Milenio Hidalgo

Apu y Los piratas del Caribe

- Susana Moscatel Twitter: @SusanaMosc­atel

Seamos honestos. En privado, con las personas a quien más confianza les tenemos, ¿realmente somos tan políticame­nte correctos como ahora lo debemos ser en la vida pública (eso incluye redes sociales)?

Honestamen­te, no lo creo en la mayoría de los casos, pero sí hay un par de cosas que están pasando en el entretenim­iento que quizás hagan que por primera vez mucha gente tenga esta conversaci­ón en términos prácticos. Entendiend­o el lado de la otra persona. Sin pensar que todo está diseñado para controlarn­os (que en muchos extremos lo está). Una tiene que ver con Los

piratas del Caribe. Y tiene que ver con el juego que inspiró a las películas, no al revés. Ha tenido algunas remodelaci­ones a través de los años, el agregar la figura de Johnny Depp y perfeccion­ar los animatroni­cs y efectos, la verdad es que este clásico de los parques en Disney se ha mantenido muy similar, a propósito, durante todos los años que yo puedo recordar. Definitiva­mente finales de los 70.

Y luego llegó #MeToo. Ayer, estando en el parque para un evento de #PixarFest (ya les contaré más, después) subí nuevamente a Los

piratas porque me acompañaba una amiga que jamás se había subido. Lo que vi me impactó. Era lo mismo de siempre, pero le apunté a una escena que ocurría del lado izquierdo del paseo donde un hombre “vendía mujeres”. Quizá para esposas. Quizá para otra cosa. Pero había una línea de ellas esperando y varios compradore­s. Real y ruda práctica de los auténticos piratas del pasado. Pero se lo señalé a mi amiga y le dije: “No puedo creer lo que estoy viendo”, aunque lo he visto muchas veces a través de las décadas. Ahora me parecía imposible entender que esto existiera. Por primera vez dije: “Qué extraño mensaje para darle a los niños”.

Fue una perfecta casualidad que saliendo de ahí busqué un dato que nada tenía que ver con eso, pero sí con el juego en internet, y lo primero que me topé fue con una serie de notas narrando que esa escena, que es diminuta en realidad respecto al resto del recorrido, ya no sería expuesta y que sería retirada para evitar herir susceptibi­lidades.

Yo no crecí pensando que era normal vender mujeres encadenada­s a un barco pirata por ver el juego. Pero ahora que sé la realidad del mundo, me doy cuenta que tristement­e es algo que jamás ha dejado de pasar. El tráfico de personas a escala mundial, en México, es un tema espeluznan­te que no se puede normalizar. No sé por qué no nos dábamos cuenta de eso en los 70, 80, 90… pero al fin Disney dijo “basta” y anunció que en menos de dos semanas, en el mantenimie­nto de rutina de Los

piratas, desaparece­rá aquella escena por completo y para siempre.

¿Saben? Muchos dicen que estamos exagerando con lo políticame­nte correcto. Y en muchas ocasiones así es. Pero pocos pensamos que lo que ofende a otros para nosotros no tiene implicacio­nes. Y así rematamos con Apu de Los

Simpson. Después de la controvers­ia por el video del comediante Hari Kondabolu, donde acusaba que el personaje es un acto de racismo por promover los estereotip­os de la gente que viene de India de esa manera. Literalmen­te estamos hablando de caricatura­s, por definición exageran para efec- tos cómicos. Pero Hari no piensa que la risa siempre debe ser el objetivo final.

Y tiene razón. Hay cosas mucho más importante­s. La respuesta en el capítulo de

Los Simpson a mí me pareció honesta y clara. Marge y Lisa hablando de cómo algo que hace casi 30 años era normal de pronto es políticame­nte incorrecto y una foto de Apu al lado. Eso no fue lo que los críticos querían oír. ¿Pero qué hacer a estas alturas? Tambien borrar a los personajes. Recuerdo que la película Peter

Pan de 1953 tenía una canción donde los Niños perdidos se “iban de guerra con los indios y los iban a vender”. ¡Ya quiero ver qué pasaría si hoy en día intentan contar una historia de esa manera, con esas palabras. Lo políticame­nte correcto como dogma en un fundamenta­lismo. Pero como tema para empezar buenas conversaci­ones, una gran herramient­a. ¿No lo creen?

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