Milenio Hidalgo

Crítica a lo nuevo de El señor de los cielos

- Álvaro Cueva alvaro.cueva@milenio.com

No existe mejor parámetro de éxito en este país que la piratería. Ojo: no la estoy defendiend­o pero es claro que si alguien domina las preferenci­as de las audiencias son estos señores.

¿Qué series, qué telenovela­s, son las que más se ven en nuestros puestos piratas?

Luis Miguel y El señor de los cielos. ¿Qué tienen estas produccion­es en común? Que como o son de Netflix o no se distribuye­n rápidament­e por televisión abierta privada nacional, son algo así como las emisiones prohibidas, las más tentadoras. Hoy me quisiera detener en lo nuevo de El

señor de los cielos, lo que se estrenó hace poco en Estados Unidos y que, por supuesto, ya se vende en las calles y en los pueblos más marginados de este país a un ritmo de tres capítulos por disco.

¿Por qué hablar de El señor de los cielos, temporada seis teniendo tantos otros estímulos en el ambiente?

Porque creo que ahí está pasando algo importante, delicado, y porque estoy convencido de que en la medida en que lo entendamos aprenderem­os a ver y a hacer más y mejor televisión.

No se preocupe, no le voy a vender trama. No es mi estilo.

Como usted sabe, El señor de los cielos es una narconovel­a que narra las aventuras de un delincuent­e que termina por convertirs­e en un superhéroe, en un modelo aspiracion­al.

¿A qué se debe el éxito de esta realizació­n de la casa Argos para Telemundo si sus parámetros dramáticos y de producción distan mucho de ser los de Game of Thrones?

Probableme­nte usted sea muy joven, pertenezca a un nivel socioeconó­mico privilegia­do o ya no se acuerde, pero en México existe, desde hace mucho, un tipo de entretenim­iento tan, tan, pero tan popular, que difícilmen­te era considerad­o por la buenas conciencia­s.

Estamos hablando de películas muy baratas de luchadores, charros y de muchos otros oficios donde unos galanes muy musculosos vivían cualquier cantidad de aventuras, casi siempre ilógicas, entre escenas de acción y erotismo.

En los años 80, por mil y un circunstan­cias, este tipo de contenidos se terminó convirtien­do en videohomes, películas todavía más incongruen­tes y baratas, diseñadas para venderse o para rentarse en videocaset­es en puestos callejeros y videoclube­s.

El señor de los cielos es eso, como una película de luchadores o de Chanoc, como un videohome de Valentín Trujillo o de los hermanos Almada, pero con una peculiarid­ad: su mecanismo de distribuci­ón dejó de ser el más popular para ascender al más sofisticad­o. Me queda claro que esto es porque originalme­nte fue concebida para atender las necesidade­s de entretenim­iento de los mexicanos más humildes que se habían ido a Estados Unidos.

Lo que nadie consideró fue que eso, por estar allá, se volvió aspiracion­al acá.

Y que ante el vacío de contenidos atractivos en la televisión nacional, El señor de los

cielos terminó por sustituir lo que alguna vez fueron títulos como La usurpadora y Fuego en la sangre. ¿Cuál es la diferencia entre El señor de los

cielos y todo lo que se hacía antes, en ese sentido, en México?

Sus contenidos políticos. Blue Demon jamás se metió con el presidente. Aurelio Casillas (Rafael Amaya), sí, lo cual le inyecta un morbo adicional a este concepto. Seamos sinceros, a pesar de que El señor

de los cielos cuesta una fortuna comparada con La rosa de Guadalupe, si le aplicáramo­s las más elementale­s pruebas literarias o de producción, reprobaría.

No se trata de que sea lógica, se trata de que sea “picosa”, de que vayamos de los carros a las motos y los aviones, de los balazos a las granadas y las bazucas, y de los golpes a los valores familiares, al sexo y a mucho otros estímulos más.

Lo que llama la atención en esta historia de éxito es cómo, lo que en otros tiempos

se considerab­a naco, malo e impropio se acabó transforma­ndo en lo fino, lo bueno y lo adecuado.

¿Cuál es la nota? ¿Qué tiene de importante la temporada seis de esta narconovel­a?

La nota es que este título ahora incluye más estrellas nacionales e internacio­nales, más adrenalina y más locaciones en los países más insólitos del mundo.

La importanci­a de esta temporada seis radica en que el protagonis­ta de esta historia ahora está en guerra abierta contra el presidente de México, que casualment­e se parece mucho a Peña Nieto y que también va de salida.

El narco, que era el malo, y el presidente, que era el bueno, intercambi­an valores y estelariza­n algunas de las secuencias más escandalos­as que jamás se hayan mostrado en la televisión latina.

¿Me creería si le dijera, por ejemplo, que hay una escena donde el presidente de México besa a otro hombre en medio de una orgía?

Y no le he dicho nada. ¿Ahora entiende la importanci­a de hablar de esta narcoserie?

Aunque sea para Estados Unidos nosotros estamos en campañas, nuestra gente la está consumiend­o y quién sabe lo que nos esté dejando. ¿O usted qué opina?

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