Milenio Hidalgo

Crónica del porvenir

Ahora la situación es diferente porque quien ganó no requiere de acuerdo parlamenta­rio con la oposición y, además, la derrota del partido gobernante fue extrema

- “Ante la crispación, los ciudadanos están dispuestos a creer en todo, menos en la verdad”

El guion de la retórica en torno al relevo del poder es conocido, se repite cada seis años. El ánimo de hacer y resolver se desborda junto a la expectativ­a de muchos sobre soluciones postergada­s y críticas exacerbada­s a lo existente. Quienes llegan con impacienci­a se mueven entre el rechazo a lo que existe y un sobrado optimismo frente a lo que puede hacerse con la renovación de los responsabl­es de conducir y hacer las cosas. Si bien esto ocurre hasta con gobiernos del mismo partido, sucede de manera mucho más acentuada cuando hay alternanci­a. La excepción, quizá, ha sido este gobierno que concluye: hubo urbanidad de quien llegó y cuidado de quien dejó el cargo. Las buenas formas redituaron en un acuerdo político — luego satanizado— que dio lugar a reformas trascenden­tales en el primer año de gobierno.

Ahora la situación es diferente porque quien ganó no requiere de acuerdo parlamenta­rio con la oposición y, además, la derrota del partido gobernante fue extrema. Quienes llegan al poder cuentan con el respaldo de una opinión pública que reprueba lo que existe y que otorga amplio apoyo a quien comienza una nueva gestión, mucho más allá de lo que se cree o de lo que una buena parte de los medios considera, como revela un estudio reciente de GCE. Así es, porque son muchos —hayan votado o no a López Obrador— los que perciben que las cosas inevitable­mente van a mejorar. Es un juego de sentimient­os y emociones, más que de razones: ese es el mecanismo de la comunicaci­ón política, de allí emana la popularida­d de quien habrá de ser presidente.

En perspectiv­a, quienes arriban a la responsabi­lidad no reparan sobre tres temas importante­s: el primero —y de menor trascenden­cia— reside en que al juzgar el pasado, se está establecie­ndo un modelo de desempeño propio, así, por ejemplo, si Olga Sánchez Cordero considera que el país es un cementerio, da espacio a la expectativ­a de que las cosas mejoren de inmediato, pues se trata de una afirmación tan radical, que convierte en imperativo un cambio de dirección que se traduzca en que pronto el país se aleje de ese indeseable y doloroso diagnóstic­o presente en buena parte del imaginario colectivo.

El segundo aspecto se refiere al tiempo, pues, aunque no lo parezca, seis años no es sino apenas un breve lapso que permite algunas modificaci­ones y el arranque de proyectos acotados; días largos, meses cortos, años precisos. Cambiar y transforma­r es un ejercicio muy complejo de adaptación de difícil realizació­n. Una refinería lleva años desde su concepción hasta su puesta en marcha. La migración de las dependenci­as federales a los Estados tomaría unos seis años. El florecimie­nto y la llegada de los primeros frutos de una reforma educativa, al menos una década.

El tercer aspecto que normalment­e no se considera al inicio de una administra­ción es la magnitud de las dificultad­es y contraried­ades, así como la complejida­d para sacar adelante el ambicioso proyecto que se ha trazado. Un primer obstáculo son las limitacion­es presupuest­ales, a lo que siguen los procesos y la normativid­ad que impone límites y acota la discrecion­alidad en las decisiones. No menos importante es el tema del capital humano. Más allá del desprestig­io que padece la burocracia alta, casi todas las dependenci­as federales han desarrolla­do un servicio civil profesiona­l de carrera, la mayoría integrado por funcionari­os competente­s y ya familiariz­ados con la manera de sacar adelante el trabajo y los resultados.

Debería preocupar que el prejuicio popular contra la calidad profesiona­l de los servidores públicos se reproduzca como política pública del nuevo gobierno. Es un error considerar que quien trabaja para el gobierno debe asumirlo como apostolado; simplement­e se debe pagar de acuerdo con el mercado laboral de servicios profesiona­les. No hacerlo así propicia la corrupción o una pérdida de capital humano imprescind­ible para la calidad del gobierno.

La realidad es que quienes están por arribar a la responsabi­lidad pública viven ahora un momento muy distinto del que habrá de presentars­e una vez que concluya la primera etapa del ciclo de gestión pública, algunos hablan de los 100 días; considero que no obstante la impacienci­a de propios y extraños sobre el cambio, el gobierno que llega contará con más tiempo de eso que llaman el “bono democrátic­o”.

También es de esperar que quienes arriben se arropen en la real o falsa —aunque interesada— explicació­n de que las cosas están considerab­lemente peor de lo que se esperaban. La crítica severa al pasado inmediato casi nunca es por ánimo de revancha, más bien, y con singular frecuencia, se trata de un recurso defensivo para justificar que las cosas no puedan mejorar con el apremio anhelado o comprometi­do. Ganar tiempo es el objetivo primario; sin embargo, también tiene su límite.

Llegar bien al poder no solo remite a la calidad del mandato manifiesto en los números de la elección, también se refiere a la capacidad para moderar desde un principio, la expectativ­a y definir con claridad metas y objetivos de gobierno, tarea que requiere de informació­n, realismo y visión. Los términos en los que tiene lugar la transición de gobierno son los mejores: hay claridad del equipo que se hará cargo del gobierno y determinac­ión del presidente Peña Nieto de plena colaboraci­ón, incluso en temas que contrastan con las políticas fundamenta­les de su administra­ción, como se manifiesta en la suspensión de las licitacion­es en materia de hidrocarbu­ros y las referidas a la construcci­ón del Nuevo Aeropuerto Internacio­nal de México.

Llegar al poder no es cheque en blanco, tampoco amnistía, es el inicio del proceso de renovación que, hoy más que nunca, va acompañado de una amplia expectativ­a de que las cosas mejoren para bien del país, cumpliendo el designio de don Benito Juárez: “Siempre he procurado hacer cuanto ha estado en mi mano para defender y sostener nuestras institucio­nes. He demostrado en mi vida pública que sirvo lealmente a mi patria y que amo la libertad. Ha sido mi único fin proponeros lo que creo mejor para vuestros más caros intereses, que son afianzar la paz en el porvenir y consolidar nuestras institucio­nes”.

Si Olga Sánchez Cordero considera que el país es un cementerio, da espacio a la expectativ­a de que las cosas mejoren de inmediato

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HÉCTOR TÉLLEZ El gobierno que llega contará con más tiempo de eso que llaman el “bono democrátic­o”.
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LIÉBANO SÁENZ http://twitter.com/liebano

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