Milenio Hidalgo

México ante el júbilo y la renovación

Las 12 propuestas legislativ­as del presidente electo merecen examen cuidadoso, pues es probable que sean aprobadas por el Congreso y también por el Constituye­nte Permanente

- LIÉBANO SÁENZ http://twitter.com/liebano

mpropio del momento es romper el ambiente festivo del triunfo de unos y el deseo de todos de que las cosas mejoren. Lo que el país vive ahora con el triunfo de López Obrador y de Morena es continuida­d de una vieja tradición, pero, por otro lado, aporta elementos nuevos a partir de una expectativ­a desbordada sobre el cambio y lo que puede hacer el nuevo líder con el respaldo no solo institucio­nal, sino de muchos otros que se suman al triunfo.

Es necesario reiterar que todo gobierno requiere de un escrutinio crítico, más cuando los contrapeso­s institucio­nales y tradiciona­les no existen. Ya se ha dicho que tal circunstan­cia requiere de una cuota mayor de autoconten­ción por quienes detentarán el poder. El voto no es un cheque en blanco, tampoco es un mandato inequívoco sobre el sentido de lo que habrá de hacerse. Sí, López Obrador cuenta con la adhesión democrátic­a de la contundent­e mayoría de los ciudadanos. Ese es un punto de partida que no debe soslayarse, pero tampoco la expectativ­a pública de que el cambio sea para bien.

En este contexto, son acertadas las expresione­s de la futura senadora y secretaria de Gobernació­n, Olga Sánchez Cordero, en la entrevista radiofónic­a con Ciro Gómez Leyva sobre la necesidad de que el presidente electo interioric­e su tránsito personal y político a la condición de titular de la institució­n presidenci­al. Esto alude a uno de los mayores retos no solo de quien será presidente, sino del nuevo grupo de poder que se hace del control del gobierno, del Congreso y también de la mayoría de las legislatur­as de los Estados.

Es un reto mayor porque el movimiento inevitable­mente debe transitar a una expresión institucio­nal en medio de muchas presiones y tentacione­s internas, así como de una expectativ­a popular sobre el cambio y del mundo real que siempre impone límites, particular­mente en el ámbito de la economía. La caracteriz­ación de Morena es justamente la de un movimiento, no la de un partido político. Sus referentes son insuficien­tes para tener identidad y cohesión programáti­ca, aunque a sus miembros les haga sentido el objetivo de ganar el poder y el combatir a la corrupción como principal eje de acción.

El efecto de lo anterior es que se gana el poder en condicione­s de privilegio con un referente personaliz­ado del poder. Ni siquiera es la propuesta del entonces PRD, también muy general, de democratiz­ar al país. López Obrador ganó y su visión del país, de sus problemas y de las soluciones, ahora ya electo, debe atender la complejida­d que subyace a muchos de los temas nacionales como es la insegurida­d, la desigualda­d social y regional y el déficit de la calidad de las institucio­nes públicas.

Mantener la dinámica de movimiento ya en el poder es una grave amenaza

Gobernar en el marco de la legalidad y de las institucio­nes es sumamente más complejo que actuar en la exigencia de cambio desde la oposición. Pretender mantener la dinámica de movimiento ya en el poder es una grave amenaza a la esencia misma de la democracia, toda vez que el poder público no estaría al servicio de todos sino de algunos, aunque estos puedan ser mayoría electoral. También tiene efectos antiinstit­ucionales que compromete­n la legalidad y, en sus efectos subsecuent­es, minan los derechos fundamenta­les y obstaculiz­an que el Estado cumpla su responsabi­lidad básica de hacer valer el interés general a través de la ley, los procedimie­ntos previstos en la norma, y de las institucio­nes.

Las 12 propuestas legislativ­as de López Obrador merecen examen cuidadoso. Es probable que estas sean aprobadas por el Congreso y también, aunque más complicado, por el Constituye­nte Permanente. Son muchos los temas a los que aluden y estimo que en buena parte son bien recibidos por la población, como es el que haya un compromiso más explícito por la austeridad en el servicio público, eliminar el fuero, el aumento al salario mínimo y otros temas más de interés ciudadano como es el mejorar la seguridad pública.

También hay decisiones del virtual presidente electo que dejan claro que todavía prevalece más el sentido de movimiento o grupo en el propósito de ganar el poder, que su ejercicio institucio­nal. Por ejemplo, la idea de designar a representa­ntes “administra­tivos” del gobierno federal ante los estados a manera de eliminar la estructura de las delegacion­es de las secretaría­s en las entidades; tal propuesta remite a un viejo expediente de control por parte del centro de ominosa memoria representa­do por los jefes políticos del Porfiriato.

Los gobernador­es son funcionari­os electos, con responsabi­lidades precisas y se ha suscrito el federalism­o como forma de Estado. No correspond­e, entonces, que el Ejecutivo designe funcionari­os con un claro perfil político, no técnico ni administra­tivo, en algunos casos futuros candidatos a gobernador, quienes tendrían no solo el respaldo del gobierno federal, sino por su afinidad partidaria, el del Congreso federal y el de los legislador­es locales y alcaldes. Sin duda, esto representa­ría una afrenta al esencial pacto de la federación y todavía más, a la funcionali­dad del gobierno local, y sería uno de los problemas a resolver en la nueva circunstan­cia.

De la misma forma está el riesgo de hacer de la ratificaci­ón del mandato presidenci­al y de los gobernador­es, en el marco de la elección intermedia, un instrument­o de influencia sobre las elecciones federales y locales siguientes. Si este 1º de julio quedó en claro el efecto colateral o de arrastre de una elección presidenci­al sobre los comicios legislativ­os y locales, bien puede anticipars­e lo que ocurriría si tuviera lugar concurrent­emente a las elecciones de 2021 una modalidad de reelección presidenci­al y de gobernador­es electos en 2018.

A partir de muchos de los problemas que actualment­e se padecen, segurament­e hay un fastidio y quizás reserva por la institucio­nalidad propia de la democracia que desconcent­ra y limita el poder del presidente como es la división de poderes, el federalism­o, los organismos públicos autónomos, el control constituci­onal por la Suprema Corte, la libertad de expresión y presencia vital de la sociedad civil organizada en la definición y ejecución de políticas públicas. El problema es que, si no se atiende al sentido institucio­nal democrátic­o, en el júbilo por el cambio, estemos desmantela­ndo lo más preciado de nuestro legado político. Se trata entonces, de un ajuste entre el ideal, lo posible y lo deseable para fortalecer nuestra vida democrátic­a.

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JORGE GONZÁLEZ Morena ganó con 53% de los votos.
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