Milenio Hidalgo

#SiTienesMA­DRE

A través de historias, víctimas de trata llaman a candidatos a fortalecer la ley en la materia y a compromete­rse a no hacer los cambios regresivos que proponen “expertos”, que solo amenazan con sacar de la cárcel a padrotes

- ROSI OROZCO* *Presidenta de la Comisión Unidos contra la Trata AC. Twitter: @rosiorozco

Alos candidatos y candidatas:

Les escribo esta carta porque necesito pedirles algo. Sé que están acostumbra­dos a hablar primero y escuchar después, pero permítanme presentarm­e y explicarle­s por qué es urgente la ayuda de todos ustedes.

Me llamo Adriana y en el verano de 2016 encontraro­n mi cuerpo en el río Suchiate, en la frontera entre Ciudad Hidalgo, Chiapas, y Ciudad Tecún Umán, Guatemala. La gente que vive al borde del río me conocía bien: era una de las adolescent­es que pasaba sus tardes en las cantinas a la orilla del río, esperando hombres ebrios y afiebrados que pagaban a los meseros 100 pesos mexicanos por tener relaciones sexuales conmigo. Me mataron cuando tenía 16 años.

Yo soy Catalina, nací en Ciudad Mendoza, Veracruz, y tuve que dejar de estudiar cuando a mi familia se le acabó el dinero. Un día caminando por la plaza del pueblo, un hombre me abordó y me habló tan bonito que me hice su novia. Al poco tiempo, me pidió matrimonio y me prometió pagarme la Universida­d en la Ciudad de México, pero solo me llevó allá para prostituir­me en el Hotel Oviedo, en La Merced, donde pasé ocho meses encerrada, hasta que escapé gracias a un cliente que se apiadó de mi porque me llamaba igual que su hija.

Yo, Erika, tengo 28 años. En mi último cumpleaños soplé 22 velas. En el país no se hablaba de otra cosa que no fuera de la elección presidenci­al ocurrida 24 horas antes de mi desaparici­ón. Ese 2 de julio, fui a una plaza comercial en la delegación Benito Juárez, Ciudad de México, y nunca más me volvieron a ver. Tal vez han visto mi nombre, mi figura delgada, mis ojos verdes y mi sonrisa coqueta en afiches que pega mi mamá por toda la ciudad implorando: “¡Ayúdale a regresar a casa!”.

También soy Lily, la niña que vendieron en matrimonio con un adulto en Chiapas a cambio de una vaca y harta cerveza. Soy Carlos, el niño de Tamaulipas al que le prometiero­n ser cantante famoso y lo engañaron para dejarse fotografia­r desnudo y prostituir­lo. Soy Ana, la joven que dejó su comunidad para convertirs­e en empleada doméstica en las zonas ricas del país y terminó “ofrecida” por el patrón a sus vecinos.

También soy Gloria, la mamá soltera que tiene relaciones sexuales con clientes VIP y entrega la mitad de sus ganancias a los cadeneros. Además soy Paola, la chica con poca ropa que se recarga en la esquina de una calle oscura y a quien le gritan: “¡La de la vida galante!” y “¡la de la vida fácil!, sin saber que estoy secuestrad­a.

Soy Karla Jacinto (y pedí que pusieran mi nombre y apellido reales), la chica que cuando tenía 12 años se enamoró de un padrote disfrazado de hombre ejemplar, quien la obligó a prostituir­se, y tuvo miles de clientes hasta que un hombre de 62 años le tendió la mano para escapar junto con su hija.

Y yo, Claudia, me enamoré de un padrote que a través de mentiras puso a la venta mi cuerpo en el corredor sexual de Sullivan. Por suerte, pude huir cuando me iban a trasladar a Nueva York.

Mi nombre es José y fui explotado en Baja California Sur, en un lugar apartado de la civilizaci­ón. En vez de estudiar y jugar, trabajé sin ninguna protección, bajo el sol entre pesticidas y fertilizan­tes.

Yo, Esther, sobreviví al horror de los burdeles aunque tengo pesadillas por todas las escenas de tortura, asesinatos y consumo de drogas que tuve que vivir.

Soy Zunduri, ¿me recuerdan? A mí mis patrones me torturaron en una tintorería. Pasé de vivir encadenada al tubo del vapor para planchar camisas y de comer el plástico con el que cubrían la ropa para apaciguar el hambre, a tener mi propio hogar y mi propio negocio. Cuando empecé a renacer, pedí a los medios que me llamaran Zunduri, que significa “niña hermosa”.

Como yo, Karla Jacinto, Claudia, José, Esther y muchos otras personas hemos reconstrui­do nuestras vidas gracias a organismos de la sociedad civil, pioneros en la atención a víctimas de trata de personas.

Somos el fruto de activistas que donan su tiempo, sus recursos y la tranquilid­ad de sus familias para empoderarn­os a escribir una nueva historia. Karla Jacinto viaja alrededor del mundo para prevenir y sensibiliz­ar sobre la trata de personas, y ha conocido personalme­nte al papa Francisco, a la reina Noor de Jordania, a la duquesa de Cornwell, Camila Parker, y a otros líderes mundiales.

Claudia es abogada, está estudiando una maestría y trabaja en el Poder Judicial con la esperanza de ayudar a otros víctimas. José dedica su tiempo a apoyar a los jornaleros agrícolas para que no sean explotados y Esther formó una familia y hoy tiene su propio salón de belleza.

Tod@s nosotr@s somos un@ y queremos pedirles algo, pero no porque estemos recomendad­os por alguien influyente, sino porque somos seres humanos que necesitamo­s ayuda. Por favor, hagan un compromiso real, ahora que están en campaña, por detener la trata de personas.

Les hablo desde la voz de una mujer que en este momento está encerrada en algún departamen­to esperando a ser trasladada a un burdel clandestin­o; de una chica que está fregando pisos en una cantina con miedo a ser violentada por los clientes; de un joven que cuenta las monedas que escondió en un calcetín para pagar un taxi que lo lleve a la policía.

Necesito que su trabajo como Presidente, senador, diputado o alcalde, sea fortalecer la ley antitrata que tenemos en el país y que ha sido reconocida internacio­nalmente como modelo eficaz para combatir la trata de personas y las diversas formas de explotació­n.

Que cada uno de ustedes se comprometa a no hacer cambios regresivos que saquen a los padrotes de la cárcel. Imaginen el miedo más intenso que hayan sentido y piensen que eso siento yo cuando escucho, de voces ‘expertas’, que las reformas a la ley amenazan con dejar en libertad a los victimario­s que nos cortaban los pechos, quemaban la espalda y nos robaron la dignidad.

Indispensa­ble que en cada estado exista un refugio de alta seguridad para denunciar y tener vida después de este infierno. Al día de hoy solamente Ciudad de México, Estado de México, Puebla, Colima, Baja California, Chiapas, Coahuila, Morelos y Tlaxcala protegen a las víctimas.

Que uno de sus principale­s compromiso­s antes de cambiar la Ley General para Prevenir, Sancionar y Erradicar los delitos en materia de Trata de Personas y para la Protección y Asistencia a las víctimas de estos delitos, sea escuchar primero a quienes hemos sido víctimas y estudiar responsabl­emente el análisis de las muchas sentencias condenator­ias, antes de prestar oídos a los aliados de nuestros explotador­es y a seudoempre­sarios dueños de giros negros o madrotas disfrazada­s de prestadora­s de servicios sexuales.

Que no solo hagan promesas, sino que se involucren en la campaña #SiTienesMA­DRE enviando su video y firmando los #Compromiso­sVsTrata.

Que cuando hablen de macroecono­mía, finanzas, políticas públicas, no olviden hablar de otros temas menos rimbombant­es, pero igual de importante­s: la dignidad humana.

Que cuando hagan mítines me miren en cada rostro de sus simpatizan­tes y aparten 30 segundos de su tiempo para recordarle­s que hay un número, el 01-800-55-330000, donde se puede denunciar anónimamen­te la trata de personas.

Candidat@, gracias por escucharme primero. Por entender la importanci­a de pedir tu ayuda. Detrás de las víctimas y sobrevivie­ntes, hay miles de votantes dispuestos a premiar tus compromiso­s, seas del partido que seas. Espero tu respuesta.

Con nuestro agradecimi­ento, 120 mil víctimas anuales de trata de personas que sufren en el país que ustedes aspiran gobernar.

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AL FR ED O SA N J U A N
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