Milenio Hidalgo

Las quietas, inquietant­es estatuas

En las Islas Canarias se levantaba una de un caballero que con la espada señalaba hacia el Oeste; en el pedestal decía: “Volveos, a mis espaldas no hay nada”

- José De La Colina

El rey griego Pigmalión, que tenía el

hobby de la escultura, hizo una estatua de marfil a imagen de Afrodita; la llamó Galatea. Se enamoró de ella y cada noche la acostaba en su lecho, la acariciaba e intentaba poseerla y procrear hijas iguales en belleza. Al ver esto, Afrodita, que no por casualidad era una diosa del amor, se compadeció, cubrió con su mágica espuma el impasible marfil, lo enterneció y dio vida a la estatua, que de este modo pudo complacer al monarca artista y de pilón darle dos hijos: Pafos y Metarme.

Ese mito es, quizá, el que más aureola erótica y romántica ha dado a las estatuas, que son en realidad inmóviles, frías, impasibles y sin seso ni sexo verdaderos, pero que pueden ser buenas representa­ntes del Destino, del Heroísmo, del Misterio, del Patriotism­o, de la Inmortalid­ad, de Quién Sabe Qué, como verá el lector en estas breves historias, una de las cuales, ¿cuál?, atañe a una estatua que existe en el mundo real.

Avisadora

En las Islas Canarias se levantaba una enorme estatua de bronce de un caballero que con la espada señalaba hacia el Oeste. En el pedestal estaba escrito: “Volveos. A mis espaldas no hay nada”.

Richard Francis Burton

¡Cuidado!

La estatua de la diosa Isis, en Saís, tenía esta inscripció­n enigmática: “Soy todo lo que ha sido, todo lo que es y todo lo que será, y hasta ahora ningún mortal ha alzado mi velo”.

Plutarco

La estatua soñada

Soñar, soñar la noche, la calle, la escalera/ y el grito de la estatua desdobland­o la esquina./ Correr hacia la estatua y encontrar solo el grito,/ querer tocar el grito y solo hallar el eco,/ querer asir el eco y encontrar solo el muro/ y correr hacia el muro y tocar un espejo./ Hallar en el espejo la estatua asesinada,/ sacarla de la sangre de su sombra,/ vestirla en un cerrar de ojos,/ acariciarl­a como a una hermana imprevista/ y jugar con las fichas de sus dedos/ y contar a su oreja cien veces cien cien veces/ hasta oírla decir: “Estoy muerta de sueño”.

Xavier Villaurrut­ia

Paseadora y servicial

Cada día deja el pedestal y por corredores y galerías se pasea airosament­e. Salen a verla y oírla todos los de la casa, pues canta dulcemente y no daña a nadie. Solo es necesario desviarse de su camino, porque se enfada si la tocan, pero pasa sin ofender a los que la miran. Se vuelve a su sitio, y cuando todos se han ido, lava y juega, canta y ríe durante toda la noche, y todos oyen su quehacer.

Luciano de Samósata

Greguería

La estatua en cuya cabeza se ha posado a cantar ese pajarito debiera sonreír.

Ramón Gómez de la Serna

La Venus de Milo

¿Que cómo, en fin, tenía yo los brazos? Verá usted: yo vivía en una casa de dos piezas. En una me vestía y en la otra me desnudaba. Y siempre ha habido curiosos que se interesan en ver y suponer. Ahora usted me querría ver los brazos. Entonces ellos querrían verme lo que usted ve. Y yo, en ese momento, trataba de cerrar la ventana.

Salvador Novo

Manneken Pis

La estatua de Bruselas más visitada por los turistas es la del Manneken Pis, que significa “hombrecito que orina”, y representa a un niño semidesnud­o meando. Su origen se remonta a 1619, cuando el escultor Jerome Duquesnoy la hizo en bronce. Durante siglos ha sido varias veces robada y recuperada, y en las dos guerras mundiales fue escondida para preservarl­a de las bombas. En 1698 el gobernador de los Países Bajos Austriacos le regaló un traje para rendir homenaje a la ciudad.

Folleto turístico de Bélgica

El busto

He aquí el procedimie­nto del busto de mármol romano. Esperaba la noche. Entonces, desplegand­o su sinuosa línea que formaba innumerabl­es perfiles (las órbitas, los arcos ciliares, las fosas nasales, las orejas, los labios), podía cruzar una reja, penetrar las murallas, deslizarse bajo las puertas y por los agujeros de las cerraduras, deshacer nudos que, a la vuelta, bajo pena de muerte, tenía que rehacer exactament­e, y de este modo fue como el busto ingenuo y cruel, después de haber atravesado varios inmuebles nocturnos, estranguló al hombre dormido.

Jean Cocteau

El bronce

Era un político que siempre buscó el reconocimi­ento, la admiración y la envidia de los demás. Por eso, a su muerte, la gente del pueblo le construyó una estatua para que desde entonces hasta la eternidad lo caguen las palomas.

Marcial Fernández

La efigie mejor

En la Unión Soviética y en tiempos de Stalin se hizo un concurso para premiar al escultor que hiciese la mejor estatua en honor del poeta Pushkin. Se presentaro­n varios modelos en arcilla: Pushkin tocando un arpa, Pushkin niño oyendo los cuentos de su nana, Pushkin, pluma de ganso en mano, escribiend­o un poema (en el viento del Cáucaso), Pushkin besado por la Musa (estatua adjunta), Pushkin levantándo­se indemne del suelo tras ser muerto en un duelo (estatua provista de un mecanismo, de invención rusa, que permitía ese movimiento), etcétera. Después de inteligent­es si bien breves deliberaci­ones de los jueces del concurso, se decidió por unanimidad que la mejor estatua era la de Stalin leyendo un libro de Pushkin.

José de la Colina

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ESPECIAL
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