Milenio Hidalgo

Crítica a La Voz… México 2018

- Álvaro Cueva alvaro.cueva@milenio.com

Para criticar el estreno de la nueva temporada de La

voz… México tenemos que poner las cosas en contexto.

La voz… México llevaba muchos años haciéndose en nuestro país. A veces con mucho éxito. A veces con poco. Pero de que era algo importante, lo era.

Veníamos de una catástrofe titulada Mira quién baila y enfrente están La academia, que a lo mejor no es el cañonazo de 2018 pero que se ha sostenido con bastante decencia, y un odio cada vez más marcado entre Televisa y Tv Azteca por el tema de la televisión “real”.

La voz… México se estrenó el domingo pasado con toneladas de publicidad, heredando el rating de uno de los partidos de futbol más esperados del año y sin una competenci­a verdaderam­ente ruda en otros canales.

¡Arrancó con el pie derecho! Medio México vio este lanzamient­o y, como es lógico, las audiencias se pusieron a debatir porque se hicieron muchos cambios.

En la conducción ya no está Jacqueline Bracamonte­s, una de las figuras más queridas de la televisión nacional. Los coaches ahora son más, con perfiles más juveniles y más globales.

Al famoso botón rojo se agregó un paquete de botones para bloquear coaches en momentos especiales. ¡Y hasta hubo movimiento­s con las marcas patrocinad­oras!

El resultado es un programa mucho mejor al que era antes, una

Voz corregida y aumentada, con lo más maravillos­o de las ediciones anteriores pero con nuevos elementos que le permiten reinventar­se, proyectars­e, actualizar­se sin traicionar su esencia.

Vamos a decirnos la verdad, si Miguel Ángel Fox, el productor de esto, hubiera seguido haciendo lo de siempre con la gente de siempre, La voz… México se hubiera hundido, hubiera firmado su sentencia de muerte.

¿Por qué? Porque ya era como La voz de la tercera edad, un concepto incapaz de hacer “clic” con los jóvenes, con los niños, con estrellas que no les decían nada, con un lenguaje más cercano a Siempre en domingo que a YouTube.

Esto, que no deja de ser La

voz… México, es fresco, ligero, chistoso, con una Lele Pons que está resultando ser un encanto en la conducción principal y con unos Maluma, Carlos Rivera, Natalia Jiménez y Anitta que están como para mandarles flores de tan bien integrados.

Son como niños echando relajo más que como jueces de los años 90 tomándose demasiado en serio hasta su posición en la silla.

A estas alturas de la historia de los reality shows de talento en México a todos nos quedan claras muchas cosas detrás de estas produccion­es.

Desde el hecho de que es dificilísi­mo que de ahí salgan figuras tipo Gloria Trevi hasta sus dinámicas macabras donde pesan más las historias de familia, cáncer y vejez que el talento para cantar o bailar.

¿Qué se hace en estos casos? O apagamos la televisión y nos vamos a otros lados o le entramos al juego.

Dentro de este “entrarle al juego”, La voz… México 2018 es una obra de arte, ciento por ciento planeada, con todo el dinero del mundo, perversa.

Podemos trazar una línea estructura­l como de telenovela entre la presentaci­ón de la primera chica de Panamá-Puerto Vallarta y la magistral aparición de Érika de La academia en los últimos minutos como para poner el acento en la nueva guerra entre Televisa y Tv Azteca.

Fue como un final de capítulo de Luis Miguel, la serie.

Fue un: ¿qué pasará? ¿Qué estará sucediendo en el corazón de Carlos Rivera? ¿Qué dirán en Azteca Uno? ¿Por qué nadie se atreve a mencionar al aire, en Las Estrellas, la marca La academia?

¿Les da miedo? ¿Todavía creen que al hacerlo le estarán dando publicidad? ¿Es por odio? ¿Por ignorancia? ¿Por temor a represalia­s legales?

Sea como sea, Érika es una reina, La academia es La academia, La voz… México es La voz… México, aquí está muy bueno el chisme, de eso se trata y esto es millones de veces mejor que Mira quién baila. ¿O usted qué opina?

Crónicas coreanas

Los coreanos, como los mexicanos, tienen una relación muy especial con la muerte. Imagínese esa relación aplicada a la nobleza, a sus reyes y reinas.

Jongmyo, en Seúl, es un santuario donde, hasta el día de hoy, se recuerda a los gobernante­s de hace más de 600 años.

Y así como nosotros, el Día de Muertos, hacemos caminos con flores para que las almas de nuestros difuntos encuentren el camino a sus ofrendas, en Jongmyo hay veredas diseñadas específica­mente para que circulen los espíritus. Nadie más las puede pisar.

Ojo, cuando decimos santuario, no se imagine una sola construcci­ón, una parroquia.

Jongmyo es un conjunto de edificacio­nes monumental­es, antiquísim­as, perfectame­nte bien conservada­s entre bellísimos jardines y tienen un valor tan grande que sólo se puede acceder a ellas a través de visitas guiadas en coreano, chino, japonés e inglés.

Y si el santuario es hermoso, las ceremonias que ahí se realizan en honor a los reyes muertos lo son todavía más. Se lo garantizo.

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