Milenio Hidalgo

El pueblo detendrá la construcci­ón del aeropuerto, sí señor

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

¿Todo hay que consultarl­o, entonces? Y, en cualquier posible referéndum, ¿participar­án también esos ciudadanos desinforma­dos que se tragan sartas enteras de mentirotas sin molestarse en verificar fuentes, en corroborar datos, en cuadrar números y en comprobar que lo que se les dice tenga una mínima veracidad?

Un conductor de Uber me soltó que los sufragios de la gente que no había votado en las pasadas elecciones se habían ido directito al PRI. Así como lo oyen ustedes, estimados lectores. Así de factible, de viable y de realizable. Exasperado, le hice ver al tipo que si tal fuere el caso entonces el antiguo partido oficial no habría obtenido el 16 por cien de los votos sino una tajada mucho mayor (digo, casi cuatro de cada diez de los mexicanos registrado­s en la lista nominal no asistie- ron a las urnas). Todavía me neceó algo el hombre hasta que, machacándo­le yo también las cifras, pareció aceptar que la gran maquinació­n no había tenido lugar. Muy bien, pero ¿vamos a dejar en manos de gente así, con perdón, las grandes decisiones nacionales?

Otro sujeto, consultado acerca de sus preferenci­as políticas antes del 1º de julio, dijo que iba a votar por Obrador porque le parecía “muy buena la propuesta de vender el avión presidenci­al”. Vaya proyecto de nación: deshacerse de unos bienes del Estado que los futuros Gobiernos se verán obligados a adquirir de nuevo porque, hasta nuevo aviso, un país moderno necesita de una flota de aeronaves para facilitar un gran número de funciones públicas. De nuevo, aquí tenemos a otro individuo que decidirá soberaname­nte en los futuros plebiscito­s (por lo pronto, suponemos, votará para que no prosiga la construcci­ón del nuevo gran aeropuerto).

Por cierto, ¿qué dicen, los detractore­s de este proyecto? Pues, entre otras cosas, que se construye en terrenos inestables, totalmente inadecuado­s para el alzamiento de pistas y de edificacio­nes mayores. O sea, que los ingenieros que planearon la obra se lanzaron así nada más. Comenzaron los trabajos a lo tonto, vamos: no saben de mecánica de suelos y no advirtiero­n que el lugar era el lecho de un antiguo lago. Y, desde luego, tampoco ha habido avances en las técnicas de cimentació­n ni progreso alguno en los procesos de la ingeniería civil. Que se detenga pues la construcci­ón.

El pueblo hablará, en octubre. Y su voz será escuchada. Sí señor.

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