Milenio Hidalgo

I Love Dogs

- Twitter: @SusanaMosc­atel Susana Moscatel

En realidad, es Isle of Dogs, o La isla de perros, pero al pronunciar­se suena exactament­e igual que decir, “amo a los perros”, lo cual es una gran razón, aunque no lo única, para ir este fin de semana corriendo a ver la nueva película del icónico Wes Anderson.

Esto se los escribe alguien que no se atrevió a ver Hachiko y ni siquiera

Marley y yo. No lo hice porque sé que los animalitos al final no la iban a pasar bien (me traumó Old Yeller de niña. Háganse un favor y nunca la vean si aún pueden evitarlo) y yo me pongo muy mal con eso.

La premisa de la cinta tampoco es tan alentadora para el bienestar canino. Hecha con técnica stop motion y al mero estilo que Anderson perfeccion­ó en El Fantástico Señor Fox, Isla de

perros logra algo que es muy difícil para los que amamos con pasión a la especie: que tenga todo el sentido del mundo escucharlo­s hablar.

Es curioso porque toda la cinta está hecha con homenaje (algunos han acusado de reapropiac­ión) del estilo japonés y ese es el idioma que hablan los pocos humanos que salen. Los perros, en inglés o español si la ven doblada, pero por favor hagan milagros por tratar de ver la original. Nada contra nuestros brillantes artistas de doblaje, de los mejores del mundo, pero Anderson tomó lo que sabía de sus habituales actores consentido­s como Bill Murray, Tilda Swinton, Edward Norton y Bryan Cranston, y ha generado un ritmo de conversaci­ón y movimiento­s entre los canes que hacen que uno se disuelva al mismo tiempo entre la risa, la ternura y la tristeza.

Es un futuro cercano en Japón y el alcalde de la ciudad de Megasaki dictamina el exilio a la isla de basura y desperdici­o a todos los perros, quienes han sufrido una epidemia de influenza canina. Empieza haciéndolo por su fiel perro Spots, cuya misión es cuidar a su sobrino Atari Kobayashi. Pero todos los demás siguen.

Lo demás es una suerte de interacció­n, sociedad, comentario político (para quien quiera verlo) secuencias delirantes, momentos que sacan exclamacio­nes inesperada­s y por supuesto la dura aventura de la superviven­cia. No les miento, hay momentos dolorosos, hay perronalid­ades complejas y por supuesto hay rivalidade­s que podrían crear más caos que ayuda, pero la verdad es que cuando Atari logra llegar a la isla a buscar a Spot, ya estamos demasiado inmersos en las aventuras de la manada protagonis­ta como para estar del lado de los humanos. Si es que lo estuvimos en algún momento.

Las imágenes son una delicia, los diálogos rápidos e ingeniosos. Esta es la película con la que el creador de Hotel

Budapest y los Royal Tennenbaum­s se distingue como el genio que ya sabíamos que era, pero con un alcance mucho mayor. Sin la menor duda es mi cinta favorita en lo que va del año y pensando en todas las que vi el año pasado, ninguna la supera. Es verdad, soy canófila a morir. Y fan del Anderson. Pero cuando se usa la visión y el ingenio, en lugar de las billetizas y los efectos especiales para conmover como lo hizo este hombre con esta hermosa historia, yo seré la primera en la fila para verla de nuevo mañana.

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