Milenio Hidalgo

ES DIFÍCIL DESCRIBIR EL FUERTE OLOR DE LOS MEDICAMENT­OS...

La mejor parte de la mañana es cuando una perra entra decidida y se sienta en el área de espera y luego frente a otra oficina, se pasea a sus anchas por el lugar, entra a una habitación, regresa y se acuesta en uno de los pasillos...

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Son las 6 de la mañana con 55 minutos. Un auto negro se acerca a la reja de hierro y se estaciona de frente. Una mujer 45 años desciende sin apagar el motor. Consigo lleva un enorme manojo de llaves. Uno pensaría que tardará una eternidad en encontrar la apropiada pero no, perdió más tiempo en girarla y empujar el enorme pedazo de metal.

Hay nueve personas esperando porque así dispuso alguien en el Centro de Salud de La Providenci­a, en Mineral de la Reforma: hay que llegar a las 7:00 horas, para sacar ficha y garantizar ser atendido. Otra mujer un poco más joven entra tras el vehículo. Hay una enorme reja corrediza con una chapa de seguridad que protege la sucia puerta de vidrio. Ella muestra una vez más su destreza en el arte de la cerrajería y ubica las llaves correctas para cada cerradura.

Las personas en fila avanzan hasta la sala de espera de un centro de salud en el que no quieres estar porque es, por definirlo de alguna forma, intimidant­e.

Otra mujer llega y las tres se reúnen en una habitación en cuya ventanilla hay un letrero: “farmacia”.

Un hombre entra y se acerca al sitio y las saluda con un buenos días que es solo para ellas. Intercambi­an algunas palabras y siguen las risas ahí, lejos de las ahora 11 personas que esperan algo en silencio, con resignació­n y quizá hasta con miedo. Así se adivina en el rostro de dos pequeñas cuando una de ellas pregunta si le dolerá entrar al dentista y recibe una mentira como respuesta.

En la sala de espera no hay ruidos. Apenas se perciben los movimiento­s de algunos por el rechinar de los asientos y algunos murmullos.

El hombre ha entrado por una piuerta que dice “Dirección” con una de las mujeres. Platican, se alcanzan a escuchar algunas palabras. Algo le molestó de alguien que al parecer le renta un espacio quién sabe dónde: …los niños tienen que aprender…, ...primero hay que sacar todo y luego hacemos que…”, …lo arreglaré más tarde, mientras así…

Una de las mujeres sale de un consultori­o y pregunta quién llegó primero. Un hombre levanta la mano y recibe la orden de pasar.

Alguien murmura: parece que ya van a empezar a dar las fichas…

Otra mujer llega. Saluda solo a sus compañeros y regresa para entrar al primero de los apartados que hay en el Centro de Salud, justo a la izquierda de la entrada principal, donde hay cinco anaqueles metálicos con una desconocid­a cantidad de expediente­s e historias clínicas ordenados conforme al alfabeto.

Ya han encendido todas las luces y ahora son ya 18 personas.

Es difícil describir el inconfundi­ble olor a medicament­os y antibiótic­os que inunda el ambiente.

El hombre que entra y sale de la Dirección por fin se da cuenta: además de los empleados hay otras personas. Les dirige un forzado buenos días y recibe respuesta, por supuesto, porque no somos iguales y porque yo sí fui a la escuela.

De pie frente a las personas pregunta quién acudió por atención dental. Les dice que no serán atendidos porque la doctora se encuentra en una actividad en alguno de los planteles educativos de los alrededore­s. Pasarán al menos 30 días antes de que vuelva a atender a alguien en el centro de salud. La mejor parte de esa mañana es cuando una perra entra decidida y se sienta primero en el área de espera y luego frente a otra oficina.

Los rostros de algunos pequeños recuperan color y hasta hay sonrisas cómplices que comparten entre sí. Ocho personas salen del lugar con sus pequeños. Quedan siete, ocho, nueve con los recién llegados que buscan alcanzar ficha.

Desde el lugar de los expediente­s, la responsabl­e llama a formar una fila frente a la ventanilla. Uno a uno pide nombre, edad y respuestas. Hace anotacione­s, pregunta, indaga, cuestiona. Todos serán llamados cuando sea el momento.

Una mujer pasa al consultori­o con la doctora y sale a los 10 minutos con una receta en la mano y espera frente a la ventanilla apoyando sus 55 años sobre su bastón. Tiene enormes dificultad­es para caminar.

La perra se pasea a sus anchas por el lugar, entra a una habitación, regresa, se echa en uno de los pasillos y se lame la cola sin prestar mayor atención a nadie.

En la farmacia no hay nadie porque la responsabl­e está platicando con una joven doctora en otro consultori­o a puerta cerrada, a la que llegó la responsabl­e del archivo. También hay personas esperando frente a su ventanilla.

Apenas han pasado 35 minutos desde que empezaron las labores en el Centro de Salud y ya hay mucho movimiento. El hombre de la “dirección” ya se ha ido y en el exterior también es evidente una mayor actividad.

Entran más personas preguntand­o si alcanzan ficha y la perra lame sus tetillas porque es evidente que acaba de parir.

La mujer del bastón recibe por fin medicament­os y agradece. Desde el fondo una voz se escucha: hasta luego, que le vaya bien...

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ALEJANDRO EVARISTO Es evidente que acaba de parir...

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