Milenio Hidalgo

“Algo le pasó a mi papá”, le dijo el nieto a su mamá...

FAMILIA DE UNA DE LAS VÍCTIMAS LAMENTA HECHOS EN MINA EJIDAL En sus corrales habitan gallinas, vacas, borregos y uno que otro perro, algunos gatos también adornan el paisaje donde solo se ven cerros de frente, a un costado y por detrás

- POR EDUARDO GONZÁLEZ o FOTOGRAFÍA JORGE SÁNCHEZ

La mañana del jueves 2 de agosto todo lucía como siempre en las inmediacio­nes de Hacienda Vieja, ejido del municipio de Mixquiahua­la en pleno corazón del Valle del Mezquital en el estado de Hidalgo.

Julián Vázquez, pensionado de 72 años de edad, quien dedica la parte adulta de su vida al pastoreo y borregos para la venta y autoconsum­o despertó como todos los días, con ganas de recorrer el territorio árido que comparte junto a su familia, hermanos e hijos, donde se asentaron hace más de 50 años.

En sus corrales habitan gallinas, vacas, borregos y uno que otro perro, algunos gatos también adornan el paisaje donde solo se ven cerros de frente, a un costado y por detrás de la casa que le construyó con toda una vida de esfuerzo y trabajo a su esposa Paula. “Primero eran casas con madera y palma, luego pusimos láminas, pero ahora hasta el concreto está cuarteado”, narra Evaristo Vázquez Reyes, hermano de Don Julián.

Ambos crían animales, ambos trabajaron la mayor parte de sus vidas como peones, la mitad de ese tiempo, en empresas que se asentaron en el Valle del Mezquital de Hidalgo para explotar los minerales no metálicos para la elaboració­n del carbonato de calcio.

Julián pasó la mañana del jueves 2 de julio en compañía de los suyos. Aprovechan­do el tiempo de vacaciones, dos sus nietos le seguían a todas partes, uno de ellos de 11 años, hijo de Amalia su hija con quien compartía el hogar por ser madre soltera era uno de los que más le seguían.

A las 10:30 horas de esa mañana, Julián decidió subir a la mina. ¿Por qué?, solo él lo sabe. Le gustaba pasar tiempo con viejos amigos del pueblo, de los ejidos vecinos entre Mixquiahua­la y Francisco I. Madero.

Su nieto de 11 años salió con él y enfilaron con dirección al norte, a Dengantzha. Ahí se vería con amigos con quienes compartirí­a el almuerzo, una tradición del mediodía de jornada laboral en todo complejo de beneficio.

La zona es un valle rodeado por cerros donde hay 3 minas principale­s, dos explotadas por empresas privadas, y una más por la población a manera de bienes comunales. Es decir, les pertenece el cerro y pueden hacer uso de sus recursos naturales.

Como Julián, muchas generacion­es se han dedicado a extraer mármol para proveer a fábricas de lozas, para obtener el carbonato de calcio para materiales de construcci­ón, para vidrieras por medio del granito.

Un estruendo a la entrada de la mina en Denganthza fue el preámbulo de lo que ocurriría; el nieto de Julián corrió, lo hizo más rápido que su abuelo y nunca se imaginó que ello le iba a salvar la vida.

Había más personas. Unas con motociclet­as que es el medio de transporte más ágil y demandado. El niño de 11 años simplement­e corrió sin mirar atrás, no supo que había pasado a ciencia cierta. Un conductor de motociclet­a lo bajó hasta su casa, a pie hubieran sido de 30 a 40 minutos con el riesgo de ir precipitad­o y terminar entre las rocas que inundan todo el lugar.

Amalia había salido a comprar el pollo para la comida. A su regreso, calentaba el agua cuando su hijo arribó para decirle lo que había pasado arriba en la mina. “Algo le pasó a mi papá”, le dijo así pues llamaba padre al abuelo.

Salió pues Amalia a toda velocidad para hablar al 911, al número de emergencia­s solicitand­o una ambulancia en carácter de urgente. No pudo esperar ni un minuto más y se fue a buscar a su papá.

Con ella subió su hermano Humberto quien fue la persona que localizó el cuerpo de Julián Vázquez, un pastor de 72 años, ex trabajador pensionado, hombre de familia quien es recordado con llanto, con pesar, su partida duele mucho. El velorio es en su sala, como se estila. Con fotos y flores. Con amigos, compadres, ex compañeros que llegan a dar el pésame. No hay palabras que puedan consolar a sus hijos en estos momentos. Su esposa está sentada, como cuando lo esperaba. Le sobreviven sus 8 hijos, seis mujeres y dos hombres, además de sus nietos. En la puerta de su casa, se lee “Fam. Vázquez Pérez”, leyenda que así seguirá, aunque Julián ya no esté.

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Velorio de Julián Vázquez ayer en su domicilio en Mixquiahua­la.

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