MENTIRA OFICIAL, VERDAD NOVELESCA
Durante la Feria del Libro de Londres hablaba con un amigo inglés, quien se quejaba con acritud de la decisión de la BBC de celebrar el aniversario 50 de un famoso discurso antiinmigrante, pronunciado por un político británico llamado Enoch Powell, mediante una retransmisión llevada a cabo por un actor contratado para este propósito. Dicho discurso ha sido históricamente considerado racista, y ha sido fundamental para el establecimiento de plataformas de extrema derecha, que en estos tiempos han cobrado un auge mayor en Gran Bretaña, donde los ataques fundamentados por el odio se han incrementado por tres veces nada más en el Metro londinense. Mi amigo concluía que Inglaterra ha sido tradicionalmente un país donde el establishment político y mediático es sumamente conservador y reaccionario, con una fértil cultura
underground musical, literaria, artística, donde se incuban incluso buena parte de las expresiones culturales que después se exportan a otras partes del mundo. Le parecía que en estos tiempos de desigualdades y polarizaciones, la dicotomía es incluso más pronunciada que en otros momentos históricos.
Me quedé pensando que algo muy similar ocurre en nuestro país, solo que todo desplazado hacia mayores registros del horror, tanto en la realidad como en la negación de la misma por parte de la cúpula político-empresarial-mediática, al igual que en las expresiones literarias, periodísticas, cinematográficas, que parecieran destinadas a fungir como los grandes testimonios de una de las épocas más violentas y espeluznantes de la historia nacional. Nuestra clase política se encuentra empecinada en imponer sus particulares versiones de las distintas verdades históricas, y parecería más preocupada por desmentir la veracidad de los reportes de organismos internacionales acerca de las violaciones a los derechos humanos y otro tipo de atrocidades, que por pensar en alternativas reales para intentar ponerles fin. En cambio, incluso un rápido vistazo a la literatura mexicana contemporánea —que quizá está siendo traducida y viajando más que nunca antes— refleja que incluso en las obras más complejas y de talante más literario es casi imposible no encontrar alguna temática directamente vinculada con la violencia, los migrantes, el racismo y el clasismo, como si en un momento así se antojara difícil escribir alguna obra impulsada puramente por consideraciones estético-literarias.
Paradójicamente, al igual que sucede en Inglaterra (o quizá en general en épocas convulsas), el dolor, la rabia y la frustración contribuyen a producir algunas obras de gran calidad, que seguramente seguirán vigentes cuando los principales responsables del actual desastre se hayan marchado. Si bien en la actualidad es difícil tomarlo como consuelo, al menos las verdades artísticas terminarán por imponerse a la retórica oficial, cuya insultante desconexión con la magnitud de los problemas es un elemento crucial para comprender el hartazgo y la desesperanza en los que se halla sumida buena parte de los habitantes del país.