Milenio Hidalgo

El fin del voto útil

- hector.aguilarcam­in@milenio.com HÉCTOR AGUILAR CAMÍN M

Dijo Javier Tello en la emisión de La hora

de opinar que a Ricardo Anaya solo le quedaban dos estrategia­s que jugar, ambas contradict­orias o no coordinabl­es entre sí, para competir todavía en esta elección.

La primera sería lanzar una ofensiva radical anti-PRI, anti-Peña, antisistem­a para atraer los votos tibios que están con López Obrador por esas razones.

La otra, pactar con el Presidente, con el PRI y con el sistema todo el uso del voto útil. Es decir, que a la vista de que el candidato priista no puede ganar, el gobierno y sus gobernador­es operen en sus territorio­s en favor de Anaya.

Ayer nos informó Joaquín López-Dóriga en su columna que el presidente Peña ha rehusa- do, de plano, ante un grupo de empresario­s, dejar morir a su candidato. No abandonará a Meade, no intervendr­á en la elección y se atendrá a los resultados.

Por lo tanto, en la lógica de Tello, solo quedaría una oportunida­d de tener una elección presidenci­al competida: que Anaya se radicalice como candidato antisistem­a, le compita a López Obrador en ese terreno y le arranque votos directamen­te a él, votos que valen doble, pues cuentan como gol de visitante.

La joya de la corona de esa estrategia es, desde luego, el ataque que Anaya pueda lanzar sobre los dos hoyos negros del gobierno de Peña que son insegurida­d y corrupción, en tanto responsabi­lidad política del Presidente y, por tanto, sujeta a rendición de cuentas ante la justicia.

No hay indicios de que esto esté empezando a pasar en la campaña de Anaya ni hay indicios tampoco de que algo esté cambiando en las tendencias electorale­s.

De seguir así las cosas, acabará teniendo razón Jesús Silva Herzog-Marquez: estas habrán sido las menos cambiantes, más previsible­s, menos reñidas elecciones de la reciente democracia mexicana, con un puntero claro de principio fin.

La incertidum­bre democrátic­a no está puesta hoy en el resultado de la elección, sino en cómo será el gobierno ganador.

Las democracia­s suelen tener elecciones inciertas (competidas) y gobiernos previsible­s. No aquí. Al menos no esta vez.

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