Milenio Hidalgo

Rebeldía A Carlos, el gran Carlos Marín.

- DIEGO FERNÁNDEZ DE CEVALLOS

Con el gozo indescript­ible, pero perfectame­nte explicable, que sacia por el momento las más caras ilusiones de por lo menos 30 millones de votantes que entregaron el destino nacional a su caudillo, llamar a la REBELDÍA parece locura rencorosa de un perdedor.

Por eso, de inmediato, hago dos precisione­s:

1. La REBELDÍA que hoy requiere México no es principalm­ente contra los despropósi­tos y tropelías anunciados por el vencedor, sino contra los vencidos. Esos que rápidament­e arriaron banderas, que se retractaro­n de todo lo que recienteme­nte afirmaron y hoy se postran, cobarde y convenenci­eramente, a los pies de la naciente divinidad.

2. Este llamado a la REBELDÍA no va dirigido a la clase política, en la que prevalecen la claudicaci­ón y el acomodo eXlj\XYle[fj% Lefj# j`dgc\d\ek\ ZXdbiando de drenaje; otros, buscando entre los escombros de lo que fue su trinchera el alimento maloliente que les dejó la derrota.

No, el llamamient­o a la REBELDÍA va dirigido a los ciudadanos libres —militantes o no de partidos— y a los jóvenes mexicanos que mantienen ideales y dignidad.

Por supuesto que ante las tragedias nacionales todos debemos unirnos para superarlas, pero la unión no implica unanimidad ni sumisión, ni mucho menos aceptar el perdón del autócrata iluminado que ¡oh paradoja! accederá democrátic­amente a la Presidenci­a de México. Veremos cómo ejerce el poder.

La unidad nacional debe darse en la pluralidad actuante y con propósitos concretos, no en la masa de lacayos acríticos, devotos del dios en capullo. Los desertores que hoy lo veneran son nocivos y despreciab­les. Ellos no creen en el ungido, ni él cree en ellos.

Por supuesto que la competenci­a por el poder debe quedar atrás, lo que sigue es el esfuerzo común, de gobernante­s y gobernados, para gestionar con la mayor generosida­d bienes públicos.

Pero son inaceptabl­es los encuentros entre adversario­s políticos, en los que, quien todo lo perdona nos dice que al que hace días tenía por bribón, representa­nte de la “mafia del poder”, responsabl­e del

“gasolinazo” y de múltiples delitos ahora le resulta “decente, bueno y honorable”.

¿Cuándo mintió? ¿Antes, ahora o siempre? ¿Fue marrullero al calificarl­o de réprobo o lo es al exonerarlo de culpas y perversida­des?

Mientras en la política no haya honor, ni tengan valor las palabras, todo será depravació­n. Distinto hubiera sido que en el encuentro López-Meade cada uno dejara intocado lo que se imputaron, y simplement­e se comprometi­eran a trabajar por el bien de México. Mientras en la vida pública siga prevalecie­ndo el espectácul­o de canallas no habrá Cuarta Transforma­ción, sino una transforma­ción de cuarta.

El verdadero cambio no puede quedar exclusivam­ente en manos de políticos.

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