierda fuera ungido candidato presidencial por una agrupación homofóbica y retrógrada como el Partido Encuentro Social (PES)?
Cabe que nos preguntemos no solo qué es lo que ha hecho posible todo esto, sino también ¿por qué a los seguidores de Andrés Manuel López Obrador, en los más diversos niveles sociales y de educación, no les importa que su candidato reciba apoyo de verdaderos mafiosos o que regale candidaturas plurinominales a delincuentes? Creo que la respuesta es más de índole religiosa que política, o de la mezcla muy turbia de ambas.
El movimiento que registró la precandidatura de López Obrador el 12 de diciembre pasado (apelando acaso al guadalupanismo de los mexicanos y al nombre de su organización, Morena), ha conseguido instalar entre sus seguidores la convicción de que se hallan ante una causa superior que, para ser alcanzada, admite el uso de prácticamente todos los medios a su alcance.
En otras épocas quizás me hubiera dado risa que un fanático (sobre todo de los puestos fáciles) como Hugo Eric Flores Cervantes, dirigente del PES, aludiera a López Obrador con metáforas bíblicas (“Usted para nosotros es Caleb a punto de conquistar el monte Hebrón”). Sin embargo, a sabiendas de que el Caleb de Tabasco no solo sonrió ante su aliado, sino que añadió conceptos como “bienestar del alma”, “regeneración moral” o aquello de que “Cristo es amor”, y considerando que va a la cabeza en las preferencias del electorado, debo confesar que me produce temor porque todo ese lenguaje me recuerda causas y personajes que para nada han estado en “el lado correcto de la historia”. Creo que vivimos uno de los momentos más grotescos de eso que insiste en llamarse izquierda mexicana. Doscientos años después del nacimiento de Marx y 50 luego del movimiento de 1968, esto de que Andrés Manuel tenga por aliados a potenciales cristeros me parece algo así como el final de la historia (no en el sentido de Fukuyama, claro, pero sí como un punto más que muerto en el terreno progresista). Sé que a la gran mayoría de sus seguidores (incluidos los más instruidos) esto les tiene sin cuidado, pues están listos para seguirlo como se sigue a un santo. Él ya lo sabe y por eso le da risa que sus enemigos malgasten sus energías acusándolo de esto o de aquello. La fe ciega mueve a sus electores, y a él le brinda un cheque en blanco para poder valerse de cualquier medio en la búsqueda de sus fines. Sí: está por tomar el monte Hebrón. m