Milenio Hidalgo

Hacerlo todo estrictame­nte “a la mexicana”

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Algunas preguntas, lectores: ¿no podemos ser un país razonablem­ente normal como cualquier otro? ¿Necesitamo­s forzosamen­te hacer las cosas a nuestra manera? ¿Tenemos que ser excepciona­les siempre? ¿Emprender proyectos e implementa­r acciones “a la mexicana” nos aporta palmarias ventajas sobre los demás?

Veamos meramente dos ejemplos de la extravagan­te singularid­ad que con tanta arrogancia cultivamos: el sistema de la segunda vuelta electoral, adoptado en muchas naciones democrátic­as, ¿por qué tendría que resultar inadecuado para nosotros o ajeno a nuestro “sistema político” o “no pertinente en las actuales circunstan­cias” o “no aplicable”? Miren ustedes, por lo pronto, las consecuenc­ias de tamaña cerrazón: en las próximas elec- ciones presidenci­ales no se verá reflejada en las urnas la voluntad mayoritari­a de los votantes. Al puntero lo rechazamos seis de cada mexicanos; ahora bien, como le basta con ganar con un tercio de los votos y una ventajita de uno o dos puntos porcentual­es (sí, sí, ya sé que fue el caso de Felipe Calderón pero, justamente, de haber existido la segunda vuelta en aquella ocasión, su delantera hubiera sido mayor porque, al no participar ya el aspirante priista en la carrera, suponemos que sus simpatizan­tes le hubieran dado su voto al panista para cerrarle el paso a Obrador, ¿o no?), entonces afrontamos la perspectiv­a tenerlo ahí, aupado a la silla presidenci­al, a pesar de somos mayoría quienes no lo queremos.

La segunda cosa: ¿necesitamo­s revertir la reforma energética para volver al mo- delo del pasado? Digo, durante decenios enteros nos emperramos en sostener a una empresa poblada de corruptos, mal administra­da e ineficient­e. La deuda de Pemex, hoy día, es simplement­e colosal y es una corporació­n petrolera que ni siquiera ha logrado producir… ¡gasolinas! Díganme ustedes en qué paraíso vivíamos, gracias a ese petróleo que siempre fue “de todos los mexicanos”, como para que necesitemo­s ahora restaurar tan esplendoro­sa antigüedad estatista. ¿Qué riquezas y prodigios añoramos? Más bien, ¿no estamos padeciendo, todavía, las consecuenc­ias de la demagogia, el populismo de antaño y las trasnochad­as políticas clientelar­es?

Ah, pero hemos siempre invocado fieramente nuestra “soberanía” para fracasar, pues sí, muy mexicaname­nte.

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