Cardenal y el Presidente electo
Mostró el Presidente electo un mensaje de Ernesto Cardenal, poeta nicaragüense, religioso y antiguo compañero de ruta del sandinismo. El mensaje es escueto pero muy generoso, por decirlo suavemente: se declara “estático” por un triunfo que, dice, “es de México, de nuestra América Latina y en fin de nuestro mundo”. López Obrador correspondió. Recordó un poema del nica que solía recitar, aprovechó para recordar que le gusta también esa joyita de Efraín Huerta que dice “A mis/ Viejos/ Maestros/ De marxismo/ Nos los puedo/ Entender;/ Unos están/ En la cárcel/ Otros están/ En el poder” y lo llamó “gran poeta y revolucionario”. Pues sí: es de bien nacidos ser bien agradecidos. Pero tal vez el Presidente electo, con las relaciones escuetas pero afectuosas que ha mantenido con el cinturón bíblico bolivariano y con la fuerza regional que tiene México, podría hacer algo más.
He hablado ya aquí del poeta y de la situación de Nicaragua. A sus 93 años, Cardenal lleva ya una década y media, como todos sus compatriotas, arrinconado por un régimen cada vez más grotescamente represivo que el año pasado lo condenó a pagar 800 mil dólares por un asunto de terrenos en Solentiname, donde fundó una comuna que en los 70 sirvió de santuario nada menos que a Ortega y los suyos, entonces en la guerrilla (uno que no es bien nacido). Hombre no ya de fe, sino de iluminaciones, lo que suele hacerte invulnerable a las tentaciones de la autocrítica, Cardenal no se ha distinguido por su humanismo. Su historia no es rara. Perteneció a las castas privilegiadas, pero en algún momento se refugió en el catolicismo conventual para salvarse de las tentaciones de la riqueza y la promiscuidad que los demás buscamos con tantas buenas razones. Ahora bien, le faltaba otra conversión, la marxista: la fe llama a la fe. Le llegó en los 60, infatuado con Fidel, formado con los jesuitas, que supo explicarle los vínculos esenciales entre el cristianismo de a de veras y el marxismo suyo, el de la deriva leninista. Y Cardenal se entregó. Sus textos de los 60 sobre Cuba son infames, sobre todo esos en los que dice que los campos de concentración o “reeducación”, las UMAP, son en realidad —lo recuerda Christopher Domínguez en Letras Libres— la posibilidad de vivir en un Estado monástico, de renuncia, a la busca de la pureza. Eso explica su filiación al sandinismo, que duró desde los 70 hasta los 90, cuando se desmarcó, asqueado por la corrupción y el autoritarismo de Ortega y su entorno.
Desde entonces, Cardenal no ha renunciado a su filiación castrista ni ha sido parco en elogios, por ejemplo, para el chavismo, pero sabemos que el socialismo leninista como su hermano
guapachoso, el populismo, son enfermedades raras que vuelven a los infectados incapaces de detectar en el vecino los síntomas que se sufren en carne propia: la fe se traslada, no muere. Como sea, nadie, ni quien ha respaldado a la opresión, merece sufrirla. No lo merece Cardenal; no lo merecen los muchos nicaragüenses de buena fe que votaron por Ortega y al hacerlo hundieron a su país.
Lo dije, lo repito: ojalá que nuestro futuro presidente no los deje solos. Que se acuerde del poema de Huerta. De los que no están en el poder.