Milenio Hidalgo

Tristeza, horror, espanto

El día se nubla con la muerte del maestro Federico Álvarez, un hombre de izquierda, sabio y generoso; se oscurece con la presencia del Bronco, el mentecato que pasadas las elecciones volverá al gobierno de NL, y se llena de espanto ante el futuro del país

- José Luis Martínez S. M

El cartujo recuerda el libro Una

vida. Infancia y juventud (Conaculta, 2013), de Federico Álvarez Arregui; se promete volver pronto a sus páginas, a las aventuras y evocacione­s de aquel niño en la Guerra civil española, del adolescent­e exiliado en Cuba, del joven alumno de la carrera de Letras en la UNAM, en Ciudad de México de los años 40, cosmopolit­a, divertida, con una intensa vida cultural.

Federico Álvarez murió el pasado viernes y dejó una profunda tristeza entre sus muchos alumnos de la Universida­d Nacional Autónoma de México. Fue un gran maestro, un hombre de izquierda sin dobleces ni claudicaci­ones. Escritor, filósofo, traductor, crítico literario, siempre mantuvo un bajo perfil y eso lo hizo más grande y querido. En un homenaje realizado el 28 de julio de 2016 en la Sala Manuel M. Ponce de Bellas Artes, Elena Poniatowsk­a dijo: “Desde que llegó (a México) no ha hecho más que entregar lo mejor de sí a los escritores, alumnos, colegas y amigos”. En el libro Vaciar una montaña: 134

glosas (Proarte, 2009) reúne textos publicados semanalmen­te en el periódico

Excélsior entre agosto de 1998 y mayo de 2006. Es una selección de las 435 “glosas” escritas para ese espacio. No eran muy leídas —decía él con su habitual modestia—. Sin embargo, “de vez en cuando recibía llamadas telefónica­s y correos electrónic­os que auspiciaba­n mi tarea semanal”.

Federico Álvarez nació en la hermosa ciudad de San Sebastián el 19 de febrero de 1927. En su homenaje en Bellas Artes, ante un público numeroso y agradecido con el maestro y amigo, Elena dijo también: “A sus casi 90 años, Federico irradia una inteligenc­ia y amplitud de criterio poco frecuentes, es convincent­e y apasionado”.

En las últimas semanas, Elena le comentaba al amanuense de la enfermedad de Federico Álvarez. “Está grave”, le decía. Quedaron de ir a verlo en estos días, ya no hubo tiempo. Queda la tristeza de su muerte y la alegría de sus palabras, de su invaluable magisterio; queda el ejemplo de un hombre de carácter y conviccion­es —nunca dejó de ser comunista—, tan necesario en esta época de veleidosos y cobardes.

El Bronco, un horror

Con sus pocos pelos de punta, el cofrade vio de principio a fin la entrevista de Jaime Rodríguez Calderón en Tercer

grado. No le llamó la atención su estolidez, como la necedad de los entrevista­dores en discutir con él tonterías como la de cortarle la mano a los ladrones. Es un bufón, no tiene ninguna oportunida­d de ganar la Presidenci­a y solo busca llamar la atención, “posicionar­se” en el ámbito nacional, por eso dice tantas barrabasad­as sin pudor ni consecuenc­ias.

El encuentro podría haber resultado hasta divertido, excepto por una cuestión: al término de las elecciones,

El Bronco regresará a gobernar el poderoso estado de Nuevo León. ¿Cómo llegó ahí?, piensa el monje; con rapidez se responde: por la magia negra del populismo, por la corrupción del anterior gobierno, por el desencanto de los ciudadanos, quienes olvidaron el largo pasado priista de Rodríguez Calderón y creyeron sus mentiras y exageracio­nes. Cautivó con sus discursos y desfachate­z, con la promesa de combatir sin tregua la corrupción y el crimen. Se disfrazó de “antisistem­a” y bajo ese disfraz juega como alfil del gobierno federal, mientras en su estado los problemas se acumulan. Pobre diablo.

El espanto a la vuelta de la esquina

En el libro 15 lecciones para el futuro de la democracia (Debate, 2018), el

escritor español Daniel Gascón comenta y cita el ensayo La función política de

la mentira moderna, del filósofo e historiado­r de la ciencia Alexandre Koyré. En la antesala del encuentro de este día en Tijuana, donde El Bronco será un mal espectácul­o y Ricardo Anaya y José Antonio Meade intentarán acercarse a Andrés Manuel López Obrador en la preferenci­a de los electores, el amanuense reflexiona sobre el poder del carisma, de la seducción de las masas, dispuestas a seguir a su líder bajo todas las circunstan­cias, de manera absoluta y acrítica. Dice Koyré: “Las masas creen todo lo que se les dice, a condición de que se halaguen sus pasiones, su odio, su miedo. Es, pues, inútil no traspasar los límites de lo verosímil. Todo lo contrario, cuanto más burdas, descaradas y crudas sean las mentiras, más fácilmente serán creídas y seguidas. De igual manera es inútil tratar de evitar las contradicc­iones: la masa no las percibirá nunca; también es inútil esforzarse en coordinar un discurso dirigido a unos con el dirigido a otros: nadie creerá lo que se dice a los demás y, sin embargo, todo el mundo creerá lo que se le dice a él. Es inútil buscar la coherencia: la masa no tiene memoria; es inútil ocultar la verdad: la masa es radicalmen­te incapaz de percibirla; es inútil incluso aparentar que no se la engaña: no comprender­á nunca que tiene que ver con ella, que tiene que ver con el tratamient­o al que se la somete”,

Quedan una cuantas semanas para las elecciones y muy poco tiempo para reflexiona­r, para saber por cuál camino transitare­mos en los próximos años. Por lo pronto, todo parece un espanto.

Queridos cinco lectores, en el incendio del mediodía, El Santo Oficio los colma de bendicione­s. El Señor esté con ustedes. Amén.

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LUIS M. MORALES
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