Agustín Gutiérrez Canet
Estados Unidos creó un programa conocido como Alianza para la Prosperidad del Triángulo del Norte, compuesto por Guatemala, Honduras y El Salvador, pero el Estado mexicano podría sugerir otro que sea más profundo
Una de las propuestas de Andrés Manuel López Obrador presentada a Donald Trump, a través del secretario de Estado, Mike Pompeo, se refiere al proyecto de cooperación internacional en América Central y el sur de México, que persigue combatir la pobreza y mejorar la seguridad para reducir la migración indocumentada a Estados Unidos.
El éxito de la propuesta, para que sea viable, debe tomar en cuenta los intereses de México, de los países centroamericanos y del propio Estados Unidos.
El reto es crear a mediano y largo plazos condiciones estables, necesarias para tornar la pobreza en prosperidad y la criminalidad en seguridad. Enfrentar las causas, no solo los efectos de la migración.
Estados Unidos creó un programa conocido como Alianza para la Prosperidad del Triángulo del Norte (APTN), compuesto por Guatemala, Honduras y El Salvador, pero México podría sugerir otro programa que sea más profundo y amplio, que abarque a todo el istmo centroamericano y al sur de nuestro país, con otro nombre.
Hasta ahora, la APTN solo ha recibido 650 millones de dólares de EU, comparados con los 5 mil 300 millones en conjunto del presupuesto de los tres países centroamericanos, así como un crédito por 850 millones del Banco Interamericano de Desarrollo.
La nueva propuesta de AMLO obligaría a nuestro país a aportar fondos de manera proporcional al peso de su economía, la 14 más grande del mundo.
Predicar con el ejemplo será la prueba de fuego de la nueva diplomacia mexicana, pues proponer un proyecto como la AP implica obligaciones financieras tales como aportar fondos en efectivo, no solo en especie, para lo cual enfrentaremos desafíos presupuestales que rendirán frutos en el mediano y largo plazos. Los programas que se desarrollan al amparo de la Agencia Mexicana de Cooperación Internacional para el Desarrollo son importantes, pero muy pequeños.
Por ello, un esfuerzo adicional será tratar de articular las acciones de diferentes organismos internacionales, no solo el BID, con los apoyos mexicanos, estadunidenses y canadienses. Agencias como el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, la FAO, la OMS, el Programa Mundial de Alimentos ya operan en varios países centroamericanos, pero en muchas ocasiones sus programas se empalman o carecen de sinergia.
A principios de los 80, en un ejemplo de cooperación Sur-Sur, José López Portillo acordó el Pacto de San José con Carlos Andrés Pérez de Venezuela para suministrar crudo a Centroamérica y el Caribe, con un porcentaje de crédito preferencial de 30 por ciento de la factura, en pleno
boom petrolero.
Si México y los demás países beneficiarios no hacen su propio esfuerzo económico, Trump va a ser un hueso duro de roer si queremos que EU incremente sustancialmente los fondos a Centroamérica.
Sabemos de su obstinada posición de no apoyar a otros países si ellos mismos no hacen un esfuerzo adicional, guardadas las proporciones, como ocurre con los miembros de la OTAN, a quienes exige incrementar a 2% del PIB su gasto de defensa y así reducir la carga de los contribuyentes estadunidenses a la alianza militar.
Sin embargo, México tiene la ventaja de conocer mejor que Estados Unidos la región centroamericana. Nuestro país cuenta con una visión integral a favor de la paz y el desarrollo, no solo una perspectiva de seguridad. De alguna manera, parte de los problemas del sur de México son similares a los centroamericanos.
En plena guerra fría, a principios de los 80, la diplomacia mexicana contuvo a Ronald al promover iniciativas conjuntas como la Declaración Franco Mexicana sobre El Salvador, el Grupo Contadora sobre Nicaragua, además del ya mencionado Pacto de San José.
Mientras que Estados Unidos estaba obsesionado con impedir la expansión del comunismo en la región, México entendió que la solución a los conflictos era por la vía diplomática y no por el uso de la fuerza extranjera.
En 1984, en mi calidad de vocero de la Secretaría de Relaciones Exteriores, desmentí al general Paul Gorman, jefe del Comando Sur, con sede en Panamá, quien alegaba que México, “país centroamericano”, según él, iba a caer en el comunismo, como si fuera la última ficha del dominó. Declaré al corresponsal de The New
York Times que el comandante “refleja una falta de conocimiento de la realidad mexicana, desde el punto de vista político, geográfico e histórico”.
El desmentido sirvió para que el Departamento de Estado se deslindara de Gorman al afirmar que el militar únicamente expresó “opiniones personales” y no las oficiales de ese gobierno.
La nueva estrategia de México hacia América Central coincide con la agenda interna de nuestro país en la medida que busca ayudar a los países centroamericanos a terminar con la violencia, la corrupción y la impunidad, retomar el control del territorio, alentar la confianza de los inversionistas, así como crear las condiciones para un crecimiento integral y sostenible.
La crisis de Nicaragua, adicional a la de Venezuela, representa otro desafío para la diplomacia de López Obrador. México no se puede refugiar en invocar el principio de no intervención cuando ocurren continuas violaciones a los derechos humanos, civiles y políticos en esos países.