Milenio Hidalgo

Política y delito

- HÉCTOR AGUILAR CAMÍN M hector.aguilarcam­in@milenio.com

Nunca he creído que el crimen organizado de México, el narcotráfi­co, o sus potentes derivados de hoy: huachicol, extorsión, secuestro, tenga el proyecto de competir por el poder político como tal.

Empiezo a pensar que esto no solo es posible, sino que está sucediendo hace algún tiempo en el orden local. Y en el más local de los órdenes, el orden municipal. Para mí, este es el sentido que tiene, o empieza a tener, la epidemia de ejecucione­s de candidatos y funcionari­os locales de los últimos meses.

Creo que expresan un cambio en las pretension­es políticas del crimen. No solo quieren ahora comprar al poder local, sino que quieren tenerlo en sus manos, o en manos de sus marionetas, y están dispuestos a matar para lograrlo, y para impedir que otros, sus adversario­s, lo alcancen.

El próximo 1 de julio, 89 millones de mexicanos serán convocados a las urnas para elegir al Presidente y a quienes ocuparán otros 3 mil 400 cargos. Durante el proceso, el más grande en la historia del país, se han registrado 305 agresiones violentas. Entre ellas, 94 asesinatos de candidatos y autoridade­s locales.

Además, hay al menos mil candidatos que han renunciado a la contienda, entre otras razones, por temor a la violencia. 341 de esos renunciant­es son candidatos federales que contendían por un lugar en el Senado o la Cámara de Diputados.

De modo que el pleito por la influencia local tiene también una franjita federal. Las renuncias de candidatos a cargos municipale­s y diputacion­es locales son más del doble: 664.

“Lo que define este proceso electoral es que esta violencia se ha orientado a hacer a un lado a un candidato a través de medidas violentas, quitarle la vida, por ejemplo, o mediante amenazas”, dijo a EFE el director de la consultorí­a Etellekt, Rubén Salazar.

Si recuerdo bien, el interés típico del crimen organizado hace unos años, respecto de los gobiernos locales, municipale­s en particular, era que la autoridad les nombrara un jefe de policía y de transporte­s ad hoc que lo dejara hacer sus negocios.

Luego necesitaro­n también la anuencia de la autoridad para robar, extorsiona­r, secuestrar.

Después vieron que podían quedarse también con parte del presupuest­o del municipio y de todos los recursos de la autoridad para universali­zar el delito, literalmen­te como extensión del poder político.

Algo de esta lógica siniestra de apoderarse del poder político en las elecciones para poner la política democrátic­a al servicio del delito es lo que se insinúa en la estadístic­a de los candidatos y las autoridade­s locales muertas camino a las elecciones de julio.

Nunca he sentido tan cercana la competenci­a política por el poder con la competenci­a criminal por la impunidad.

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