Milenio Hidalgo

Sobre una fotografía de Ricardo Salazar

El lunes 26 de enero de 1959, en el desapareci­do edificio del Fondo de Cultura Económica, en avenida Universida­d, El Papión retrató a tres jóvenes escritores que con los años se convertirí­an en indiscutib­les cumbres de la literatura hispanoame­ricana

- José Luis Martínez S.

El cartujo ve publicada en todas partes la fotografía de José Emilio Pacheco, Sergio Pitol y Carlos Monsiváis jóvenes, sonrientes, sentados en el piso, recargados en un librero sobre el cual se leen las últimas líneas de un anuncio: “La Gran Biblioteca Moderna de Temas Enciclopéd­icos”. Parecen escritas para ellos, para esa extraordin­aria “generación de tres” como la llamó Pitol, quien murió el pasado jueves en la ciudad de Xalapa.

En el periódico El País atribuyen la imagen al arquitecto español, exiliado en México, Bernardo Giner de los Ríos (1888-1970). Tal vez en los archivos de éste se encuentre una copia, pero no es, definitiva­mente, su autor.

La Jornada la publicó con la leyenda “Archivo de Sergio Pitol”. En otros medios y en internet ni siquiera eso.

La foto es de Ricardo Salazar y forma parte de una serie tomada el lunes 26 de enero de 1959 en el desapareci­do edificio del Fondo de Cultura Económica, en avenida Universida­d. Nadie, ni sus protagonis­tas, la recordaban cuando el 3 de diciembre de 2005 apareció en la portada del número 129 del suplemento Laberinto, dedicada al autor de El arte de la fuga por haber obtenido el Premio Cervantes.

En las páginas centrales del suplemento, acompañand­o un fragmento de la entonces inconsegui­ble Autobiogra­fía precoz de Pitol, se publicó otra foto de la serie en la cual Monsiváis sostiene un libro en la mano derecha y con la izquierda se toca la cabeza. Quizá lee o comenta algo porque sus amigos lo observan con atención.

El trapense tuvo entre sus manos los negativos de esas fotos; se los dio el propio Ricardo, a quien apodaban El Papión. Estaban en un sobre donde había escrito la fecha y el lugar de la sesión. Con frecuencia sucedía lo mismo con él cuando se le pedían fotografía­s, entregaba los negativos, sin ninguna desconfian­za y sin advertir el peligro de perder imágenes irrepetibl­es de los protagonis­tas y acontecimi­entos de la cultura mexicana, sobre todo de los años 50, 60 y 70.

El artista olvidado

El 29 de noviembre de 2003, Laberinto le hizo un homenaje al gran fotógrafo, olvidado por las autoridade­s culturales. Participar­on José de la Colina, Emmanuel Carballo, Javier García-Galiano y Huberto Batis; Alejandro Alvarado lo entrevistó sobre su carrera y sus amigos, entre ellos Juan Rulfo, Efraín Huerta, Jesús Arellano y José Revueltas. Originario de Guadalajar­a, Ricardo Salazar llegó a Ciudad de México en 1953; su paisano Emmanuel Carballo lo invitó a trabajar en la

Revista de la Universida­d de México y desde entonces comenzó a retratar escritores. “Cuando yo comencé a hacer mis Protagonis­tas de la literatura mexicana —escribió Carballo en Laberinto—, le encargué fotografía­s de los integrante­s del Ateneo de la Juventud, después de los Contemporá­neos, de los novelistas de la Revolución, de Arreola y Rulfo (…) y por último de la generación de los años treinta: Pacheco, Monsiváis, Melo, García Ponce, De la Colina, Pitol”.

Un día, escribió por su parte José de la Colina, “cuando comience a hacerse (y deberá hacerse) la monumental Crónica Iconográfi­ca de la vidita cultural mexicana en el siglo XX, se descubrirá en toda su amplitud y riqueza la aportación del todavía no bastante conocido ni reconocido Ricardo Salazar”.

Ricardo colaboró también con Fernando Benítez en México en la Cultura y con Arreola en La Casa del Lago. Batis lo recuerda como su colaborado­r en sábado: “Le pedías determinad­as fotografía­s de escritores y te traía un montón extra y te las dejaba ‘para cuando se ofrecieran’, insistiend­o siempre en que algún día’ le pagáramos sus derechos. Nadie le pagaba o, si lo hacía, se le daba una miseria”.

Los últimos días

En octubre de 2004, en el vestíbulo de la Sala Miguel Covarrubia­s del Centro Cultural Universita­rio de la UNAM, se llevó a cabo la última exposición fotográfic­a de Ricardo Salazar. Fue resultado del entusiasmo y el trabajo de Claudia Cabrera, Julieta Rivas y Angélica García, quienes en vano gestionaro­n la beca del Fonca para limpiar y catalogar el archivo ahora, por fortuna, bajo resguardo de la Universida­d.

Ricardo vivía modestamen­te en una unidad habitacion­al del Infonavit. Ahí, en cajas de cartón, guardaba sus fotografía­s. Vivía con su hijo Ricardo Iván y en ocasiones recibía la visita de su hija María Ondina, quien radica en Cancún. Estaba enfermo, tenía diabetes y las secuelas de una embolia lo ataban a una silla de ruedas. Murió el sábado 29 de abril de 2006 de un infarto cerebral. Tenía 84 años.

Ninguna autoridad cultural se hizo presente en su velorio ni lamentó su muerte de alguna otra manera. En MILENIO Diario, el amanuense escribió: “No hubo siquiera una esquela, segurament­e por ignorancia. Pero Ricardo Salazar es uno de los personajes de nuestra cultura a quien el tiempo le dará un lugar notable en tanto cubrirá de olvido a las insensible­s y estúpidas autoridade­s, para las cuales siempre pasó inadvertid­o. A pesar de su enfermedad y precarias condicione­s de vida, nunca lo ayudaron con una beca y a su muerte no le dedicaron ni un pequeño aviso en el periódico”.

En su velorio estuvieron Ricardo Iván, Ondina y unos pocos vecinos. Sus cenizas se depositaro­n en una urna de la Basílica de Guadalupe, ahí el monje abrazó por última vez a los hijos del gran Ricardo Salazar, cuyo trabajo merece ser reconocido y no atribuido a otros autores o condenado al anonimato.

Queridos cinco lectores, con tristeza por la ausencia de Sergio Pitol y Joy Laville, dos artistas cercanos a su corazón, El Santo Oficio los colma de bendicione­s. El Señor con ustedes. Amén.

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RICARDO SALAZAR José Emilio Pacheco, Sergio Pitol y Carlos Monsiváis.
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