ISLAS GOOGLE
Es una obviedad afirmar que las corporaciones se han convertido en el gran actor económico y sociopolítico de nuestros tiempos, sobrepasando en muchos casos al Estado-nación. El valor de Apple representa el 1 por ciento del PIB mundial, y supera al de 183 de los 199 países de los que el Banco Mundial tiene información. Los directores de Facebook, Google y demás gozan de una enorme influencia y visibilidad públicas. Incluso existe una reciente tendencia de supermodelos o actrices que se casan con multimillonarios tecnológicos, honor que previamente le estaba reservado principalmente a celebridades de alto nivel.
A pesar de vivir su hora dorada, las corporaciones enfrentan obstáculos para su desarrollo, principalmente en la forma de impuestos y regulaciones laborales, que si bien en ambos casos han conseguido reducir a niveles irrisorios, la búsqueda constante de expansión y beneficios ilimitados las obliga a buscar formas novedosas de darles vuelta a estos conceptos arcaicos que se niegan a ponerse en sintonía con los tiempos de una vez por todas.
No sorprende leer que existe el proyecto de fundar Islas Google, que serían territorios no sujetos a ninguna ley ni jurisdicción más que la de esa empresa. Su director, Larry Paige, dijo que “hay muchas cosas emocionantes que se podrían probar, que son ilegales o prohibidas por las regulaciones”. De igual manera, Peter Thiel —el fundador de PayPal y miembro del equipo de transición de Donald Trump— ha invertido fuertes sumas en un proyecto llamado Seasteding Institute, para crear ciudades flotantes políticamente autónomas en la Polinesia francesa, con zonas económicas especiales que, según su propio video promocional, representen una alternativa al cambio climático “si acaso se perdiera tierra frente a los crecientes niveles del mar”.
Es probable que estas fantasías de crear feudos corporativos donde no rija mayor ley que la suya no pasen de ser fantasías delirantes de multimillonarios que no encuentran cómo más satisfacer sus descomunales egos, pero su mera existencia es ya significativa, pues nos dice que no les basta con lo que han conseguido hasta ahora y que lo cambiarían todo por un poquito más. No es casualidad saber que muchos multimillonarios ha adquirido búnkeres posapocalípticos, a donde irán a refugiarse si el orden social llegara a desintegrarse, pues por más que aparezcan siempre sonrientes y desenfadados en sus fotos de Instagram, la culpa por el daño colectivo que causan los lleva a prepararse por si acaso lograran en realidad llevar sus sueños hasta las últimas consecuencias.