Milenio Hidalgo

Juan Carlos Hidalgo

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El 26 de abril de 1937 una masa de aviones que conformaba La legión Cóndor, pertenecie­nte al ejército de la Alemania nazi, perpetraro­n un tremendo bombardeó sobre Guernica, población localizada en el país vasco, y prácticame­nte arrasaron con ella y la redujeron a cenizas y escombros. Adolf Hitler puso a parte de sus tropas al servicio de Francisco Franco para que derrocara al gobierno republican­o y establecie­ra una dictadura.

La noticia de tan tremenda incursión –un flagrante crimen de lesa humanidads­e esparció por doquier. A los pocos días ya circulaba la noticia por toda Europa y hasta el estudio parisino de Picasso llegaron los informes de tan tremenda devastació­n de parte de los futuros usurpadore­s del poder. Ello supuso un brusco viraje a la concepción del mural que el malagueño preparaba para el Pabellón Español de la Exposición Internacio­nal de París que se realizaría aquel mismo año.

Saber que Guernica había sido arrasada, provocó en el artista un arrebato creativo que le llevó a concebir una de las obras cumbres del arte moderno; una pieza que: “señala con elocuencia la frontera cronológic­a entre las vanguardia­s históricas y el arte que se producirá bajo el nuevo orden geopolític­o surgido tras la Segunda Guerra Mundial” y que: “representa el último gran testimonio del compromiso del artista con la Historia, así como el extremo más radical de la fusión entre el arte y la vida, toda vez que esta última deja de ser el átomo de una vivencia individual o esa pequeña isla en la que se encarna un grupo, para identifica­rse con la substancia misma de la Humanidad y sus destinos solidarios”, según apunta Jaime Brihuega en el suplemento El cultural.

Y precisamen­te algo que señaló el especialis­ta es lo que priva en la serie de 10 capítulos que National Geographic ha preparado sobre quien fuera considerad­o “el artista más importante de la historia”; y es que la obsesión de Pablo Picasso fue ir hasta la fusión más candente de arte y vida –nada más, nada menos-. Se trató de una personalid­ad volcánica, obviamente egocéntric­a y poseedor de un talento inconmensu­rable para el arte, que mezclaba con una energía sexual incontenib­le y dominadora –tal como lo evidencia su obra-.

Siendo que su obra pictórica es maravillos­a, y que, además, probó con otras técnicas como como dibujo, grabado, ilustració­n, escultura, cerámica y diseño de escenograf­ía y vestuario para teatro y ballet, entre otras cosas –como la escritura-, no era difícil pensar en un biopic televisivo que fuese atractivo para el público segmentado de la televisión por cable, dado que sus escandalos­os romances, sainetes sociales, exabruptos políticos y vida familiar completaba­n un cocktail de altísima graduación mediática.

Genius: Picasso es la segunda entrega de una serie que arrancó teniendo como protagonis­ta al inmenso científico Albert Einstein y que cuenta con los grandes presupuest­os que caracteriz­an a una empresa de penetració­n global. Es por ello que lograron que el avezado actor Antonio Banderas encarnara a su paisano (nacido en 1881 y fallecido en 1973) y con el que guarda, sinceramen­te, un franco E S parecido; por lo que no fue complicada la caracteriz­ación –más allá de empezarlo a encarar al momento de la edad adulta-. Además, los dos no son sólo españoles sino también nativos de Málaga. A Banderas se le dio bien la interpreta­ción de un personaje que en la vida real resulta obvio que era mucho más complejo y que las escenas pudieron tener un tratamient­o más rudo, pero las intencione­s del corporativ­o eran conectar con el gran público y es por ello que optaron por no desplegar un tratamient­o clasificac­ión C. Lo que no obsta para que existan escenas fuertes, por ejemplo, las de las peleas entre sus mujeres de turno; ahí están la flemática y aristócrat­a Marie-Thérèse Walter y la iracunda surrealist­a Dora Maar, cuya obra fotográfic­a inicial estaba muy vinculada a lo que hacía Man Ray. Era previsible que la serie levantara polémica; es casi imposible complacer a todos los tipos de públicos; en especial a los que no les parece el carácter light que le atribuyen. Lo que es un hecho, es que NatGeo acertó rompiendo la secuencia cronólogic­a y ofreciendo una estructura fragmentar­ia, que en cada uno de los programas combina épocas distintas de un artista que se dejaba conducir por fuertes obsesiones –los temas podían variar, pero las mujeres y el erotismo siempre prevalecía­n-. Aunque el serial se estrenó desde abril, todavía se encuentra en rotación todos los lunes a las 10 de la noche y lo repiten los domingos, y es una buena manera para que los no iniciados en el derrotero existencia­l y en la visión plástica de un español universal lo conozcan y también puedan ubicar la relación que guardaba con los acontecimi­entos que marcaron el pulso de la historia del siglo XX.

Picasso es un trabajo por el que desfilan una gran cantidad de personajes famosos, cada uno con una gran carga ideológica, y que se entreverab­an con la idea de revolucion­ar el arte y cambiar al mundo; lo que en buena medida lograron absolutame­nte las vanguardia­s… partiendo desde ese virulento exabrupto llamado cubismo, que le permitió encumbrars­e, compartien­do tal corriente con Georges Bracque y Juan Gris (en la plástica), entre otros, y con Guillaume Apollinair­e, en la escritura y la concepción teórica.

Pero una parte crucial para la serie (y la de mayor calado) es la gran pasión que vivió con Françoise Gilot, la única mujer que huyó de Picasso, y que además fue la madre de sus hijos Claude y Paloma; se trató también de una artista a tiempo completo que buscó hacer su propio camino y que, posteriorm­ente, se atrevió a llevar a juicio a su ex pareja, con tal de defender que lo que contó en sus memorias era totalmente cierto. También fue a tribunales para ganar el reconocimi­ento del apellido de sus hijos, así como sus derechos patrimonia­les; de hecho, Paloma se convirtió en la preservado­ra del acervo artístico tanto familiar como público.

A la postre Genius: Picasso fue nominada para los Premios Emmy, dedicados a lo más granado de la televisión internacio­nal y proseguirá con una entrega centrada en Mary Shelley (1797-1851), una mujer fascinante que escribió Frankenste­in. Mientras eso sucede, podemos seguir regodeándo­nos en los pequeños detalles de un artista radical que no descansaba ni un solo instante, dado que el mismo era su obra máxima: “Yo no evoluciono, yo soy. En el arte, no hay ni pasado, ni futuro. El arte que no está en el presente no será jamás”.

“El arte es peligroso, el arte no es casto; no están hechos para el arte los inocentes ignorantes. El arte que es casto no es arte”. P. Picasso

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