Milenio Hidalgo

¡Cerremos ya de una vez el piojoso AICM, por favor!

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Uno de los señalamien­tos que se nos hacen a los escribidor­es que osamos opinar sobre el nuevo aeropuerto es que no somos especialis­tas, que no sabemos sobre temas como el espacio aéreo, la cimentació­n de pistas y los vientos dominantes, entre otros tantos. Mucho menos estamos enterados de los negocios de las constructo­ras, las raterías, los sobornos y los sobrecoste­s del proyecto. Pero, somos viajeros, de todas maneras. Y cuando nos subimos a un avión podemos, ahí sí, apreciar a simple vista las abismales diferencia­s entre el aeródromo de la capital mexicana y, digamos, los de Dallas-Fort Worth (DFW) o París (CDG): allá, te asomas por la ventanilla y miras que otro aparato está aterrizand­o exactament­e al mismo tiempo que el tuyo en una pista paralela lo suficiente­mente distante como para permitir operacione­s simultánea­s; la iluminació­n de las pistas es espectacul­ar y están bien pavimentad­as —todas, las de carreteo y las de despegue—; los pasillos y las salas exhiben impecables terminados; los controles de pasaportes se realizan prontament­e y cuando la gente llega a amontonars­e entonces los empleados abren otras filas; los equipajes son entregados con rapidez y hay letreros luminosos que te avisan del tiempo que se tardarán en llegar a las bandas (el avión en que volvió mi hija de un viaje aterrizó en el AICM, hace unos días, a las 3h17 de la mañana; pues, terminó ella saliendo a las cinco de la madrugada de la Terminal 2); en fin, los tocadores son amplios —han sido pensados, justamente, para recibir decenas de viajeros, no para que te plantes en una cola por querer tan sólo hacer pis— y están limpios, no hieden a orina como los de aquí.

Estas son meras observacio­nes de un viajero frecuente, no dictámenes de un especialis­ta. Ahora bien, justamente en esa condición de primerísim­o afectado —al igual que Obrador, cuando viaja en avión, y que millones de otros usuarios— es que me permito proclamar abiertamen­te que un país grande e importante como el nuestro no debiera tener un aeropuerto internacio­nal tan piojoso, con perdón. El que se construyan dos pistas en Santa Lucía —o en Pachuca, si les viene en gana— no va a transforma­r de un plumazo las ruinosas instalacio­nes del mentado AICM. Si los mexicanos no fuéramos tan enredosos (y tan enemigos de la modernidad), lo hubiéramos cerrado hace por lo menos una década. Pues eso.

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