2018: una elección entre balas
Hace unos días, los coordinadores de campaña y representantes de los cuatro candidatos a la Presidencia de la República debatieron en medios.
Dos cosas resaltaron: los vagos planes de gobierno en la mayoría de los casos y el entorno de corrupción en el que operan las campañas. Los debates terminaron por reducirse a lo que hemos visto durante los últimos meses: tu candidato y su gente son corruptos; sí, pero los tuyos más.
De ninguno, salvo de Tatiana Clouthier, se escuchó palabra sobre la violencia en la que estamos sumidos desde la década pasada. Clouthier se refirió a México como un “cementerio” erigido de inicio por Felipe Calderón y continuado por Enrique Peña Nieto, y mencionó la amnistía propuesta por López Obrador desde hace meses; idea que, hay que decirlo, tampoco ha aterrizado su campaña.
Pero más allá de eso, no hubo nada. Nadie más puso en la mesa, en ambos espacios, el tema que debe ser más apremiante: cómo apaciguar un país que durante la mayor parte de este siglo se ha ido hundiendo en una espiral de muerte.
Mientras los debates se llevaban a cabo, el obispo de Chilpancingo-Chilapa, Salvador Rangel, daba a conocer que una vez más se había reunido con el líder local de un cártel. Guerrero, como hemos discutido en varias ocasiones en este espacio, es un estado sin Estado. La única ley que impera, si acaso, es la del crimen organizado.
Por eso Rangel ha tenido conversaciones, durante varios años, con los cárteles. Para pedir paz. Para negociar la liberación de obispos de su Iglesia. Y ahora para pedir elecciones libres. Dijo Rangel que el cártel le prometió que no se entrometería en la elección, siempre y cuando los candidatos no interfirieran o coaccionaran el voto de las personas. Hasta el crimen organizado quiere que nadie meta las manos a las urnas.
Es tal la intersección entre violencia y país que bien harían todos los candidatos en volverla el tema central de sus campañas: es lo menos que pueden hacer por los mexicanos que tendrán que votar entre balas.