Milenio Hidalgo

¿Ejidos vemos, cuidados no sabemos?

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Araíz del accidente de este jueves donde se derrumbó una mina de mármol en el municipio de Francisco I. Madero, allá en la localidad de Dengantzha y que dejó varios muertos, quedó al descubiert­o una de las verdades que muchos saben, pero pocos quieren ver, me refiero al uso, desuso y mal uso del concepto del ejido.

Son ya más de 100 años que entró a la ley agraria el ejido, esa famosa propiedad comunal que en sus orígenes estuvo pensada para la gente más pobre del campo, en aquellas épocas, recordemos que estamos hablando de 1910-1915, se referían específica­mente a la comunidad indígena, que era mucha.

En nuestros días esta figura del manejo de la tierra ha tenido un cause muy particular en la transforma­ción del orden legal, y de la distribuci­ón social de la propiedad rural de nuestro país, en un inicio, por la genuina exigencia del campesino para tener algún lugar propio y así poder explotarlo, pero dando paso conforme los años se fueron dando a un clientelis­mo brutal.

Basta recordar lo que hizo Lázaro Cárdenas en su gestión, donde a diestra y siniestra repartió la tierra entre los más “humildes”, regalando casi las dos terceras partes del país.

El ejido surgió para arregla provisiona­lmente una gran “bronca” que se tenía en aquellos años, pero llegó para quedarse, y le aclaro que en varios casos funciona y funciona muy bien, ya que ha logrado equilibrar y dar equidad con transparen­cia al funcionami­ento social de los pueblos marginados.

Hoy creo que el mal manejo del concepto del ejido es uno de los factores que tiene al campo mexicano donde lo tiene, lleno de problemas, con una productivi­dad paupérrima y falto de financiami­entos económicos.

No es que no los haya, pero es precisamen­te este tipo de tierra, donde no se debe pensar que sea tierra de nadie, sino que es tierra del campesino y que la defiende literal con su vida, y que no deja en muchos casos que “los que saben” entren para poder potenciali­zar lo que tienen, o bien el dinero que se les da, no entienden como usarlo, terminando en la basura (por gastarlo en cosas innecesari­as), o peor aún, dando una “tajada” a gente corrupta (en muchos casos del gobierno), por tramitarle­s los accesos a esos fondos financiero­s.

Hidalgo esta lleno de ejidos, muchos en manos indígenas, muchos otros siendo inclusive subarrenda­dos para ser explotados por particular­es, como dicen los lugareños de Dengantzha que ocurrió con este caso de su mina que se les cayó, que ellos solamente le trabajaban al “patrón” que era quien los contrataba para sacar el mármol.

La verdad es que todo apunta a que en realidad era una mina ejidal, que operaba sin las medidas mínimas de protección civil requeridas para lo que ahí se hacía y que, a final de cuentas, aunque haya sido una falla geológica, no estaban preparados ni capacitado­s para enfrentar el desastre.

Habrá que entonces, cuestionar a la autoridad municipal y preguntar si es que los permisos estaban, y si estaban, cómo es que estos fueron otorgados, en fin, mucho por revisar, bueno siempre y cuando lo dejen a uno, porque dicen que los vecinos ante el accidente entraron al rescate, pero de plano cercaron su ejido impidiendo el acceso a personas agendas a la región, y así ni como hacerle.

No puedo despedir estas líneas sin antes expresar mi sentido pésame por la pérdida de uno de los íconos de la danza en Hidalgo, me da profunda tristeza la partida de Álvaro Serrano, fundador y director del Ballet Folclórico del Estado, tuve la oportunida­d de conocerlo y trabajar con él, siempre alegre y sonriente, duro y directo como era su carácter pero sobre todo, disciplina­do y entregado a su profesión, y que era su gran pasión, venga desde esta columna, un abrazo afectuoso a todos sus alumnos, que seguro estoy, perpetuará­n en el escenario lo que él les enseñó.

Que pase un excelente fin.

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JORGE SÁNCHEZ

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