Faltas a la moral
El presentimiento de un futuro fincado en una Constitución moral no deja en paz al pobre monje; por eso lee y pregunta acerca de esta idea: ¿Cuáles son sus beneficios o peligros? Al amanecer, escribe la pregunta y la manda con palomas mensajeras a algunos
Por las noches, en su humilde celda, de hinojos, el cartujo hace el recuento de sus pecados: soberbia, pereza, malos pensamientos... Nadie lo obliga a este cotidiano acto de contrición, solo su fe en un Poder Superior. A nadie —hasta ahora— le han importado sus deslices morales si no perjudican a otra persona, aunque ponga en riesgo la salvación de su propia alma y escuche cada vez más cerca y poderoso el crepitar del fuego eterno.
Lecciones y disparates
El presentimiento de un futuro fincado en una Constitución Moral no deja en paz al pobre monje; por eso lee y pregunta acerca de esta idea.
En el periódico El Universal, el miércoles 8 encontró la opinión de Ignacio Morales Lechuga, ex procurador general de la República, quien plantea incisivo: “No hay norma sin sanción, dice el adagio jurídico. Y uno imagina que una Constitución moral tendrá necesidad de contar con el apoyo de una Fiscalía moral de la República, de tribunales especiales en la materia e incluso —por qué no— de una sala especializada para juzgar desde la Suprema Corte amparos por desobediencia moral.
“¿Habrá juicios por no amar al prójimo lo suficiente? (…) ¿Esposas y esposos furibundos o llorosos acusarán a su cónyuge de escaso amor?”
Luego de la ironía y de una amplia y lúcida exposición sobre la materia, concluye: “Los gobiernos democráticos no tienen autonomía moral. Pueden impulsar leyes, pero no crean sus propios mandamientos morales, no sin repetir trágicas historias y lecciones duramente vividas el siglo pasado”.
El mismo día en MILENIO, el escritor, periodista y editor Rafael Pérez Gay dijo de manera clara y rotunda: “El anteproyecto de una constitución moral es el mayor disparate que yo le haya oído al Presidente electo. Un disparate peligroso cuyo fin es la intolerancia. Yo diría: que cada quien viva como le dé su regalada gana, si no comete delito alguno, y que nadie le obligue a vivir como los demás”.
La libertad de elegir
En el desvelo, el cofrade se interroga: ¿Cuáles son los beneficios o peligros de una Constitución moral? Al amanecer, escribe la pregunta y la manda con palomas mensajeras a algunos amigos. Las respuestas no tardan en llegar. Fanny del Río, autora de La verdadera
historia de Malinche, comenta: “No veo beneficio alguno en promulgar una Constitución moral: la conducta ética de un individuo, una comunidad o un pueblo no se obtiene por decreto. Qué es lo moral se aprende durante la infancia y quizá el primer atisbo de madurez sea comprender que tenemos la alternativa de hacer lo opuesto: pasaremos el resto de nuestra vida ejerciendo la libertad de elegir. Como el amor, lo ético es producto de la libertad. Cualquier sociedad que sueña con imponer una conducta moral a sus ciudadanos corre el riesgo de engendrar monstruos como el ‘incorruptible’ Robespierre de la Revolución francesa”. Luis Xavier López-Farjeat, autor de Teorías aristotélicas del discurso, responde: “Veo con buenos ojos la convocatoria a un encuentro en donde los diversos sectores de la sociedad puedan dialogar y discutir distintos temas urgentes que en definitiva han dañado y deteriorado al país. Sin embargo, no creo que el producto final de ese encuentro —en donde lógicamente habrá tensiones y no siempre se logrará un consenso— deba ser una ‘Constitución moral’. Me parece peligroso que el Estado tienda a convertirse en un garante de moralidad. La función del Estado no puede interferir en las decisiones morales de las personas; el Estado sirve para garantizar la libertad, la seguridad y aquellos aspectos que John Locke denominó ‘bienes civiles’. Un Estado con otras pretensiones corre el riesgo de convertirse en una especie de iglesia persecutora dispuesta a controlar la conciencia de los individuos. Es ingenuo creer que
el Estado puede crear un documento en donde se establezcan absolutos morales a los que los ciudadanos deban ceñirse. La libertad individual y la diversidad de puntos de vista entre los ciudadanos deben preservarse a toda costa y ninguna institución puede interferir en las decisiones morales de las personas o endilgarse la responsabilidad de salvaguardar la integridad de su conciencia”.
Guillermo Hurtado, autor de El búho y la serpiente. Ensayos sobre la filosofía en México en el siglo XX, plantea: “¿De qué sirve una Constitución moral si nadie respeta? Los mexicanos no necesitamos dejar por escrito cuáles son los principios de la moralidad. Ya los conocemos. Lo que debemos hacer es vivir de acuerdo con ellos. Esa no es tarea del gobierno sino de cada uno de nosotros. La renovación moral será individual o no será”.
Para Julio Hubard, autor de Sangre.
Notas para la historia de una idea, la propuesta: “Lo mismo se trata de una ocurrencia cursi e ignorante, que de una perversión. En el primer caso, será un papelucho de bondades disparatadas; en el segundo, hay que leer con suspicacia, con paranoia, incluso. Pero juntemos datos: López Obrador quiere una guardia pretoriana que se superponga al Estado Mayor Presidencial; unos delegados suyos que controlarán a los gobernadores; ha hablado de un tribunal por encima de la Suprema Corte y ya inició la guerrita de raspones con los ministros. ¿Por qué no imaginar que esta ocurrencia de una Constitución moral funcione como punto de apoyo para revolcar la legislación actual? A fin de cuentas, parece que buscara hacer a un lado a los poderes reales para instalar otros, que le sean leales solo a él”.
La noche apenas comienza, musita el pusilánime monje.
Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.