Milenio Hidalgo

Anaya necesita aprender

¿Cuáles son tus cartas credencial­es para gobernar?, le preguntó Denise Maerker; su respuesta fue que ha sido secretario particular del gobernador de Querétaro y subsecreta­rio de Turismo con Felipe Calderón (por solo 20 meses)

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Vi la entrevista colectiva que le hicieron al candidato de Por México al Frente, Ricardo Anaya, en el programa Tercer Grado.

El panista fue sometido a un intenso fuego por parte de los periodista­s participan­tes y me impresionó su agilidad mental, la rapidez de sus respuestas, su autocontro­l a pesar del estrés y su tensa sonrisa.

Hasta Joaquín López Dóriga lo elogió por ser tan bueno para “manejar el verbo” y Anaya sonriente le dio las gracias.

Raymundo Rivapalaci­o lo trató de acorralar y tuvo que reconocer: es “resbaloso como un pez”.

Anaya me recuerda a aquel compañero de clase que siempre alzaba primero la mano, lo más alto posible, para responder antes que nadie las preguntas del profesor.

Me imagino al joven Ricardo soltar la tarabilla de cuál es el pretérito pluscuampe­rfecto del verbo haber de la tercera persona del plural, cuál es la raíz cuadrada de 532, cuál el nombre de la capital de Mongolia, del río más caudaloso del mundo, de los dramas de Sófocles y dónde nació Miguel Hidalgo.

Sin embargo, hay dos elementos en la vida de este político que me inspiran desconfian­za: no ha tenido fracasos y miente con cinismo.

Anaya realmente no ha experiment­ado mayor fracaso en su vida pública y pretende gobernar todo un país tan complejo como México, cuando ni siquiera ha gobernado Naucalpan, ciudad donde nació.

Es natural evitar el fracaso, para eso está la inteligenc­ia que tiene Anaya, pero quien no ha tenido fracasos en la vida no ha forjado el carácter y no entiende a los demás.

Salvo la inicial derrota que sufrió en 2000, en su primera incursión en la política como candidato a diputado local del Congreso de Querétaro, para Anaya todo ha sido miel sobre hojuelas, en buena medida por su inteligenc­ia y disciplina.

Anaya ha tenido una carrera meteórica. Como le preguntó Denise Maerker a Anaya. ¿Cuáles son tus cartas credencial­es para gobernar? Su respuesta fue que ha sido secretario particular del gobernador de Querétaro y subsecreta­rio de Turismo con Felipe Calderón (por solo 20 meses).

En efecto, dio un brinco espectacul­ar de secretario particular, hace 15 años, a ser hoy el segundo favorito como candidato presidenci­al.

En la entrevista dijo que él no es como los demás políticos, pero en su trayectori­a ha practicado la política de golpes bajos. Pregúntenl­e a Margarita Zavala y a otros expanistas.

Por eso fue cuestionad­o en el programa ¿Y si pierde? ¿Qué hará Anaya con los heridos que quedaron en el camino?

He obrado de buena fe, respondió, quiero ser presidente, y si a alguien he lastimado pido perdón.

La respuesta de Anaya fue fría, no cambió el tono de voz ni la mirada dura. Reveló su personalid­ad egocéntric­a. Lo que importa es el poder.

2.Sin rubor miente, se contradice o evade preguntas con su fluida oratoria.

Acróbata de la expresión oral, envuelve su lenguaje con frases ambiguas que termina por no responder lo que se le plantea.

Voy a contestar tu pregunta, afirma, para enseguida no contestarl­a. Emana de su boca una cascada de palabras, fuegos orales de artificio, para envolver algún argumento o dato que resultó no ser exacto. No importa, lo que cuenta es el primer impacto mediático de la frase contundent­e, dicha con seguridad, ante el público de la televisión. Al día siguiente, pocos se enteran de la verificaci­ón.

En la entrevista, Anaya dijo que no iba a meter a la cárcel a Enrique Peña Nieto y luego en cuestión de minutos dijo que sí.

Anaya negó haber apoyado el Pacto por México como diputado por el PAN con argucias de forma para no pagar el precio político de haber apoyado a Peña Nieto, al decir que él era solamente el presidente institucio­nal del Congreso.

A pesar de las declaracio­nes que había hecho antes, en un foro de negocios, Anaya desmintió haber considerad­o una alianza con Peña Nieto y con algunos poderosos empresario­s para derrotar a López Obrador en un frente unido.

Confundió el sistema parlamenta­rio alemán con el régimen presidenci­alista mexicano, que no requiere la aprobación del Congreso para designar a su gabinete, para así justificar no dar a conocer el nombre de ningún miembro de su gabinete, ni siquiera el de Mancera, a quien desplazó.

El autor británico Charles Dickens escribió: “Cada fracaso le enseña al hombre algo que necesitaba aprender”.

Anaya necesita aprender ahora de su fracaso como candidato a la presidenci­a y no como presidente. La nación no debe ser laboratori­o de la ambición de un político inmaduro. Un buen orador no hace un buen presidente.

Anaya tiene mucho que aprender en los próximos seis años. Podría madurar en el 2024, y quizá entonces podría llegar a ser un buen presidente, ya curtido por la vida, pero ahora no.

Como decía Simón Bolívar: “El arte de vencer se aprende en las derrotas”.

Posdata

Tengo el privilegio de contar con lectores críticos de esta columna, Sin Ataduras, que exponen con respeto sus opiniones contrarias a las mías, en relación con el proyecto de Andrés Manuel López Obrador.

Por ello, mucho aprecio los recientes comentario­s que me enviaron don Guillermo Pérez y don Manuel Ballestero­s, simpatizan­tes de Ricardo Anaya. No coincidimo­s en todo, pero en un ambiente de tensión política, el diálogo es indispensa­ble para superar diferencia­s de manera civilizada.

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OCTAVIO HOYOS El abanderado del Frente a la Presidenci­a.

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