En la historia…
En Estados Unidos, con Trump el populismo de derecha llegó al escalón más alto con su carga de racismo, discriminación religiosa, retórica contra la inmigración y de la integración; de todo esto, sin nombrarlo, trataron los discursos en el homenaje a McCa
Como tantos otros en el mundo, este sábado el cartujo siguió por la televisión los funerales de John McCain. La élite política de Estados Unidos se reunió en la Catedral Nacional de Washington para rendirle un homenaje impresionante; tenía 81 años, era considerado un héroe de guerra, pero sobre todo un defensor de los valores democráticos de su país. Por eso, decidió vetar la asistencia de Donal Trump a la ceremonia, por representar lo contrario de esos valores y dividir, quizá irremediablemente, a los estadunidenses.
Entre los oradores, seleccionados por el propio senador republicano, estuvieron los ex presidentes George W. Bush y Barack Obama —con éste mantuvo frecuentes divergencias políticas y una conversación continua—. Cuando era presidente, recordó Obama, “John venía a la oficina, nos sentábamos y hablábamos de política y de nuestras familias. Siempre estábamos en desacuerdo, pero cuando terminábamos de hablar sabíamos que estábamos en el mismo equipo”.
Procedían de mundos distintos: “Yo —dijo Obama— de una familia rota; nunca conocí a mi padre. Él de una de las familias más distinguidas del país”. Su carácter también era diferente y tenían muchas otras discordancias, pero cada uno reconocía las cualidades del otro y podían dialogar. “Él entendió que algunos principios van más allá de la política, de los partidos —continuó el ex presidente—. Creía en la separación de poderes (…), creía en una discusión sincera, creía en la libertad de prensa”.
Habló de su tolerancia y consideración por todas las personas, sin importar su raza, religión o género; de su temperamento impetuoso y capacidad de ser irreverente y reírse de sí mismo.
Meghan McCain, hija del senador, con la voz quebrada, señaló: “El Estados Unidos de John McCain no tiene por qué volver a ser grande, porque Estados Unidos siempre ha sido grande”. Fue interrumpida por el aplauso de republicanos y demócratas, una estruendosa bofetada a la demagogia y al lema de Donald Trump, quien en esos momentos se encontraba jugando golf en un club de su propiedad en Virginia.
Medios y populismo
En el libro Del fascismo al populismo en la
historia (Taurus, 2018), Federico Finchelstein escribe: “El populismo es lo contrario de la diversidad, la tolerancia y la pluralidad políticas. Habla en nombre de una supuesta mayoría y descarta los puntos de vista de todos aquellos a quienes considera parte de la minoría”. La definición retrata a Donald Trump y a sus congéneres, a todos aquellos empeñados en hablar del pueblo como un todo, a descalificar las opiniones críticas y desdeñar el diálogo como vía de negociación.
Finchelstein se ocupa de las diferentes formas de populismo a través de la historia y de su resurgimiento global. En Estados Unidos, con Trump el populismo de derecha llegó al escalón más alto con su carga de racismo, discriminación religiosa, retórica en contra de la inmigración y de la integración. De todo esto, sin nombrarlo, trataron los discursos en el homenaje a McCain, un verdadero hombre de Estado.
En la derecha o en la izquierda, el populismo posee rasgos comunes. Entre ellos, de acuerdo con Finchelstein: “Una visión apocalíptica que presenta los éxitos electorales, y las transformaciones que esas victorias transitorias posibilitan, como momentos revolucionarios de la fundación o refundación de la sociedad”; “La idea de que el líder es la personificación del pueblo”; “La idea homogeneizadora de que el pueblo es una entidad única y que, una vez el populismo convertido en régimen, este pueblo equivale a sus mayorías electorales” y “Un antagonismo profundo, incluso una aversión, con el periodismo independiente”. Todos los populistas son así, está en su naturaleza, y en este sentido Trump es el ejemplo perfecto.
A través de su cuenta de Twitter y de unos pocos medios afines, sobre todo digitales, Donald Trump ha minado la credibilidad de la prensa, ha sembrado sospechas y adjetivos (su ignorancia le ha impedido llamarla fifí), se ha aprovechado de ella, la ha manipulado para cubrir y ser caja de resonancia de sus “espectáculos políticos”, parte de una incesante campaña hacia la reelección en 2020. Esa es otra característica de los populistas: siempre están en campaña —de acuerdo con una nota publicada en El País, cuando el periodista británico Piers Morgan le preguntó si pensaba en la reelección, modestamente respondió: “Parece que todos quieren que lo hagamos”.
Polémicas falsas
Meghan McCain pronunció el discurso más emotivo en el homenaje póstumo a su padre. En la Catedral de Washington estaban también Ivanka Trump y su esposo Jared Kushner, quienes, imperturbables, la escucharon decir: “Nos reunimos aquí para llorar la muerte de la grandeza estadunidense. La real, no la retórica barata para los hombres que nunca se acercarán al sacrificio que él ofreció con tanta voluntad ni la apropiación oportunista de aquellos que vivieron vidas de comodidad y privilegio”.
Obama no anduvo por las ramas cuando dijo: “Nuestra política puede parecer ruin y mezquina, traficando con la grandilocuencia y el insulto, con polémicas falsas y escándalos manufacturados. Es una política que pretende ser valiente y dura, pero que en realidad nace del miedo. John nos pidió que fuéramos mejores que eso”.
De este lado del río Bravo, bien podríamos mirarnos en ese espejo y evitar seguir alentando una política ruin y mezquina.
Queridos cinco lectores, en estos días de desasosiego y ausencias, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.