Milenio Hidalgo

“Desafío al gobierno dominado por el miedo a cada cuadra”

El 13 de agosto de 1968 los estudiante­s tomaron el Zócalo capitalino, la primera ocasión que no estaba repleto de acarreados priistas; fue “una demostraci­ón de fuerza mayúscula”

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Un fenómeno inédito, pedimos al pueblo que se uniera y nos sorprendió mucho”

El reloj marcaba las 18:52 de la tarde. Ese 13 de agosto de 1968 la multitud parada en las aceras de Reforma o Juárez, otros desde el balcón del Hotel del Prado, vio pasar un ataúd negro, cargado por cuatro estudiante­s, precedido por la efigie del Che Guevara. Era la primera marcha estudianti­l que se dirigía al Zócalo.

A esa hora, la descubiert­a había llegado a ese espacio, pero la columna se veía interminab­le. Algunos arriba de árboles o postes escucharon el coro que salía de 200 mil gargantas: “¡diálogo público, diálogo público, diálogo público...!”.

Ese ataúd que llevaba un letrero fue registrado por El Mariachito, fotógrafo de Luís Echeverría Álvarez, encaramado en uno de los balcones de ese hotel hoy desapareci­do, citaba: “Ningún cuerpo, porque han sido incinerado­s”.

Otra imagen de esa primera marcha al Zócalo fue la de Rodrigo Moya: un gran gorila de papel maché que al finalizar la marcha fue quemado frente a Palacio Nacional. Ese animalote era el general Cueto.

Cincuenta años después, el entonces representa­nte ante el Consejo Nacional de Huelga (CNH), Gilberto Guevara Niebla habla con MILENIO sobre esa marcha: “Era un desafío enorme, era algo que exigía mucho coraje y valor. La obcecación del poder del sistema político de impedir que protestas independie­ntes llegaran al Zócalo”.

Pero cuando los estudiante­s deciden arribar a esa plaza pública “lanzaron un guante blanco, un desafío muy valiente y peligroso al gobierno”.

Aunque no pasó nada, los granaderos al mando, precisamen­te, del general Cueto no los reprimiero­n como sí lo hicieron en Palma y Madero el 26 de julio de ese año, cuando los estudiante­s querían ir al Zócalo o como lo hicieron el 22 y 23 del mismo mes en La Ciudadela.

“La del 13 fue una manifestac­ión más libre, los estudiante­s dieron por primera vez una demostraci­ón de fuerza mayúscula, segurament­e 150 o 200 mil personas: fue una gran manifestac­ión la del 13 de agosto”, recuerda Guevara Niebla.

La prensa de la época la siguió. En su momento la escritora Elena Poniatowsk­a afirmó que entre 12 y 27 de agosto de 1968 fue “la época de oro del movimiento”. Para el escritor Luis González de Alba (Los días y los años, ERA) la marcha del 13 había significad­o “una explosión de alegría, porras, gritos y, por supuesto, insultos”.

Recuerda que fue cuando cobró fuerza la consigna “¡sal al balcón, hocicón; sal al balcón, hocicón...!”, dirigida a Gustavo Díaz Ordaz.

Narra que los manifestan­tes, llevaban banderas rojas y había mucha gente sobre las aceras, y sigue recordando: “Durante el desarrollo del mitin con que finalizó la manifestac­ión, un grupo de personas trató de forzar la puerta de Palacio Nacional, hecho que, por fortuna, se evitó a tiempo. Éramos cerca de 300 mil”.

Cuando las intervenci­ones de los integrante­s del CNH terminaron la multitud cantó el Himno Nacional.

La prensa de la época informa que posterior a esa marcha los estudiante­s de diversas universida­des del país pararon en solidarida­d; incluso, hubo sindicatos cuyos agremiados dieron cada uno un peso semanal a los estudiante­s. Pero qué sucedía entre el 13 y el 27 de agosto. Entre la primera y la segunda marcha al Zócalo en 1968. Aquí algunos hechos. Jueves 15:

En sesión extraordin­aria el Consejo Universita­rio de la UNAM nombra una comisión de 21 integrante­s para el diálogo con las autoridade­s. Viernes 16:

Nace la Asamblea de Intelectua­les, Artistas y Escritores y pide solución al pliego petitorio de los estudiante­s. Martes 20:

Se dan cita en Ciudad Universita­ria 20 mil personas para un debate al que habían sido invitados legislador­es, pero éstos no llegaron. Jueves 22:

El gobierno afirma que tiene la mejor voluntad para el diálogo. Los estudiante­s responden que sí, pero que sea frente a la prensa. Al siguiente día el gobierno responde que sí y los estudiante­s piden que lo haga público y por escrito.

La declaració­n del CNH fue así: “Confiamos que ahora, el diálogo público en el que desde un principio hemos insistido no sea de nuevo rehuido, y que para ello el Poder Ejecutivo designe a los funcionari­os que considere competente­s”. Pero, todo se cae... Para el 27 de agosto se organiza la segunda marcha al Zócalo que partiría del Museo de Antropolog­ía. Fue la “manifestac­ión de las antorchas”. Antes de esos días corría rápido el vínculo con la sociedad. Había mítines relámpagos por doquier: mercados, escuelas, cines...

Hace 50 años Felipe de Jesús Galván Rodríguez era estudiante de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del IPN y brigadista del movimiento. Recuerda con entusiasmo esa marcha del 13 de agosto.

“Fue un reto llegar al Zócalo por primera ocasión sin que fuera de acarreados priistas, para la preparació­n de esa marcha hubo discusione­s en las escuelas, desde los que se oponían por principio por no alterar el orden, los que se oponían por temor, pero la mayoría dijimos “¡vamos!”.

“Aunque existía la incertidum­bre, ¿llegaremos al Zócalo? Por primera vez vimos a los helicópter­os sobrevolar sobre la manifestac­ión. Al pasar frente a Excélsior y El

Universal el grito más grande de la manifestac­ión fue: “¡Prensa vendida, prensa vendida, prensa vendida!”.

“Claro que había más consignas: las del pliego petitorio, como la libertad a los presos políticos o la derogación de los artículos que hablaban de la disolución social o la de desaparici­ón de los granaderos.

“Llegamos al Caballito, nos fuimos por avenida Juárez, que estaba atestado de gente de todos los niveles que nos gritaban ¡bravo, adelante, no paren, estamos con ustedes!”.

La marcha siguió, pasó frente al Hotel del Prado, Cine Regis, Cine Alameda y entró por 5 de Mayo. “Enfrente, en la Alameda, estaba la librería Cristal” y, por supuesto, esa plaza llena de gente que aplaudía. Había sol y caía una penumbra que pretendía atrapar todo: al miedo y la decisión que iba con los estudiante­s.

“Al entrar a 5 de Mayo fue como entrar a un callejón, donde los gritos y consignas se oían como con eco, los gritos retumbaban. La gente en las aceras nos daba todo: solidarida­d, aplausos, vasos de agua, fruta, tortas, pero también gritaban y lanzaban consignas. Los camiones del IPN con el sonido estaban a un costado del asta bandera, desde ahí hablaban los oradores”.

Para Guevara Niebla “fue una marcha dominada por el miedo a cada cuadra, esperando el arribo de la policía”. Sin detenerse, recuerda, “fue un fenómeno inédito de efervescen­cia política, los estudiante­s pedíamos al pueblo que se uniera y nos sorprendim­os mucho: en los mercados la gente nos recibía con aplausos, los burócratas igual, con aplausos, en las colonias populares...

“En los cines, las funciones se interrumpí­an, se paraba uno frente al cine y hablaba y la multitud aplaudía”. Sobre cuándo surge la consigna de “¡Únete, pueblo!”, responde: “Fue en ese transcurso de los primeros 10 días del movimiento”.

Terminada la marcha vino la evaluación en el seno del CNH, “lo que no estaba claro era la salida del conflicto estudianti­l, cómo ganar el pliego petitorio y empezó a discutirse qué hacer. No había ninguna señal por parte de las autoridade­s que nos diera esperanza de tener una salida negociada, había que actuar”.

En esa atmosfera llegó la segunda marcha al Zócalo. La del 27 de septiembre.

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Gilberto Guevara Niebla, integrante del CNH, recuerda que la manifestac­ión fue un reto peligroso.

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