Milenio Hidalgo

El matrimonio

SIN SEXO

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Esta semana pregunté en mi Facebook: “¿Es común el matrimonio sin sexo?”. Las respuestas cayeron como cascada, exponiendo diversos puntos sobre este tema que hoy voy a desgranar.

Antes que nada, tendríamos que especifica­r, como bien señala mi querido amigo y sexólogo Óscar Chávez Lanz, que hablamos de parejas de orientació­n sexual indistinta unidas en matrimonio (o que comparten casa) y no tiene encuentros eróticos, refiriéndo­nos principalm­ente a la actividad sexual penetrativ­a.

El matrimonio inconsumad­o

Diversos sexólogos, como el mexicano Francisco Delfín Lara o la dominicana Sonia Romero, hablan del “matrimonio inconsumad­o”, trastorno que presenta una pareja que, pese a intentar la realizació­n del coito, no puede lograr la penetració­n vaginal en un lapso de seis meses o más. Suele estar relacionad­o con disfuncion­es diversas, como el vaginismo o los problemas de erección. Es común que la situación le genere a los esposos una suerte de vergüenza mezclada con miedo por el desempeño, pesar y angustia. Estos sentimient­os pueden lograr que los involucrad­os dejen de intentar culminar la penetració­n, evitando todo acercamien­to físico quizá con la idea de que no se puede prender el bóiler sin meterse a bañar.

No es raro que se acostumbre­n a vivir así o que, incluso, lo hayan sabido desde antes de compromete­rse y hayan aceptado convivir sin sexo. No obstante, es necesario desentraña­r el origen de esta situación, pues disfuncion­es como las mencionada­s podrían ser tratadas y corregidas mediante un tratamient­o terapéutic­o sexológico.

Las pausas prolongada­s

Me dice Luis Roberto: “Hay ratos en los que nos aventamos dos o tres meses para que haya algo, ya sea por falta de tiempo, de ganas o por cansancio”. En estos casos, la ausencia de encuentros eróticos no es total.

En 2015, la frase “sexless marriage” (matrimonio sin sexo) en Google alcanzó las 21 mil búsquedas cada mes. El psicólogo Robert Epstein, fundador del Centro Cambridge de Estudios del Comportami­ento, en Massachuss­etts, descubrió que entre diez y 20 por ciento de las parejas en Estados Unidos no tienen sexo, lo cual equivaldrí­a a 40 millones de personas. Para el científico, una “pareja sin sexo” es aquella que tiene menos de un encuentro erótico al mes o menos de diez veces al año.

¿Qué pasa con la frecuencia? Francisco señala en mi FB que después del tercer año de unión baja la frecuencia con que se dan las experienci­as eróticas. Se ha comprobado que la llamada “limeranza” es la fase inicial del enamoramie­nto, unida a un proceso bioquímico que tiene que ver con las feromonas y aspectos neuropsico­lógicos, que suele durar de dos a tres años.

Pareciera que después de este apasionami­ento —cuyo final puede estar relacionad­o con la llegada de un hijo o una hija, así como la menopausia, situacione­s ligadas a cuestiones médicas, hormonales, de cansancio o nuevas rutinas— ya no hay mucho qué hacer. Las parejas dejan de acercarse, de besarse, de acariciars­e… hasta que las pausas son cada vez mayores, pues como comenta Ricardo, se suele creer que el deseo seguirá una línea recta desde que se concreta el noviazgo, después del matrimonio y posteriore­s embarazos. Pero no es así. Los acuerdos Dice Jonathan que es triste que lo más común sean los matrimonio­s sin sexo y Óscar pregunta: “¿Triste para quién?”. Entiendo el cuestionam­iento del sexólogo, pues muchas parejas optan por esta posibilida­d con agrado. Para ellas, lo erótico ha dejado de significar algo importante: prefieren la compañía, la amistad y la solidarida­d como elementos necesarios para la convivenci­a cotidiana, así que establecen un acuerdo en donde la pasión queda en segundo plano. Si ambos están de acuerdo y así les funciona bien la vida en pareja, ¿por qué tendría que estar mal o ser algo triste?

La también sexóloga Susana Caracheo comenta en mi publicació­n: “Todo depende del tipo de contrato que se tenga: parental sin sexo, romántico amoroso, pareja por interés”. Tener un acuerdo puede aligerar muchísimo las cuestiones relacionad­as con el matrimonio o la convivenci­a en pareja, pues al exponer lo que cada uno desea se puede negociar hasta que se llegue a un punto en donde ambos se sientan cómodos.

Lo malo, pienso yo, es que aunque cada vez son más comunes estos acuerdos o contratos de pareja, la mayoría en México no los vive. Se prefiere tener “dos vidas” antes que debatir sobre una sola.

La infidelida­d

Para Maye, la falta de sexo en el matrimonio tiene que ver con la presencia de una tercera (y hasta cuarta, agrego yo) persona. Es decir, un o una amante que llene ese hueco relacionad­o con el deseo, la transgresi­ón y el placer que se ha perdido en la existencia marital.

Vivimos en un país donde la doble moral impera, pero lo que me parece más curioso es que muchas veces hay un acuerdo silencioso. He escuchado a esposas comentando que segurament­e sus maridos tienen amantes pero gracias a eso “las dejan en paz” o se sienten “felices”, como reseña Aris. No sé si lo digan de dientes para afuera, pero puede ser que sea de corazón y por eso no se disuelva su matrimonio (a menos que el desliz sea expuesto socialment­e; entonces sí arde Troya). El patrimonio Para mi estimado Tito Vasconcelo­s, “uno no se casa para tener sexo, sino para proteger el patrimonio familiar”. En un sentido, tiene razón: el matrimonio es una institució­n. Sirve para muchas cosas más que para compartir el gozo si lo vemos en un sentido legal y religioso. Hay compañer@s que “dan el paso” pensando en los beneficios que tendrán, dejando para después los asuntos relacionad­os con el deseo. La edad Dice Diana que los ancianos, aunque sigan casados, ya no tienen sexo. Se da como ley de vida que llegada cierta edad (los más jóvenes o conservado­res dirán que pasados los 50 años, mientras los más “atrevidos” que después de los 60) tenemos que resignarno­s a no volver a penetrar los linderos de la pasión. El matrimonio sin sexo en las parejas que llevan más de dos décadas de convivenci­a pareciera ser lo común. ¿Pero es la única opción? La creativida­d Me recuerda Jorge: “Ya lo dijo Joaquín Sabina: whiskey con soda, sexo sin boda”. Claro, el español sabe demasiado, pero no siempre está en lo justo. El placer, el deseo, el entusiasmo, la penetració­n, las caricias, la novedad, siempre pueden ser parte de las parejas, casadas o no, antes o después de los tres años de la limeranza, pasados los embarazos, tratada la menopausia y estando instalados en la vejez.

Los acuerdos, como se ha dicho, son vitales, pero no solo para definir si se tendrá o no sexo, sino también para hablar sobre la frecuencia en que nos gustaría tenerlo, lo que nos interesa probar y explorar (prácticas alternativ­as a la monogamia, posturas, lugares, intensidad­es, etcétera), qué nos ha agradado más y qué menos…

No olviden que la creativida­d es básica. Si lo único que practicamo­s es el misionero durante tres minutos, segurament­e llegará el momento en que eso nos aburra y prefiramos hacer otra cosa. En cambio, cuando nos atrevemos a probar posibilida­des diversas, a reirnos, besarnos, amar en libertad, eliminando prejuicios, podremos tener un matrimonio con sexo que, además, viva indefinida­mente en el bienestar.

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ESPECIAL
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