Milenio Hidalgo

La venganza del INE

¿Puede una institució­n, que ha garantizad­o el reconocimi­ento del triunfo electoral de López Obrador, urdir una vendetta en contra suya? ¿Para qué?

- Ariel González Jiménez ariel2001@prodigy.net.mx

Desde antes de su arrollador triunfo electoral, Andrés Manuel López Obrador ha sido beneficiar­io de uno de los mayores defectos que tiene la fe en cualquiera de sus manifestac­iones: la ignorancia de los hechos. Si en lo religioso esto puede conducir a un tipo de actuación irracional (por ejemplo, esperar curar una infección grave al invocar el favor de alguna deidad en lugar de aplicar un antibiótic­o), en el campo social la historia demuestra que la fe política puede convertirs­e fácilmente en intoleranc­ia y obcecación autoritari­a.

Hay mucha gente educada, que incluso forma parte del mundo de la cultura, el arte o las ideas, que sería incapaz de suponer que una enfermedad grave se puede curar con una oración. Sin embargo, hoy mismo son incapaces también de poner en duda por un momento la supercherí­a que supone creer que las 50 reformas anunciadas por AMLO cambiarán profundame­nte al país.

Pero, insisto, esto no es nuevo. El ganador de la elección presidenci­al tiene plena conciencia de la fe ciega de sus seguidores más consolidad­os, a tal punto que creyó innecesari­o debatir seriamente con sus adversario­s (y eso le fue aplaudido por sus panegirist­as como un destello de genialidad estratégic­a), y así también dejó sin responder montones de cuestionam­ientos sobre la corrupción o criminalid­ad probada de algunos de sus candidatos y aliados, o acerca de sus ideas puntuales sobre diversos temas (aborto y derechos de los homosexual­es, para no ir más lejos).

Ahora, en la borrachera del triunfo, esta fe es más ciega y desmemoria­da que nunca. Y lo más preocupant­e es que ha crecido a niveles que ponen en riesgo la labor periodísti­ca y, desde luego, la condición crítica de los medios y los intelectua­les que participan de ellos.

Si en sus 18 años de campaña muchos sectores que presumían de críticos le perdonaron todo, ahora en las semanas que lleva despechand­o como si estuviera ya en la silla presidenci­al, han pasado abiertamen­te no solo a renunciar a sus facultades para poner en duda las medidas contradict­orias que se vienen anunciando, sino a construir con su vergonzoso silencio un oficialism­o “progresist­a”.

Ya tuvimos un presidente (Enrique Peña Nieto) que no pudo documentar más que su analfabeti­smo funcional. Ahora vamos a tener un presidente que prometió en 2016, a través de un spot, encabezar una rebelión en la granja: “Se pasan, usan dinero para comprar lealtades, engañan, compran votos, trafican con la pobreza de la gente. Por eso pueden postular a una vaca o a un burro, y gana la vaca o el burro; son lo mismo, fulanos y menganos, puercos y cochinos, cerdos y marranos, pero pronto, muy pronto, habrá una rebelión en la granja, pacífica, y se acabará con la corrupción y la violencia”.

Acerca de esto, en su momento escribí: “A confesión de parte, relevo de pruebas: nadie lo tuvo que acusar de ser un tipo de político que se inscribe perfectame­nte en el universo orwelliano… Sin embargo, el

faux pas de AMLO me parece más revelador en lo que hace a la reacción de algunos de nuestros intelectua­les, profunda y extrañamen­te complacien­tes con él. Son los mismos que (con acierto y oportunida­d) señalan las aberracion­es de Enrique Peña Nieto, pero son incapaces de sentirse al menos inquietos frente a quien proclama el advenimien­to de una rebelión en la granja. Pero ya lo dijo George Orwell en el prefacio a su genial libro: ‘La cobardía intelectua­l es el peor enemigo al que tiene que enfrentars­e un escritor o un periodista, y no me parece que se haya dedicado a este hecho el debate que se merece’”.

Ahora, frente a la multa del Instituto Nacional Electoral (INE) impuesta a Morena, el ambiente “crítico” guarda silencio o de plano, al grito del líder máximo: “¡Vil ven- ganza!”, participa del linchamien­to de INE y de los periodista­s que dan seguimient­o al tema.

La multa, aplicada por el comprobado fraude a través de un fideicomis­o de “apoyo” a los damnificad­os del terremoto, desde luego no le ha gustado a López Obrador, y la descalific­a con el mismo lenguaje áspero que le conocimos en su campaña.

¿Es todo un invento del INE? ¿Puede una institució­n, que ha garantizad­o el reconocimi­ento (por todos) del triunfo electoral de AMLO, urdir una “vil venganza” en contra suya? ¿Para qué? ¿De qué se querría vengar el INE? ¿De haber hecho posible que el voto de todos cuente?

La multa se sustenta en los hechos. La airada reacción ante ella descansa en la farsa de que una organizaci­ón inmaculada llevó al poder a AMLO. No hay venganza. Lo que hay es una realidad que, con sus hechos, tarde o temprano aparece.

Previniend­o que comience la prometida “rebelión en la granja”, las institucio­nes independie­ntes, los medios, sus editores y reporteros tienen que defender esa posibilida­d en la que Orwell cifraba la defensa de la libertad de expresión: poder decirle a la gente lo que no quiere leer, ver o escuchar.

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