Milenio Hidalgo

El gordo y sus lactantes

- XAVIER VELASCO

Si un candidato, importa poco el signo o el programa, no incluye en sus promesas generosas opciones de subsidio y lactancia, el votante aniñado se verá defraudado y disconform­e, como aquel día aciago en que el pan bimbo vino sin estampitas

En esencia, votar es inclinarse por una de dos fórmulas: Estado flaco o Estado gordo. Que es como decidirse entre la madre fría, lejana e indolente y la controlado­ra que nos quiere sus críos de aquí a la eternidad. Si una te sobreestim­a, tanto así que te deja al arbitrio de las leyes de Darwin, la otra se ve en la urgencia de amamantart­e de la cuna a la tumba y ahorrarte así el dolor del crecimient­o. Una no piensa en ti sino para cobrarte, la otra piensa por ti hasta para opinar. Según los radicales de uno y otro polo, jamás es el Estado lo suficiente­mente obeso o esmirriado para satisfacer­les, si bien ya la experienci­a nos recuerda que tanto los rechonchos como los enjutos tienden naturalmen­te a desaparece­r, ya sea porque se hacen insostenib­les, y entonces adelgazan hasta los huesos, o porque su papel difícilmen­te pasa de hacer cumplir las leyes de la selva.

En este país, al menos, conoce uno mejor al Estado gordo. Si otros hijos presionan a su madre, recién amanecidos, para que les permita dormir cinco minutos más, nuestro Estado padrastro solía ser ilimitadam­ente permisivo. Podía uno pasarse días enteros babeando la almohada, si así le apetecía, siempre y que no albergara ni por casualidad la desmedida idea de mandarse solo. ¿Y no el que se movía no salía en la foto?

Esas cosas, se dice, sólo las aprecia uno con el paso del tiempo, y así un día la infancia se aparece como ese lapso idílico donde nada, jamás, nos hizo falta. Una mentira, al fin, pero de las piadosas. Si un candidato, importa poco el signo o el programa, no incluye en sus promesas generosas opciones de subsidio y lactancia, el votante aniñado —la mayoría, me temo— se verá defraudado y disconform­e, como aquel día aciago en que el pan bimbo vino sin estampitas.

Kafka dejó bien claros los problemas endémicos del Estado gordo, cuya mole pesada y redundante le hace no sólo torpe, sino disfuncion­al, nocivo y de hecho impredecib­le como tantos desastres naturales. En el Estado gordo hay lugar para todos los cataclismo­s, sin que por eso tenga la gente que enterarse. ¿O es que alguien va a atreverse a criticar a quien ahora y siempre le amamanta? No hay principio ni fin en el chantaje del Estado gordo; pobre de quien no viva agradecido por todos los esfuerzos y sacrificio­s que han de hacer en su nombre sus representa­ntes, que ya sólo por eso se consideran los genuinos franquicia­tarios de la Patria.

Como aún ocurre en ciertas tertulias pueblerina­s donde la adulación es moneda de cambio de los bien educados, en el Estado gordo sólo funciona bien la propaganda. No porque todo el mundo se la crea, sino por las ventajas que ofrece la aquiescenc­ia donde la disensión es mal negocio. ¿Para qué fatigarse creyendo en uno mismo, cuando puede arrimarse a un gran benefactor que verá por que nunca le falte nada?

La gran coartada del Estado gordo tiene que ver con la repartició­n. En el papel, al menos, somos dueños legítimos de cuanto sus empleados administra­n, pero en la realidad son ellos quienes se hacen con ese patrimonio sin asumir mayores responsabi­lidades, ya que en caso de estafas, errores o catástrofe­s siempre habrá a quién culpar sin salpicarse.

Padre y madre, compañero y patrón, altruista y usurero, saqueador y mecenas, quiere el Estado gordo ser la fuente de todos nuestros bienes y males. Si hemos de creer a sus panegirist­as, nada escapa a su atenta planeación, pero la realidad suele contradeci­rlos a cada paso porque, otra vez, allí no hay responsabl­es. ¿Y cómo los va a haber, si viven protegidos por el escalafón y amafiados en nombre del bolillo?

No se puede culpar al conformist­a de tomar el camino más sencillo, aunque al final resulte el más largo y costoso. El flojo y el mezquino, reza el refrán, siempre andan doble el camino. En el Estado gordo por el que ahora suspiran tantas almas becarias, cada nuevo control daba lugar a meandros y trámites que podían sortearse mediante privilegio­s y componenda­s. Es decir que en los hechos se abría un nuevo espacio al descontrol. Era precisamen­te en ese río revuelto donde el único error, según los

connoisseu­rs, consistía en quedarse más allá de la pródiga teta del erario.

Nada incomoda más al Estado gordo que el ojo intruso de los ciudadanos, a quienes ve con ojo suspicaz y señala con dedo acusador. No le cuadran las cuentas, ni le salen los planes, ni por supuesto cumple sus promesas, pues si la culpa es siempre de los otros siempre llega la hora de las amenazas, y es ahí donde paga la gordura porque como enemigo es aplastante. Si me preguntan, pues, yo lo prefiero fuerte, pero esbelto. De otro modo, me toca mantenerlo.

Padre y madre, compañero y patrón, altruista y usurero, saqueador y mecenas, quiere el Estado gordo ser la fuente de todos nuestros bienes y males

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NELLY SALAS El 4 de abril el grupo parlamenta­rio del PAN en San Lázaro recibió a un grupo de niños charros.
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