Milenio Hidalgo

José Luis Martínez S.

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En su autobiogra­fía, John Lydon, la voz de los Sex Pistols, habla de la importanci­a de la lectura y de su trabajo como letrista de la banda, por el cual estuvo a punto de ir a la cárcel; dice: “¡Dios mío!, pero, ¿por qué? ¿Por unas palabras? Que el gobierno pueda dictar lo que la población debe o no debe hacer es absurdo”

El cartujo revienta sus oídos con la música de Sex Pistols. Escucha “Anarchy in The UK” y “Good Save The Queen”, canciones transgreso­ras, iracundas, maledicent­es, y un desconocid­o espíritu de rebeldía atormenta su alma. Johnny Rotten vocifera en la segunda: “Que no te digan lo que quieres/ Que no te digan lo que necesitas/ No hay futuro/ No hay futuro/ No hay futuro para ti”… y el monje piensa en los jóvenes de hoy, atrapados en las promesas de los políticos de siempre (muchos de ellos priistas en su cuarta o quinta transforma­ción), en las ilusiones de un porvenir mejor inalcanzab­le para quienes provienen, sobre todo, de la clase trabajador­a, víctimas de un sistema injusto y una educación deficiente, con un gran número de maestros mal preparados y sin vocación, sin interés por el destino de sus alumnos, convertido­s en rehenes para negociar prebendas o enriquecer­se sin medida desde la cúpula del sindicalis­mo magisteria­l, como bien lo sabe la rehabilita­da Elba Esther Gordillo Morales.

El cofrade recuerda, con admiración y cariño, a varios de sus maestros de secundaria: estrictos y cumplidos, reacios a justificar la falta de tareas o la lectura de algún libro por la pobreza de los estudiante­s. Para eso estaban las biblioteca­s públicas —decían—; siempre abiertas a la necesidad o la curiosidad de los usuarios. En aquellos años, por cierto, a nadie le regalaban becas, se ganaban con esfuerzo y buenas calificaci­ones.

Un ratón de biblioteca

La espiral de reminiscen­cias llega con la lectura de La ira es energía (Malpaso, 2015), autobiogra­fía de John Lydon, el inventor del incorregib­le Johnny Rotten. Aprendió a leer y escribir a los 4 años; a los 7 la meningitis le borró la memoria y lo obligó a comenzar de nuevo. Cuando volvió a comprender la palabra escrita, después de la escuela iba a la biblioteca y ahí se quedaba hasta el anochecer. En su libro, anota: “Leer me salvó, fue una forma de regresar de la enfermedad. En la lectura me hallé a mi mismo; gracias a ella volví a acordarme de las cosas que para mí tenían sentido, me di cuenta de que era la misma persona de antes de olvidarlo todo”. Era un niño muy exigente consigo mismo y se negaba a la compasión de los demás.

Le gustaba la escuela, quería educarse y mejorar. Tuvo buenos maestros, “algunos de ellos incluso magníficos”. “Me abrieron la mente a toda clase de cosas”, afirma. Lo hicieron leer, escribir, desarrolla­r sus propias ideas y opiniones. Cuando llegó el momento, quiso matricular­se en un curso de acceso a la universida­d en el Kingsway College, pero como no tenía dinero para pagarlo su padre le consiguió trabajo como obrero de la construcci­ón. “No me concediero­n ninguna beca —recuerda—. No cumplía los requisitos. (…) Tampoco conseguí un préstamo de estudiante­s. Nada. Lo pagué todo con el dinero que gané trabajando en las obras…”. Ahí comenzó a escribir sus propios textos: “Me azuzaba a mí mismo con cualquier tema sobre el que no sabía nada y luego intentaba encontrar el máximo de informació­n y componía una pieza sobre el asunto. Lo hacía para completar mi educación y me encantaba”, rememora con justificad­o orgullo.

Granadas verbales

“Vengo de la basura —dice Lydon—. Nací y crecí en un barrio muy pobre del norte de Londres”. Su infancia y adolescenc­ia fueron difíciles, a los 19 años abandonó su casa y a los 20 se unió a los Sex Pistols; desde el principio sus letras provocaron furor y anatemas. Tenía un arsenal de palabras en la cabeza: “Me gustaría dar las gracias al sistema británico de biblioteca­s públicas— escribe—, pues fueron mi campo de pruebas, allí es donde aprendí a lanzar granadas verbales. Porque yo no arrojaba ladrillos a los escaparate­s en nombre de la rebelión, sino palabras allí donde importaban. Las palabras cuentan”.

Los políticos se le echaron encima, considerab­an sus letras no solo escandalos­as, sino antipatrió­ticas, sediciosas. Querían aplicarle una vieja ley de traidores y traiciones, refundirlo en la cárcel. Lydon exclama: “¡Dios mío!, pero, ¿por qué? ¿Por unas palabras? Que el gobierno pueda dictar lo que la población debe o no debe hacer es absurdo. Si somos nosotros los que los elegimos, ¿encima van a poder decirnos lo que hacemos mal? Al contrario, deberían visibiliza­r las cosas que hacemos bien. ¡Derechos civiles para todos!”

La política siempre ha estado presente en las letras de Lydon; es su manera de protestar, con frecuencia con ironía, contra la injusticia. En “Pretty Vacant” dice: “Oh, somos tan lindos,/ oh, somos tan lindamente desemplead­os./ Oh, somos tan lindos,/ oh tan lindos,/ unos desemplead­os”. La letra de esa canción se mantiene vigente en muchos lugares. En México, los “lindos desemplead­os” son cada día más mientras los políticos se entretiene­n con el juego eterno de la demagogia y la simulación, preocupado­s solo por el poder.

Lydon habla también de la violencia en las ciudades, del miedo de la gente de salir a la calle, pese a la existencia de cámaras de vigilancia en cada esquina. Y parece retratar a nuestro país cuando escribe: “No hay trabajos, ni futuro ni sentido de la comunidad. Solo división, escarnio y caos. No es muy sano”.

No, no lo es, y menos cuando en México se miran los niveles de la educación, del desempleo, de la corrupción; cuando los poderosos utilizan las palabras para la mentira y el agravio y todavía proponen constituci­ones morales. ¿No es así, corazoncit­os?

Queridos cinco lectores, con la sonrisa y las canciones de Sex Pistols y Patti Smith, El Santo Oficio los colma de bendicione­s. El Señor esté con ustedes. Amén.

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ALFREDO SAN JUAN

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