Milenio Hidalgo

LITTLE LA, EL REFUGIO DE LOS DEPORTADOS EN CDMX

- POR MELISSA DEL POZO o

Miles de expulsados de Estados Unidos han creado en pleno corazón de la capital del país una comunidad en la que han comenzado una nueva vida, lejos de sus familias y de sus sueños truncados por las políticas migratoria­s de ese país

Desde hace un año, Frank Hernández vive el sueño americano… pero ahora aquí, en un lugar que se llama Little LA y que está en Ciudad de México.

En este tiempo ha logrado rentar un espacio para dar servicio en una peluquería y por las mañanas trabaja en un call center donde muy pronto será gerente. Ambos trabajos y su casa se ubican en Little LA, el barrio que en la céntrica colonia Tabacalera los deportados de Estados Unidos por las administra­ciones de Barack Obama y Donald Trump han adoptado para hacer comunidad y… “volver a soñar”.

Little LA, el pequeño Los Ángeles, recibió a Frank en mayo de 2017. Son cinco cuadras a la redonda del monumento a la Revolución, donde ya cuelgan mensajes en inglés como “Atendemos clientes binacional­es”, que se lee en la taquería de la esquina que forman las calles Ponciano Arriaga y De la República.

Aquí, cuenta Frank, de 32 años, barba perfecta y quien gusta de combinar el color de su playera con los zapatos, “nos entendemos, nos reconocemo­s, nadie nos discrimina, por hablar inglés o por cómo nos vestimos (tipo cholo). Venimos de diferentes partes de Estados Unidos, no solo de California, y nos sentimos en casa”.

Francisco, o Frank, como lo conocen en Chicago y en la peluquería, nació en la colonia Guerrero, pero tiene el recuerdo vivo de él y sus padres cruzando el desierto cuando tenía seis años. Y claro, también tiene memoria de la primaria y el

high school, ya en Estados Unidos. “Toda mi vida la hice allá, mis sueño estaban allá. México siempre parecía un segundo país para mí, en donde nací”, cuenta, mientras muestra la fotografía de sus cuatro hijos que se quedaron en Chicago, donde si bien no consiguió convertirs­e en médico, emprendió un negocio de jardinería con su padre. “Me iba bastante bien”, sonríe con nostalgia.

Todo comenzó a cambiar, dice Frank, “cuando descubrí que era ilegal”.

En 2014 Frank fue deportado por primera vez a Tijuana. Se había unido a una pandilla que robaba comercios en Chicago. De aquella vida solo quedan algunos tatuajes en su cuerpo, que presume sin pena. “Trabajé un tiempo, pero extrañaba demasiado a mi familia, así que un día me decidí e intenté volver a Estados Unidos”. En su camino a Texas, Frank fue detenido por las autoridade­s estadunide­nses y condenado a 18 meses en una prisión federal.

Cuando las autoridade­s lo liberaron, Frank fue enviado a la ciudad donde nació, sin saber que en la colonia Tabacalera ya trabajan, viven y estudian cientos de mexicanos como él, esos que para el presidente Donald Trump son “bad hombres”.

“Esta segunda oportunida­d fue distinta, pensé que si estaba haciendo cosas allá, como mi negocio, por qué no podía hacer lo mismo aquí, en mi país, donde no me tengo que esconder de nadie, donde no temo de los policías o de Migración. Aquí soy libre, aquí no siento el racismo que había allá”, dice Frank, mientras recorta la barba de su cliente, oficio que aprendió en prisión.

Aquí soy libre y no siento el racismo que había allá”, señala Frank Hernández

Sentimos que aquí no se nos discrimina; los vecinos ya nos aceptan”, dice Israel

De acuerdo con Migration Policy Institute (MPI), el año pasado hubo más de 180 mil deportacio­nes, 10 por ciento de ellas fueron hacia Ciudad de México.

Israel Concha, director de New Comienzos, una organizaci­ón que ayuda a mexicanos deportados en el corazón de Little LA, fue expulsado por las autoridade­s estadunide­nses luego de 30 años en aquel país. Él y su esposa habían puesto una empresa de transporta­ción. Una de esas tardes demandante­s, Israel trasladó a uno de sus clientes al aeropuerto y la policía lo detuvo por manejar a exceso de velocidad. Lo enviaron a una prisión por no contar con residencia legal.

“Ahí pude ver en carne propia cómo discrimina­n a nuestra gente, en los centros de detención”, cuenta Israel mientras camina por el Monumento a la Revolución, donde asegura que se han abierto las puertas para él y cientos de deportados que nunca en su vida habían estado en México.

“Sentimos que aquí no se nos discrimina, tal vez porque los empresario­s locales y hasta vecinos ya nos aceptan, miles de personas han visto por esta área pasar y escuchar a alguien hablar en inglés, ver alguien que tiene tatuajes, que se viste diferente, que habla diferente”.

Luego de su estancia en la prisión, Israel llegó a Ciudad de México, como lo hacen cientos de deportados todos los miércoles en un avión comercial. Todos vienen con la misma ropa blanca y tenis que les dan en los centros de detención. La mayoría de ellos llega a la ciudad con una bolsa de plástico donde cargan una botella de agua y, si acaso, una muda extra. “Todos con nuestros sueños, nuestros temores y el amor de la gente que dejamos del otro lado”, dice Israel.

Lejos de su esposa y su hijo al que solo conoce por las fotos, Israel invirtió lo que ganaba en comenzar su asociación, donde hoy otros deportados reciben clases de español, ayuda psicológic­a y hasta tips para pasar las pruebas que hacen a los mexicanos que están de vuelta en los call center donde suelen trabajar.

“Me di cuenta que si realmente quería cambios tenía que provocarlo­s yo mismo, con los de mi comunidad, tal y como lo hacen nuestros paisanos en Estados Unidos”, reflexiona Israel. “Nuestro ideal es que el sueño americano también se puede lograr en México”, concluye aquí, en Little LA.

 ?? FOTOGRAFÍA ESPECIAL ?? Francisco Hernández, o Frank, dejó cuatro hijos en Chicago; ahora es peluquero y además trabaja en un call center, como muchos de los repatriado­s.
FOTOGRAFÍA ESPECIAL Francisco Hernández, o Frank, dejó cuatro hijos en Chicago; ahora es peluquero y además trabaja en un call center, como muchos de los repatriado­s.

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