Mis tres sesentayochos
La efeméride no es noticia.
La frase de mi maestro me retumba en la cabeza cada 2 de octubre. Pero, en fin, acá andamos. Si algo puedo rescatar hoy es a mis tres 68. A Marcelino Perelló, como ya lo he contado, lo conocí en casa, en familia. El 68 llegó a mí en la forma de mi tío Marcelí, que se había ido de México con miedo y me tocó la suerte de estar en Barcelona el primer día que el régimen posfranquista lo dejó entrar y maravillarme, a mis 12 años, con aquella imponente figura. Y me tocó abrazarlo el día que pudo entrar a México y por muchos, muchos años disfrutar su brutal inteligencia, su cabronería, su imperdonable irresponsabilidad y su inmejorable buen humor.
A Eduardo Valle El Búho me toco conocerlo en la mesa de dominó de Proceso, donde llegaba muchas veces con una pistola que mostraba orgulloso, y años después en Washington, donde literalmente vivió un tiempo en mi casa cuando los capos de la droga que había delatado lo perseguían, o al menos así lo pensaba El Búho, y eso era suficiente. Generoso, estratega, irreductible, imparable.
A Luis González de Alba lo conocí después, casi por casualidad, y se volvió un ritual en cada una de mis visitas en Guadalajara verlo para comidas y charlas que me ayudaron a poner un rostro a lo que Héctor Aguilar Camín llamó la salvaje libertad. Reuniones en las que siempre salía madreado porque, sin duda, algo estaba haciendo mal. Gracias, Luis.
Los tres discutieron, se pelearon y a veces hasta se reconciliaron con la misma intensidad con la que vivieron.
Los tres pensaban injusto haber hecho del 2 de octubre emblema de un movimiento. “Vocación por el martirio”, decía Luis, “los reflectores enfocan a los represores y dejan a los estudiantes y su palabra en la penumbra”, señaló Marcelino.
Y se empeñaron en rescatar otro 68. El que también fue, el que se correspondía con el espíritu del 68 en el mundo. Entre otras cosas: el de la rebeldía por la rebeldía misma, el de las discusiones eternas y sabrosísimas, el de la militancia a rajatabla, el del amor, el del desmadre, el de los jóvenes, porque eso eran.
Los tres vivieron al margen de la institucionalidad que hace 50 años pusieron en jaque. Los tres, cada uno a su manera, terminaron con sus vidas.
Hoy, en medio de tanta solemnidad, certezas absolutas, un par de oportunistas y esta especie de luto políticamente correctísimo, los extraño un chingo.